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El arte de la adaptación. La tarea de hacer que una obra de teatro pase al celuloide, que una película renuncie al sonido y al movimiento para convertirse en el texto y las páginas de un libro, o que una novela ceda su lugar ... al sonido de una radio o que... Hay tantos ejemplos que citarlos pormenorizadamente sería de todo punto imposible. Y, el cómic, a estas alturas en las que el cine ha descubierto un filón sin precedentes con los superhéroes de papel, no solo no es una excepción, sino que, muy al contrario, ha pasado a ser objeto de deseo y fin, casi a partes iguales, de dicha actividad.
El caso más significativo fue, a partir de 1967, la colección 'Joyas literarias juveniles', que puso en marcha la todopoderosa editorial Bruguera y que, a lo largo de 272 números, convirtió en viñetas otros tantos clásicos de la literatura universal con un enorme éxito. Seguramente no habrá un solo lector joven que conozca dicha serie, pero tampoco habrá un solo lector que pase de los cincuenta que no haya tenido en sus manos alguno de esos ejemplares. El primero fue 'Miguel Strogoff' de Julio Verne y, el último, 'Gaspar Ruiz' de Joseph Conrad. Entre ambos, casi todo, hasta un Oliver Twist convertido en Oliverio Twist.
Recordar aquellos títulos no es solo un ejercicio de nostalgia, sino la manera de decir que hay dos formas de acometer una adaptación: como una pesada carga, un encargo que hay que satisfacer de forma más o menos digna, cosa que en aquella colección sucedió demasiado a menudo, o como el intento de explorar una obra, llevándola a otro ámbito con la intención de honrarla y de profundizar en todas sus claves. Es decir, lo que ha hecho Claudio Stassi con 'La ciudad de los prodigios' de Eduardo Mendoza.
Esa novela, sin duda uno de los títulos más relevantes de la literatura nacional del siglo XX, se publica en 1986 cuando su autor ya es una figura de las letras. Su primera novela, 'La verdad sobre el caso Savolta', ha sido un éxito de ventas y, sobre todo, de crítica, al punto de pasar a la historia como pieza relevante en la transición política española que entonces se está produciendo. Sin embargo, es con 'La ciudad de los prodigios' que Mendoza alcanza su techo narrativo. Centrada en Barcelona, en el período que transcurre entre las exposiciones universales de 1888 y 1929, aparece la figura de Onofre Bouvila, un inmigrante que, llegado joven a la urbe en busca de fortuna, termina adentrándose en una senda de violencia que le permitirá ir ascendiendo por unas escaleras teñidas de sangre, en muchos casos provocadas por él mismo.
Trece años después, en 1999, la novela fue llevada al cine por Mario Camus, con Olivier Martínez en el papel de Onofre y Emma Suárez en el de la inquietante Delfina.
Y ahora, en marzo de 2020, llega la adaptación al cómic, de la mano de Claudio Stassi, italiano, nacido en Palermo en 1978 y barcelonés de adopción. Autor de prestigio, es conocido internacionalmente sobre todo por su participación en las ya icónicas series 'Dylan Fog' y 'Dampyr', ambas curiosamente tan alejadas de 'La ciudad de los prodigios' en cuanto a temática se refiere. No tanto en 2007, cuando publica 'Brancaccio: historias de la mafia cotidiana', ajena en el tono a Mendoza, pero cercana en cuanto a lo terrenal. Y el mismo dibujante que se basa en textos de Carlos Sampayo para su 'Rosario. Amor y muerte'.
Así que Stassi llega a los prodigios en plena madurez intelectual y artística, aunque en su caso ambos términos sean difícilmente separables. Adaptar a Mendoza es, por una parte, labor agradecida en los diálogos porque son concretos, centrados, en definitiva, muy de cómic. Por la otra, condensar la historia en el espacio permisible, labor ingrata; Y Stassi sale más que airoso. Acierta en la documentación, en la definición de los personajes, algo siempre interpretable porque la novela, así como disfruta de la descripción en determinados episodios, la ignora en otros. Pero el artista dibuja empleando la herramienta como pocos. Esto es, el trazo varía según lo que cuenta, la intensidad del momento, la situación. A Stassi le gustan los primeros planos, la cicatriz en el labio superior de Onofre, la simplicidad o desaparición de los fondos en tanto no sean relevantes. Es más fácil reconocer en ellos la crudeza que la amabilidad, se llevan bien con las escenas de violencia descarnada que, sin ser en absoluto el centro de la obra, no se obvian. Las navajas provocan muertes, y no elegantes precisamente.
La oscuridad presidiendo la luz de una Expo que iba a cambiar Barcelona y la clarividencia de un cómic que merece ser leído en más de una ocasión. Como el propio dibujante cuenta en el prólogo, él volvió a leer la novela en cuanto terminó de hacerlo por primera vez.
No es mala idea imitarlo, ahora en las viñetas.
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