La comedia francesa del año

Y ya dentro de lo que son las liturgias de la fiesta, lo que se ha convertido en las doce pruebas de Astérix es llevar a buen término la elección y entrega del Tambor de Oro a, por qué no decirlo, alguno de los escasos incautos que aún quedan. La existencia del galardón ya sólo la defienden los que aspiran recibirlo a algún día. El resto de la población hace ya tiempo que asumió con normalidad que su carácter anacrónico puede provocar que recaiga en cualquiera que acumule un historia suficiente de indiferencia hacia los vaivenes y desvelos de la ciudad.

En esta ocasión la agraciada ha sido una Esther Ferrer, cuyos méritos para merecerlo sólo son comparables a sus esfuerzos por esquivarlo. Sin embargo, el estado de necesidad nos convierte en perdigueros implacables y sus reticencias para desplazarse hasta San Sebastián han susumbido antes la firme decisión de entregárselo ho y, sea como sea, así haya que viajar a París, tocar el timbre de su puerta, entregárselo y regresar, todo en un día. Ahí se puede medir la magnitud del engorro que entraña todo esto.

Olvidemos el Tambor de Oro y quedémenos con las enseñanzas de Esther Ferrer: «La moral cambia con la economía». Lo que hoy se nos antoja intolerable mañana nos parecerá lógico y hasta ineludible. O viceversa. Ahora pueden regresar al comienzo de este artículo.