![El 'disco perdido' de Los Bichos](https://s2.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/202007/05/media/cortadas/56601125-kf0F-U110705236252QiF-1248x770@Diario%20Vasco.jpg)
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En Los Bichos se aprecia de manera particularmente marcada la asimetría característica de los grupos de culto. Para la mayoría de los aficionados al rock, son un nombre olvidado, desconocido, quizá –en el caso de tener la edad apropiada– una breve nota a pie ... de página en la historia del 'underground' nacional.
Pero, ay, para quienes entraron en contacto con ellos durante su breve carrera, que solo abarcó de 1987 a 1992, el grupo navarro supuso una experiencia transformadora e inolvidable: todavía hoy, tres décadas después de su separación y siete años después del fallecimiento de su magnético líder, Josetxo Ezponda, hay cientos de fans que se exaltan al hablar de sus discos y sus conciertos y siguen rumiando, como si fuese propia, la mala suerte de la banda.
Fijación rosa Hanky Panky Records publica el álbum de El Bicho el día 10 de julio en formato de elepé más cedé (que incluye dos temas extra). La portada es la que dejó preparada Josetxo Ezponda, siempre con cierta fijación por el color rosa.
En esa comunidad devota (y ahora, gracias a las redes, interconectada), la noticia de la edición del 'disco perdido' de Los Bichos, del que pocos tenían conocimiento, ha supuesto un auténtico cataclismo emocional. De pronto, el tiempo se ha replegado para desmentir un silencio que, muertos los músicos, parecía ya inapelable.
SESIONES
MALA SUERTE
«Reniego del malditismo. Es un aura atractiva, pero cuesta mucho llevarla», declaró Josetxo a este periódico en 1995. Los Bichos fueron una de las propuestas más interesantes de aquel tránsito de los 80 a los 90, cuando La Movida ya había caducado y el indie todavía estaba por llegar. Su personalísimo caleidoscopio de influencias, en el que los brillos del glam convivían con el óxido australiano, deslumbró a la crítica pero no logró llevarlos más allá de los altares minoritarios. Sus electrizantes directos, explosiones de ruido y ternura, tampoco sirvieron para liberarles de esa carga.
Tras publicar dos álbumes incontestables y un minielepé firmado a nombre de Josetxo, se disolvieron en un largo epílogo de esperanzas frustradas. Josetxo, la estrella que fue a nacer en Burlada, lanzó a mediados de los 90 un disco en solitario (como El Bicho) y se fue replegando a su agujero: a finales del año 2000 falleció su cómplice, el bajista Asio, y en 2013 le llegó la hora al propio Josetxo.
En medio de aquel tozudo silencio, allá por septiembre del año 2000, se grabó 'Doberman Yoghourt', el álbum inédito que ahora recupera el sello bilbaíno Hanky Panky Records. Es el resultado de una última reunión de Josetxo y Asio, con Carlos Beroiz a la batería, en los estudios Jamalandruki que el propio bajista había montado en Vitoria.
Esa implicación del 'núcleo duro' hace que, aunque aparezcan acreditadas a El Bicho, según estaba previsto en su momento, estas trece canciones constituyan más bien un disco inédito de la añorada banda y 'suenen' a ella, con un cuerpo, una fluidez y una magia de los que carecían los previos esfuerzos en solitario de Josetxo.
Se grabaron muy rápido, en un fin de semana sin alcohol ni drogas, pero el minucioso y obsesivo Josetxo ya las llevaba planificadas al detalle. Eran algo así como su última apuesta y se convirtieron en su último fracaso esplendoroso. Ocurrió en dos tiempos: primero, el mazazo de la muerte de Asio; después, la decepción de la llamada que había prometido una discográfica y que nunca llegó a producirse.
El disco (publicado en un formato doble de elepé más cedé) incluye dos textos reveladores, escritos por el músico Jaime Cristóbal y el periodista musical Fernando Gegúndez, que arrojan luz sobre aquellos años oscuros y recogen testimonios de personas que los vivieron al lado de los protagonistas. «Josetxo y Asio, además de grandes amigos, eran un desequilibrado y mágico equipo», los describe Inma Ruiz de Lezana, que fue novia del segundo y ha guardado el DAT del álbum todo este tiempo.
«El uno –desarrolla Inma– era un genio con un chorro creativo infinito, pero con necesidad de apoyo para lo cotidiano. El otro era parte de esa toma de tierra, pero con mucho que decir creativamente. Ambos tenían luces y sombras que, en conjunción, deslumbraban con un brillo propio que les hacía grandes, pero también estaban sometidos a los rigores de sus propios tormentos y sensibilidad». A la memoria de los dos dedica Hanky Panky esta edición, que supone un acto de justicia.
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