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Chillida Leku: el museo posible

Chillida Leku: el museo posible

El centro hernaniarra construido en torno al caserío Zabalaga se ha consolidado como uno de los principales focos culturales de Gipuzkoa, después de un largo proceso de gestación y una primera etapa de vicisitudes económicas. Ahora, ha encontrado su camino entre la esencia y el eclecticismo.

Alberto Moyano

San Sebastián

Domingo, 7 de enero 2024, 00:07

L

a historia de Chillida Leku es la del compromiso entre la realidad y el deseo, que diría Luis Cernuda. «Un día soñé una utopía: encontrar un espacio donde pudieran descansar mis esculturas y la gente caminara entre ellas como por un bosque», dejó dicho Eduardo Chillida y ese lugar lo encontró, junto a Pilar Belzunce, a comienzos de los ochenta en Hernani, durante una visita a la familia Churruca en un Zabalaga por aquel entonces deshabitado. En aquel caserío semiderruido y la campa que lo rodeaba decidió el escultor que instalaría sus obras.

Fue un proceso lento, como sucede con las intuiciones en su trayecto desde las palabras hasta los hechos. Las actuales trece hectáreas de museo comenzaron con la adquisición en 1984 del caserío y una primera parcela a la que luego se le sumarían otras. Para entender la gestación de Chillida Leku, hay que tener en cuenta que no se concibió como un museo, ni como un espacio visitable por el público. Todo eso surgió durante un proceso de acondicionamiento realizado por la propia familia Chillida, refractaria a la implicación de las instituciones, con la ayuda de algunos íntimos: Kosme de Barañano ayudó en las labores de asesoría artística y el arquitecto Joaquín Montero, en las de rehabilitación del por entonces ruinoso caserío.

Fue este último asunto el que se llevó más tiempo: dos años de ideas y descartes que finalmente desembocaron en la mejor opción: «Recuperar el caserío en su esencia, sin pensar en otro tipo de utilidades. La casa, de alguna forma, nos ha dirigido y ha colaborado con nosotros durante las obras», explicaba años después el arquitecto. De la puesta a punto de unos terrenos que ya no guardaban ni la traza se ocupó Joaquín Goikoetxea, guardián y cuidador de Zabalaga.

Eduardo Chillida pasa junto al

‘Arco de la libertad’ que se puede

contemplar en el museo hernaniarra.

MIKEL FRAILE

Una vista de las obras

expuestas en el interior

del caserío Zabalaga.

MICHELENA

Eduardo Chillida pasa junto al

‘Arco de la libertad’ que se puede contemplar

en el museo hernaniarra. MIKEL FRAILE

Una vista de las obras

expuestas en el interior

del caserío Zabalaga.

MICHELENA

Eduardo Chillida pasa junto al

‘Arco de la libertad’ que se puede contemplar

en el museo hernaniarra. MIKEL FRAILE

Una vista de las obras

expuestas en el interior

del caserío Zabalaga.

MICHELENA

Eduardo Chillida pasa junto al

‘Arco de la libertad’ que se puede contemplar

en el museo hernaniarra. MIKEL FRAILE

Una vista de las obras

expuestas en el interior

del caserío Zabalaga.

MICHELENA

La constatación de que eran numerosas las personas interesadas en visitar la finca, y que todas ellas salían fascinadas de un lugar que desprendía encanto ya incluso antes de estar terminado, condujo a la decisión de convertirlo en un museo abierto al público. La inauguración fue un 16 de septiembre del año 2000. En el exterior, cuarenta esculturas de acero y piedra de distintos tamaños. La mayor, dominando la campa, 'Buscando la luz', con sus 22 toneladas de peso y sus ocho metros de altura. Dentro del caserío, las obras más delicadas: hierros, maderas, alabastros y gravitaciones.

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Además de cientos de invitados, a la puesta de largo del museo acudieron los entonces Reyes y los presidentes de los gobiernos central y vasco -José María Aznar y Juan José Ibarretxe-, y el canciller alemán, Gerhard Schröder. A partir de ahí, el museo inició su andadura en una primera etapa que se prolongó durante diez años. Eduardo Chillida apenas tuvo tiempo de disfrutar de su sueño: falleció en 2002. Las decenas de miles de visitantes que, en tendencia decreciente, el museo recibía cada año no lograron evitar que el 31 de diciembre de 2010 cerrara al público, acuciado por los problemas económicos. La gestión 'amateur' de una iniciativa familiar y la innegociable fidelidad al concepto de museo imaginado por Chillida y Belzunce fueron algunas de las causas de aquel primer Chillida Leku que se reveló inviable en esos términos y que privó a la Capitalidad Cultural Europea de 2016 de un centro que se antojaba fundamental en el territorio.

Ahí comenzaron una sucesión de negociaciones frustradas y desencuentros entre la familia Chillida y las instituciones que ya se habían larvado en los últimos años. Como quiera que las conversaciones no dieron resultado, aunque lo rozaron, tras el fallecimiento en 2015 de Pilar Belzunce, los herederos emprendieron otro camino: en 2017 se anunció que el museo reabriría al año siguiente, esta vez de la mano de la prestigiosa galería suiza Hauser & Wirth, convertida mediante este acuerdo en representante exclusiva de la obra de Eduardo Chillida. La reapertura de un museo mucho más ecléctico en su concepto tuvo lugar finalmente el 17 de abril de 2019. Allí, bajo un magnolio descansan sus creadores: Eduardo Chillida y Pilar Belzunce.

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Créditos

  • Texto Alberto Moyano

  • Narrativa visual y diseño Izania Ollo, Beatriz Campuzano y Maider Calvo

  • Edición de vídeo Ainhoa Múgica y Dani Soriazu

  • Desarrollo Gorka Sánchez

  • Edición Jesús Falcón

  • Material audiovisual Chillida Leku, archivo Eduardo Chillida, Fundación Maeght y Susana Chillida

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