Cada escultura de Chillida dice una cosa distinta: el hierro dice viento, la madera dice canto, el alabastro, luz. Pero todas giran incansablemente en la casa del espacio». Las palabras de Octavio Paz expresan con belleza la huella y la admiración que generan las esculturas de Eduardo Chillida. El profundo impacto que produjo la obra de un artista vasco universal, uno de los más grandes creadores del siglo XX.
El centenario del nacimiento de Chillida, junto con el amplio programa organizado para su celebración, supone un merecidísimo homenaje a este creador que dio forma como pocos al alma de nuestro país y que, al desnudar su corazón de hierro, madera y roca, dejó una huella imborrable en la historia del arte. Una oportunidad para volver a estudiar y a disfrutar de su obra, que siempre nos dice algo nuevo y nos conmueve de forma profunda.
La cultura es una de las bases fundamentales para el desarrollo de las personas y de los pueblos, ya que nos sitúa en el mundo, genera espacios y preguntas para la reflexión, el disfrute y la convivencia. Observar sus dibujos de manos, adentrarnos en Chillida Leku y el caserío Zabalaga, palpar el hierro de las puertas del santuario de Arantzazu, dejarnos envolver por las formas de Gure aitaren etxea o sentir el impacto del mar en Haizearen orrazia supone entendernos un poco mejor como sociedad y como pueblo.
Recordar a Chillida también es recordar a una generación que, en el desierto cultural de la posguerra, marcó con sus trabajos el devenir de nuestro país. Mediante la experimentación y la expresión artística, dotaron de una estética y de un imaginario colectivo al pueblo vasco. Y, con ello, conectaron nuestra cultura con las vanguardias culturales de Europa y del mundo. Así lo demuestra la obra de Chillida, quien, a través de la experimentación y en contacto con los oficios y la tradición industrial de nuestro país, supo abrir nuevos ángulos y horizontes para la cultura y la sociedad vasca.
Es de sobra conocida la expresión con la que explicaba su enraizamiento vital y creativo en Gipuzkoa y en Euskadi, al definirse como «un árbol que está adecuado a su territorio, en su terreno, pero con los brazos abiertos a todo el mundo». La obra de Chillida se yergue en pie, siempre actual, con sus ramas abiertas al mundo, para que, en el futuro, nuevos árboles puedan crecer y expandir las ramas bajo su abrigo.
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