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Aún siendo la obra de Eduardo Chillida innegablemente original, no se puede dejar de reconocer en él a un hijo de su tiempo. Cuando, tras una larga estancia en París, regresó de forma definitiva a su país en 1951, se encerró en ese centro vital representado por la fragua de Hernani, donde dio al arte de la escultura una dimensión nueva y un acento personal. Allí aunó dos realidades: la tradición del trabajo de forja de hierro y la visión plástica contemporánea. Hoy nos reconocemos en sus creaciones, que han pasado a formar parte de nuestro imaginario.
Fue un artista que contribuyó poderosamente a dotar a la escultura de una personalidad nueva, a enriquecerla y renovarla, a poner al día y expresar esa energía que compartía con una nueva generación de jóvenes creadores, en un momento del arte que estaba viviendo una rápida transformación.
La segunda mitad del siglo XX fue un periodo de conversaciones y diálogos artísticos. Y Chillida, curioso y ansioso de conocimiento, formó parte activa de esa trama que le vinculaba con las inquietudes y búsquedas de los escultores de su generación, con ciertos ideales de sus contemporáneos europeos o americanos y con las tendencias que se producían en el escenario internacional, donde la pintura, el cine, la danza, la fotografía, la música y la escultura compartían inquietudes y complicidades hasta delinear una cosmología del periodo.
En su participación en la celebración del centenario de Chillida, el Museo San Telmo ha trabajado desde hace varios años en un ambicioso proyecto que presenta a Chillida a la luz internacional de la cultura artística en la que fue un protagonista y un actor en primera línea. La exposición, comisariada por María Bolaños, se celebrará entre junio y septiembre, y reúne más de un centenar de obras. En ella, nuestro escultor entra en juego con grandes maestros y maestras del periodo, de Giacometti a Cristobal Balenciaga, de Jean Dubuffet a Lygia Clark, de Robert Motherwell a Amable Arias, de Pierre Boulez a Mari Paz Jiménez.
La singularidad consiste, pues, en sustituir la contemplación aislada o solitaria de Chillida en favor de una mirada más panorámica, en una exposición coral y polifónica que además de expresar el 'espíritu de la época', permita comprender la compleja y difícil relación de aquella sociedad, nacida de la posguerra, con el arte de la modernidad.
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