Las entrañas del último cachalote

El 'Kaskelot', que significa cachalote en sueco, pertenece a una especie en vías de extinción. Dueños absolutos de los mares hasta hace un par de siglos, los grandes veleros de madera son hoy ejemplares únicos que sobreviven gracias precisamente a su singularidad. Exhibidos como fantasmas recuperados del pasado en los festivales marítimos y codiciados por quienes los alquilan para experimentar sensaciones propias de otras épocas, a los barcos como el 'Kaskelot' les acompaña el estigma del desasosiego que persigue permanentemente a las criaturas amenazadas.

Los puristas sostienen que el 'Kaskelot' dejó de ser un barco 'auténtico' cuando fue sometido en 2013 a una profunda remodelación. Las modificaciones que se introdujeron suavizaron la apariencia tosca que hasta entonces había tenido la nave y le dieron un aire más refinado para adaptarla a los gustos del gran público. Porque el 'Kaskelot', que este año cumple precisamente su 70 aniversario, no fue concebido como un buque de recreo, sino como una embarcación de trabajo. Construido en Dinamarca en 1948 para la Real Compañía de Groenlandia, transportó en su primeros años suministros a rincones remotos de aquella isla rodeada de hielos. En la década de los sesenta cambió de destino y pasó a ser una nave de apoyo de los pesqueros daneses que faenaban en las Islas Feroe.

Durante aquella primera etapa el barco navegaba a motor. La idea de convertirlo en un velero partió de unos británicos que lo adquirieron en 1984. La incorporación de tres mástiles a su casco de tipología báltica tuvo un feliz desenlace: el 'Kaskelot' pasó a ser una goleta estilizada que parecía sacada de un libro de láminas de historia naval. Los nuevos propietarios no tardaron en rentabilizar esa nueva estampa. Un año después de ser arbolado, el 'Kaskelot' se estrenaba como embarcación de época en la serie 'El último lugar de la Tierra', que trata de las epopeyas polares de Scott y Amundsen, y en la película 'Revolución', protagonizada entre otros por Al Pacino. Fue el inicio de una fecunda carrera que le ha llevado a aparecer en las pantallas en más de una docena de largometrajes, entre ellos 'Vuelta a la Isla del Tesoro', 'Los Tres Mosqueteros' o 'Shackleton'.

La aparición en películas es una de las vías de explotación de el 'Kaskelot', explica desde la cubierta Jessie Atkinson, que es la encargada y también la relaciones públicas de la embarcación. La goleta, amarrada en el muelle de San Pedro, acapara la atención de decenas de pasaitarras que se han acercado a contemplarla y que la fotografían desde todos los ángulos posibles con sus teléfono móviles. Jessie Atkinson se presta a enseñar el 'Kaskelot' a los visitantes con una sonrisa radiante. Explica que partieron del puerto inglés de Falmouth hace cuatro días con una tripulación de 14 personas. Se trata de marineros jóvenes de procedencia variopinta -«hay británicos pero también franceses, canadienses, escandinavos...»- que en muchos casos se enrolan como voluntarios para sumar horas de navegación y engordar sus currículos. No suele faltar mano de obra, añade, porque hay pocos barcos como el 'Kaskelot' y aprender a desenvolverse en uno de ellos suele ser garantía de trabajo.

La expectación que suscita en el muelle habla de la imponente estampa de la nave. «A mí me gusta más en alta mar y con todas las velas desplegadas», sonríe Jessie Atkinson. El buque, que fue sometido hace unas semanas a un lavado de cara en el Reino Unido, luce en perfecto estado de revista. En el barniz de las maderas que adornan la cubierta se refleja el cielo gris de Pasaia mientras varios miembros de la tripulación pulen el suelo e introducen alquitrán en las juntas que separan los listones para que el agua de mar no se filtre a las cabinas. El interior del buque es sobrio y funcional, se nota que está hecho para el trabajo. «No hay camarotes para los pasajeros, los únicos que dormimos aquí somos los miembros de la tripulación», cuenta la encargada del 'Kaskelot' mientras conduce a los visitantes por las entrañas del barco. A la altura de la popa se sitúan la cocina y el comedor, las dos dependencias más frecuentadas de la nave. Una joven sentada en una de las mesas escribe en un ordenador. Responde amable al saludo con un acento que parece escandinavo y vuelve a sumergirse en la pantalla.

La guía asciende de nuevo a cubierta y enfila hacia la proa. A medio camino aparece una boca que conduce a la dependencia más grande de la nave, una antigua bodega que ha sido reconvertida en sala multiusos. En el habitáculo, cuenta Jessie Atkinson, se dan conferencias, se sirven cenas, se proyectan películas y hasta se organizan bailes. Las maderas de roble que recubren las paredes de la bodega le dan una apariencia acogedora. Hay hasta un 'atrezzo' de toneles y cabos para que al visitante no se le olvide que está en el corazón de un buque de época. Entran ganas de abrir la tapa de una de las barricas para comprobar si están llenas de ron para piratas.

Los festivales marítimos son otra de las vías de explotación del 'Kaskelot'. El barco realiza todos los veranos un itinerario que le lleva a las principales citas náuticas por los litorales de Francia, Reino Unido y Alemania. «Tenemos muchos amigos en festivales como los de Morbihan y Brest, espero que a partir de ahora también los tengamos en Pasaia», ríe la encargada de la nave mientras saca de uno de los cajones del puesto de mando una carta náutica en la que se dibuja el perfil del puerto pasaitarra.

El cine y los festivales náuticos, añade Jessie Atkinson, ayudan a equilibrar la cuenta de resultados, pero la principal fuente de ingresos son las salidas que realiza todo el año. El 'Kaskelot' trabaja habitualmente en puertos ingleses, sobre todo en Bristol, que es su base principal, aunque también lo hace en el extranjero. La nave puede llevar hasta 75 pasajeros en excursiones que suelen durar unas cinco horas. La horquilla de precios es muy amplia pero una salida de medio día puede costar entre 45 y 80 euros por cabeza. La visita se acaba con el saludo del capitán, Keith Harris, verdadero arquetipo del lobo de mar con la tez curtida por la navegación que templa el estómago con una taza de té humeante que lleva dibujada la silueta de su propio barco.