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Autor teatral, director, adaptador y profesor, Ernesto Caballero (Madrid, 1958) fue director del Centro Dramático Nacional entre octubre de 2011 y diciembre de 2019. Un ... Premio Max como adaptador, el premio de la Crítica de Madrid por dos de sus textos y el nombramiento como Caballero de la Orden de las Artes y las Letras por el ministerio de Cultura de Francia, son algunos de los galardones que ha recibido. Desde 2020 trabaja en la puesta en escena de las comedias mitológicas de Calderón, así como en el proyecto Teatro Urgente, que conecta teatro y filosofía. Recientemente publicó en la revista digital La Pluma un artículo sobre la censura y la cancelación que la cultura, y concretamente, el teatro están viviendo desde dentro.
– ¿La creación artística en España se están apuntando a una forma de pensamiento único?
– Más que apuntarse, en general participa de su promoción. Con todo, en el ambiente creativo actual, coexisten principalmente dos tendencias: la que evita abordar temas delicados y aquella otra que, ya sea por convicción o por oportunismo (que a veces son la misma cosa por aquello de que pensamos lo que nos conviene pensar) alinea sus obras con la corriente dominante.
– La censura, que ha existido siempre, ¿proviene ahora más de los propios creadores que de los poderes?
– En efecto, actualmente puede emanar tanto de los creadores como del público. Históricamente, el placer del teatro ha oscilado entre la reafirmación de las ideas propias y el cuestionamiento de estas mismas convicciones. Hoy predomina el primero. La censura es un instrumento de los estados y las instituciones dominantes que se completa con el fenómeno de la 'autocensura', donde los propios creadores modifican o limitan sus obras ante el temor de repercusiones negativas. Esta actitud hoy puede leerse como una forma de responsabilidad social más que una barrera para la libre expresión. Además, la preocupación por la recepción de una obra siempre ha estado presente en los creadores teatrales. ¿Hasta qué punto compromete esta la integridad artística? Esta es la cuestión.
– ¿Es la cancelación preventiva la más peligrosa por ser una forma de censura silenciosa?
– Sí, porque opera sin dejar rastro, lo que la hace prácticamente imposible de denunciar. Puede considerarse una forma de censura perfecta, silenciosa y devastadora.
– ¿Cómo se está concretando ese tipo de cancelación?
– Salvo algunos burdos casos de censura directa sobre obras y espectáculos, la cancelación en el teatro suele manifestarse más bien en la omisión en la programación de creadores cuyas ideas puedan considerarse incómodas o potencialmente ofensivas.
– ¿El teatro español se cierra a creadores que discrepen del pensamiento imperante sobre ecologismo, feminismo, memoria histórica, multiculturalismo?
– Sí, existe una tendencia a privilegiar estas temáticas hasta el extremo de que muchas obras son exaltadas más por su componente de labor social que por su calidad artística. Nadie osa cuestionar un arte bienintencionado de nobles causas literalmente 'indiscutibles'.
– ¿Hay temor a significarse fuera de una línea 'oficial'?
– Existe un temor profundo, a menudo no expresado, a enfrentar consecuencias profesionales al apartarse de las expectativas normativas. En el ámbito cultural parece que la derecha ha cedido este espacio, asumiendo que la cultura es un dominio monopolizado por una izquierda que dicta los cánones artísticos y literarios. En el contexto actual, la retórica gubernamental del 'quien no está conmigo, está contra mí' se ha infiltrado en el teatro. El escenario, que debería ser un espacio para la exploración libre de ideas, se está transformando cada vez más en una plataforma para la difusión de propaganda ideológica. Expresar dudas o críticas hacia los discursos oficiales es visto como un ataque a los principios de progreso, igualdad y justicia social, lo cual puede llevar a ser marginado o incluso 'cancelado' dentro de la comunidad teatral. Este ambiente genera una presión considerable sobre los creadores para alinear sus obras con la narrativa predominante, limitando así la diversidad y la profundidad del discurso artístico.
– Dice que «el rechazo a la controversia y el no quiero problemas», son también una manera de sobrevivir.
– Expresar opiniones controvertidas o abordar temas delicados puede ser tanto un acto de valentía como un riesgo significativo. Evitar la controversia puede ser una estrategia de supervivencia en un campo donde la seguridad laboral es precaria. Evitar el conflicto ayuda a mantener relaciones profesionales y accesos a redes y recursos que son vitales para la carrera de un artista. Además, centrarse en trabajos menos polémicos puede ampliar la audiencia y asegurar un flujo más constante de ingresos. La función del bufón, ciertamente, está en horas bajas.
– ¿La etiqueta de 'el mundo de la cultura' a quién representa?
– Frecuentemente se aplica a un grupo de profesionales de izquierdas que son catalogados por la prensa como representantes de todo el sector cultural. Recomiendo escuchar el podcast 'La gente de la cultura', de Juan Carlos Ortega en el programa de radio Las noches de Ortega.
– ¿Quieran o no todos ustedes se ven dentro de ese grupo tan marcado ideológicamente ante la opinión pública?
– El sector cultural es diverso, incluye a personas con una amplia gama de visiones políticas y estéticas que a menudo son eclipsadas por la imagen dominante de un colectivo monolítico de izquierda. Esta simplificación no solo afecta cómo nos ven, puede influir en las oportunidades para los que no se ajustan a este molde. Los que no se identifican con esta imagen a veces enfrentan mayores desafíos para encontrar apoyo y reconocimiento en un campo que, erróneamente, se asume que tiene una sola voz. Además, esta etiqueta puede generar división en la comunidad artística, alentando una polarización innecesaria y reduciendo el espacio para un diálogo creativo enriquecedor.
– Como exdirector del CDN, ¿cómo ve el papel del teatro público con todos estos temas?
– El teatro público, puesto que todos lo mantienen con sus impuestos, piensen lo que piensen y voten lo que voten, debe asumir la diversidad y las propuestas menos convencionales en su oferta. Debe contribuir a la regeneración de la conversación pública y fomentar la cohesión social. Debe rehuir del sectarismo estético-ideológico. Es crucial promover una representación más equitativa y veraz del mundo de la cultura, donde todas las voces puedan ser escuchadas y valoradas, no solo aquellas que la narrativa predominante considera representativas.
– ¿Su discrepancia pública con estos temas le pasa factura?
– Toda postura que se expresa abiertamente trae consecuencias, aunque el alcance de estas en mi caso es incierto. El arte se trata precisamente de remar contra la corriente y superar las limitaciones impuestas. Siempre ha prevalecido una ideología dominante, pero los creadores han encontrado cómo esquivarla. Ahora, la peculiaridad radica en que la ideología hegemónica se ve a sí misma como una forma de resistencia al poder, sin reconocer que ella misma es el poder establecido. Puede que sorprenda mi reticencia a alinearme con el lado correcto, verdadero y luminoso de la historia, con esa bondad imperante que no deja de ser un trampantojo, una concepción esquemáticamente idealizada por una política espectáculo que ha hallado en la polarización de las redes un campo abonado para promocionarse. Con todo, confío en que los valores liberales del humanismo ilustrado reaparezcan en nuestros escenarios.
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