
Guillermo Saccomanno
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Guillermo Saccomanno
El escritor y ensayista argentino Guillermo Saccomanno acaba de entregar a la imprenta 'Arderá el viento', libro escrito contra viento y marea y con el que ganó el Premio Alfaguara de Novela. Afrontó un sinfín de penurias, entre ellas una delicada operación que le obligó a un oneroso gasto para salvar la vida. Sin embargo, venció las adversidades, incluidas dos neumonías y el coronavirus, y terminó la ficción en un modestísimo habitáculo. Quizá por eso se siente con la autoridad moral suficiente para dar importancia al dinero, fuerza motriz que pone en movimiento muchas voluntades. En su novela, Saccomanno se vale de una atmósfera opresiva y la creación de un territorio imaginario, a la manera de Faulkner, para urdir una ficción sobre un pueblo costero de Argentina que se parece mucho al lugar donde vive, Villa Gesell.
-¿Por qué el fuego tiene un protagonismo tan acusado en 'Arderá el viento'?
-Tiene un valor simbólico muy poderoso y atávico. Desde chico me fascinó. Recuerdo las fogatas de San Pedro y San Pablo en mi barrio, donde los niños íbamos casa por casa a pedir leña o queroseno para alimentarlas.
-La génesis de la novela se remonta a los años 90, cuando publicó crónicas para el diario 'Página 12' sobre el lugar en que se desarrolla la novela.
-A muchos vecinos les disgustó porque revelaba historias turbias, pero finalmente se convirtió en un clásico local que se vende como agua en verano. Más tarde escribí una novela más ambiciosa, 'Cámara Gesell', de unas 600 o 700 páginas, en la que invertí seis o siete años mientras trabajaba en otros libros. Con el tiempo, me di cuenta de que ese era mi territorio privado.
-La familia no queda muy bien parada en su novela.
-La familia es un infierno y una institución mafiosa: quien se va, se lleva un secreto y, si lo revela, debe ser eliminado.
-¿Qué siente al quemar un borrador de novela que no ha cuajado?
-Me encanta. Me aporta una sensación de liberación y purificación. Acá estaba escribiendo en un cuaderno el comienzo de un relato. Me pareció tan abominable que lo destruí; no lo quemé porque estoy alojado en un hotel, pero lo rompí en pedacitos.
-¿La literatura es algo más que entretenimiento?
-Sí, creo que la literatura debe perturbar, inquietar, asombrar, estremecer. Si hay una escena de sexo, leerla te debe parar la pija.
-¿Y puede cambiar las cosas?
-No, pero puede corregir la perspectiva, iluminar zonas de la realidad que no siempre son evidentes. Puede mostrar algo que vos no ves aunque lo tengas delante.
-Su novela ha sido comparada con el imaginario de David Lynch.
-Comparto con Lynch la visión del pueblo o el territorio como un universo propio, con personajes absurdos y delirantes.
-A diferencia de muchos escritores, a usted no le importa hablar de dinero.
-Vivimos en un sistema capitalista. Es absurdo no pensar en términos de dinero, de lucha de clases, de poder económico. Es lo que mueve el mundo.
-Ha pasado dificultades económicas para alumbrar la novela. ¿Los 175.000 dólares con que está dotado el premio serán un alivio?
-El año pasado tuve que operarme de un aneurisma de aorta y necesitaba unos tornillitos que lleva el stent. Me podía haber ido al otro lado fácilmente. La obra social no cubría los materiales, de modo que mis hijas tuvieron que buscar 15.000 dólares que aún no me han reembolsado. El premio ayuda bastante a vivir, no me voy a hacer el pelotudo.
-¿Por qué compara la literatura con una religión?
-Porque exige una devoción similar a la mística. Demanda un acto de fe en lo que haces. Si no tenés fe en lo que hacés, ¿para qué carajo escribís?
-¿Le ha servido el periodismo para su labor literaria?
-Nunca he separado el periodismo de la literatura. Para mí, la crónica es otra forma de literatura. Hasta las cartas de Cristóbal Colón son literatura.
-¿Tiene una visión desesperanzada de la humanidad?
-No soy optimista. Mi padre decía que cuando se inventó la catapulta, la gente pensó que era el fin del mundo. El mundo sigue, pero continuamos inventando armas.
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