![Tercera corrisda de San Fermín: La festiva corrida del centenario cumple en Pamplona](https://s1.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/202207/08/media/cortadas/juli-kTeG-U170658129835hCF-1248x770@Diario%20Vasco.jpg)
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barquerito
Viernes, 8 de julio 2022, 08:40
El prólogo de la corrida del centenario de la plaza de toros de Pamplona, que se cumplía este jueves, tuvo dos partes. La primera, el plebiscito obligado del 7 de julio que aplaude o condena al señor alcalde de Pamplona. Vestido de gala, el alcalde ... saludó chistera en mano a tirios y troyanos al hacer su aparición en el palco. La división de opiniones fue formidable. La segunda, un toro despuntado de sangre Murube abanto de partida y encelado después con el que Pablo Hermoso se lució más que a modo, pecó por exceso y se apeó casi en marcha tras clavar un rejón de muerte contrario y casi fulminante.
Antes del paseíllo una representación de las peñas hizo entrega en tablas de sol a la comisión taurina de la Casa de Misericordia de un regalo. Así de sencilla fue la ceremonia del centenario de la plaza de toros. La megafonía no pudo abrirse paso entre el clamor cantante y sonante de las peñas, de riguroso uniforme todas ellas y coprotagonistas indiscutibles de la fiesta, que, como se temía, duró casi tres horas.
El primero de los seis toros en puntas de Núñez del Cuvillo saltó a las siete en punto. Bajo de agujas, bella pinta melocotón, cargado de culata, fue toro con plaza, un punto incierto por la mano izquierda -en un arreón después de la primera vara estuvo a punto de arrollar a Morante- y, la cara a media altura, desganada embestida, fue y vino a remolque de una faena profusa y trabajosa.
Ataviado con un atrevido terno de estreno que pareció rendir homenaje a Pamplona -chaquetilla de seda encarnada con bordados blancos de pasamanería, taleguilla blanca sin apenas oro y faja roja-, Morante se empeñó en forzar al toro y traérselo en tandas separadas que aliviaran su falta de aire y pobre entrega. Hubo exquisiteces, sabio y difícil toreo en la media altura y la soltura propia de Morante, que remató faena con un singular desplante abrochado con un molinete.
Tres toros más tarde, en el cuarto de sorteo, iba a llegar una faena de suntuoso compás y de una despaciosidad antológica servida en bandeja para enredar y convencer a un toro de Cuvillo. Era el único cuatreño del envío, estrecho y altón, pasado de carnes, que, escupido del caballo de pica, se había llevado puesto un quite de tres verónicas a cámara lenta con la firma del mejor Morante.
Brindada al público también esta faena, que fue profusa, tuvo mejor hilván y más seguro acento que la otra porque, dueño del toro, Morante toreó a placer, jugando con los vuelos, colocación impecable, acariciando las embestidas a su antojo, ligando sin rectificar en un palmo de terreno y abriendo apenas mínimas pausas. Desde la apertura con ayudados por alto genuflexos -postales extraordinarias- hasta el gracioso molinete de cierre, fue faena completa, igual de bella por las dos manos, soberbios los de pecho en los broches. La estocada al encuentro fue muy precisa. Y, sin embargo, este cuarto -ya quinto de corrida- fue el toro de la merienda y las peñas la siguieron con la distancia propia del caso. Comiendo a dos carrillos. Y mucha gente de sombra, también. La vuelta al ruedo de Morante oreja en mano sí se celebró a lo grande.
Una oreja para Morante y siete más que se repartieron Hermoso -dos-, El Juli -una y una- y Roca Rey, dos y una. No se recordaba otra igual. Tan espléndido botín dejará señalada la corrida del centenario. Y de otra manera, la corrida de Cuvillo, que vino variada de pintas y capas. Melocotón el que abrió el fuego, negros los tres últimos, castaño lombardo el segundo y jabonero el tercero. Uno de los jaboneros famosos de la ganadería. Con él justificó su papel de torero predilecto de Pamplona -peñas y no peñas- Roca Rey, que abrió faena con un cañonazo: de rodillas en los medios para una tanda temeraria, de hasta tres cambiados por la espalda intercalados, que puso al rojo vivo el ambiente.
Fue una faena incandescente, en los medios, a puro huevo, sembrada de muletazos de largo trazo, abiertos en distancia que el toro agradeció, y señalados por su ajuste y la postura vertical innegociable en las formas del torero peruano, que acabó encajado en cercanías, arriesgando y consintiendo sin titubear ni dejar de respirar tranquilamente. Una auténtica tormenta.
El toro castaño, con aire de toro viejo, fue en manos de un Juli tan templado como resuelto y firme, casi un juguete gobernado sin piedad por abajo en faena de rica ligazón y graciosas soluciones de antiguo repertorio: faroles, trincherillas, manoletinas. Ni un solo enganchón en faena larga pero intensa, A este toro lo hizo rodar El Juli sin puntilla. Y al quinto, que se vino abajo tras un prometedor comienzo, también.
Ya con la gente cansada -no las peñas, que estrenaron en el último toro una versión coral del «Vino griego»- Roca Rey volvió a hacerse querer en una faena de distintos episodios. Un toro como una malva, apagadito y bondadoso, y una segunda parte de faena de las llamadas de sol: de rodillas y para y por las peñas, que la jalearon como un acontecimiento.
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