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. «La cola de fénix de donde salió la pluma que está en tu varita dio otra pluma, sólo una más. Y realmente es muy curioso que estuvieras destinado a esa varita, cuando fue su hermana la que te hizo esa cicatriz». Palabras dirigidas a ... Harry Potter por Ollivander, el vendedor de varitas mágicas del Callejón Diagon. El niño Harry, el que vive bajo unas escaleras, bajo el yugo de sus tíos, acaba de descubrir que es una leyenda, un mago con una marca en la frente que le conecta con Quien No Debe Ser Nombrado, el tenebroso Lord Voldemort, asesino de sus padres y con quien, hace veinte años, comenzó a librar la última batalla de una guerra que culminó después de siete libros. Aquel inicio fue 'Harry Potter y la Piedra Filosofal'.
Desde entonces, más de 4.100 páginas (según ediciones) repartidas en siete volúmenes de los que se han vendido más de 500 millones de copias publicadas en 80 idiomas y que, y siguen subiendo, hasta hoy han generado ingresos superiores a los 7.400 millones de euros. No, no es una errata. Y siguen subiendo. Y sin contar las películas y el merchandising porque, entonces, la cifra, también difícil de cuadrar ya que, por tercera vez, sigue subiendo, llegaría a los 22.000 millones de euros. O más. Increíble.
Mediados de los noventa. No es el ferrocarril que sale del andén nueve y tres cuartos, sino otro bastante más mundano, uno que cubre el trayecto Manchester-Londres, pero en uno de los vagones viaja una tal Joanne Rowling, cuyo primer relato escrito siendo niña fue el de un conejo que se llamaba Conejo. Allí, en el tren que anuncia su partida con retraso, Rowling imagina qué ocurriría si, de pronto, alguien descubriera que es un mago. Algo no premeditado. Según contará una y mil veces, un fogonazo, una inspiración aún inexplicable. Al fin, tras una docena de negativas, la editorial Bloomsbury acepta publicar sus andanzas, aunque el consejo que recibe la escritora es que, a fin de limitar las patéticas reticencias que un nombre femenino puede causar en la mayoría de los lectores, firme con dos iniciales. Rowling añade, pues, la K de Kathleen, en honor a su abuela a su jota y... Y el resto es historia. Años de trabajo que terminan de dar forma a un universo mágico imposible e increíblemente coherente en el que Rowling engarza las leyendas enraizadas en el subconsciente colectivo de sus lectores con las realidades sociales y políticas de la actualidad, todas ellas redibujadas para el joven huérfano Potter. Fue el 26 de junio de 1997. Por estos lares, sucedió el 1 de diciembre de 1998.
Para sus detractores, Rowling no inventa nada, solo junta mitos e historias para no dormir en una coctelera. Sí; algo tan sencillo que nadie fue capaz de hacer antes.
Historias como el miedo ancestral a las arañas que conducen a un Bosque Oscuro, ese lugar negro en que todos los lectores se han perdido alguna vez y, más importante, en que quizás encuentren la sangre más plateada y brillante, cual es una lágrima de unicornio. O la brujería primigenia y obvia, mujeres montadas en escobas si bien, para la autora, no solo sirvan de medio de transporte sino como herramienta para jugar al quidditch, un deporte que hoy cuenta incluso con un campeonato mundial real o, desde luego, las mismas varitas, pese a que éstas no acaben en una estrella de cinco puntas. Esas brujas solían llevar un sombrero picudo de ala ancha. Ahora resulta que uno de ellos, marrón y anciano, tiene vida propia y distribuye a los alumnos en las cuatro casas de un colegio, Hogwarts.
Y la sangre. La sangre no sólo como vida o muerte, sino como instrumento reivindicador de que la xenofobia es letal, sea entre realidades sexuales, de razas o de magos puros o mestizos, los sangre sucia, según se hayan relacionado con muggles (no magos) o no.
Ahora, veinte años después, Harry Potter regresa, y alrededor del mundo los homenajes, lecturas, exposiciones, se sucederán. Los lectores descubrirán cuatro nuevas ediciones de 'La piedra filosofal', idénticas, pero con portadas diferentes según cada cual sea amante de Gryffindor, Slytherin, Hufflepuff o Ravenclaw. Sin embargo, por encima de todo ello levitará la figura de un viejo mago, tan brillante como irritante merced a su gusto por los mensajes encriptados, el ilustre Albus Dumbledore. Así que no cabe más que concluir con su frase más brillante: «Antes de comenzar nuestro banquete, quiero decir unas pocas palabras. Y aquí están: Papanatas! Llorones! Baratijas! Pellizco!...»
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