
Ignacio Latierro | Fundador de la librería Lagun
«Llevar escolta me hizo más librero todavía porque dentro de Lagun me sentía seguro»Secciones
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Ignacio Latierro | Fundador de la librería Lagun
«Llevar escolta me hizo más librero todavía porque dentro de Lagun me sentía seguro»Aunque lleva ya algún tiempo retirado, Ignacio Latierro (San Sebastián, 1943) vive los últimos días de la librería Lagun, de cuyos fundadores es el único ... superviviente, con la tranquilidad que da asistir a un hecho ya asumido. La conversación con el librero se centra en los avatares que ha experimentado su oficio en los cincuenta y cinco años transcurridos desde que comenzó a ejercerlo, pero resulta inevitable que una y otra vez se cuelen en la charla los episodios de violencia contra el establecimiento bajo los que tuvo que trabajar. Durante años, Latierro se vio obligado a llevar escolta, en la calle y también dentro del local, una circunstancia que vista con la perspectiva que da el tiempo, piensa que le «hizo más librero todavía. Me empujó a pasar más tiempo en la librería porque era un lugar seguro».
– ¿Cómo se siente estos días?
– Ya los vivo con cierta tranquilidad, con una vida en buena medida cumplida en lo que respecta a mi vocación y profesión. Además, como ya hace algún tiempo que vivo con la conciencia de que esto tenía que ocurrir, ahora lo vivo con cierta tranquilidad. Ahora bien, he pasado un año muy, muy malo, sobre todo por la enfermedad y el fallecimiento de mi mujer (Rosa Cuezva). Ahora más o menos estamos... Bueno, la vida continúa.
– ¿Quién era Ignacio Latierro en 1968? ¿Alguien que soñaba con ser librero o la vida le llevó por ese camino?
– Entre las ideas más o menos fantásticas que tenía, estaba la de ser librero, aunque también director de cine o periodista. En realidad, era un empleado de banca muy lector y muy aficionado al cine. Conozco a María Teresa Castells, que sí quería ser librera y como no pudo trabajar en ningún establecimiento local, se animó a montar el suyo. Nos conocíamos por actividades culturales, pensó en mí y así me convertí en librero. Y encantado.
– ¿Le ha gustado serlo?
– Sí, sí... Ha tenido sus inconvenientes, pero sí.
– Se ha idealizado mucho el oficio, con multitud de novelas que cuentan historias de librerías.
– Se ha idealizado demasiado la capacidad del librero a la hora de recomendar y de tener una cultura muy amplia. La verdad es que es un trabajo que exige tanto tiempo que leemos mucho menos de lo que se cree. Lo que sí desarrollas es una cultura muy amplia, seguramente muy superficial, en la que acabas sabiendo de temas que no son tu primera preocupación. Y además, no sólo influyes tú en los clientes, sino que también sucede al revés. En Lagun hemos tenido bastante de eso. Finalmente, está la capacidad para saber con qué tipo de cliente estás tratando.
– ¿Le agobiaba ejercer de prescriptor de los clientes?
– En algunos casos, sí, porque sabía que lo que yo quería recomendar, a algunos clientes no les iba a gustar. En los noventa, el periodo comercialmente más vivo, funcionó una cierta cadena: una editorial publicaba un libro, determinada crítica era favorable y lo recomendábamos ciertas librerías. Esa confianza luego se ha roto absolutamente.
– ¿Cree que eso ya no existe?
– Yo creo que no. Los suplementos culturales de los periódicos son peores porque a las empresas no les importan nada. Su importancia no era que tuvieran grandes artículos de fondo, sino que establecían un sistema reconocible de recomendaciones.
– ¿Es el propio San Sebastián en el que nació Lagun el que ha dejado de existir?
– Algo de aquella época queda, pero ha cambiado mucho, sí. Cuando abrimos era una ciudad muy tradicional. En un Día del Libro dedicamos un stand a Gabriel Celaya y causó un escándalo entre la buena sociedad donostiarra, no porque fuera comunista, sino porque era un señor separado que había elegido la poesía en lugar de ser gerente de empresa. Por otra parte, era un San Sebastián con más elementos dinámicos y plurales que ahora, con más capacidad de encuentro entre diferentes. El surgimiento de ETA fractura la sociedad vasca y frustra ese ambiente.
– Esos ambientes opresivos y reaccionarios suelen generar una contestación en la dirección opuesta.
– Eran tiempos de cambio. Hay un 68 francés, pero también un 68 donostiarra. Hay una efervescencia teatral, un desarrollo de los cineclubs, surge la Galería Barandiaran... Es cierto que a la vez que permanece una sociedad muy tradicional, que creo que sigue existiendo, hay una eclosión cultural. La explosión del antifranquismo tiene que ver con una reacción contra la estrechez cultural y la censura.
– En ese instante, Lagun se convierte en una referencia para la gente que busca libros 'difíciles' de encontrar... con el consiguiente riesgo de multas y sanciones.
– No, ahí también hay algo de mitificación. Al régimen no le preocupaban los libros. Los problemas más serios tuvieron que ver, por un lado, con los ataques de los Guerrilleros de Cristo Rey, y por otro, con actuaciones directamente políticas, como hacer huelga contra el Proceso de Burgos. Las actuaciones de los inspectores del Gobierno Civil respecto a los libros eran rutinarias y ridículas: ni sabían qué libros buscaban, sólo que todo libro editado en el extranjero debía tener un sello del Ministerio. Eso llevó a que nos levantaran un acta por vender 'El Príncipe' de Maquiavelo porque era una edición de Losada Argentina sin el correspondiente sello. Lo más característico de librerías como Lagun, no era que tuviéramos libros prohibidos, que también. Los más políticos, que eran los de Ruedo Ibérico, los comprábamos todos en Hendaya. Lo que caracterizaba a librerías como Lagun era la configuración de la oferta, con preponderancia del marxismo. Ahora pienso que en sus inicios Lagun era bastante deficiente en su oferta de clásicos, cosa que después fue una seña de identidad nuestra, con el asesoramiento del profesor Joaquín Forradellas.
– Usted conocía cada estantería de Lagun de memoria. Sabía dónde estaba cualquier libro por el que se le preguntara. Ahora el librero recurre al ordenador...
– Hasta el año 2000, no teníamos ordenadores. Y se controlaba muy bien. En Urdaneta, con el doble de títulos, no sé si hubiera sido capaz, aunque creo que todavía los controlaba bastante. Eso era lo bueno y lo malo de Lagun porque, en buena medida, la librería era la biblioteca personal que a María Teresa y a mí nos hubiera gustado tener. A lo mejor estaba muy condicionada por nuestros gustos, aunque también teníamos lo que había que vender aunque no nos gustase.
– Lo que sí ha tenido Lagun, y es algo con lo que cualquier librería sueña, es una comunidad de lectores-clientes.
– Lo que pasa es que es una comunidad cambiante. Pero es verdad que en su evolución, Lagun pasa de ser en sus orígenes un referente del antifranquismo, pero en un sentido muy general, a ser una librería más asentada, con poso y con una oferta inhabitual en otras, más centradas en las novedades.
– ¿Qué perdió Lagun en su tránsito de la Plaza de la Constitución a la calle Urdaneta?
– Nos dejamos el emplazamiento, para mí, muy importante, porque yo nací en la Parte Vieja. Con el cambio de local, crecimos y eso tuvo sus ventajas, pero también sus inconvenientes. Quizás el habernos visto obligados a ser aún más selectivos hubiese sido mejor.
– Le pasó lo peor que le puede suceder a un lugar de placer: convertirse a su pesar en un símbolo cívico.
– Sí, no lo buscamos, ni nunca creímos que íbamos a tener ese riesgo, pero así fue.
– Iba gente casi por motivos de conciencia cívica.
– Estaban tan ligados la presión, el sentimiento de frustración y la incertidumbre con lo que nos iba a ocurrir, y las manifestaciones de solidaridad, que con el tiempo ves que Lagun se ha convertido en una comunidad de ciudadanos.
– Me dirá que no, pero llegado el momento del cierre, ¿echa en falta que alguien... se disculpe?
– No, no, no. Como todo ser humano, tengo curiosidad. Tendrán ahora sus cincuenta años y quisiera saber qué ha sido de los que quemaron libros y, sobre todo, qué piensan de lo que hicieron. pero no está en mi mano saberlo. Lo de las disculpas, no.
– Una vez trasladado a Urdaneta, ¿afectaba a su trabajo el tener escolta en la librería?
– Afectaba a mi vida personal, pero a mi trabajo, no. Pienso que me hizo más librero todavía. Me empujó a pasar más tiempo dentro de Lagun porque era un lugar seguro. Y cada vez me daba más pereza ir al cine o a un concierto con los escoltas detrás. Seguramente me hizo más espectador de cine en mi pantalla, más melómano en mi tocadiscos y también, más librero.
– Los clientes estaban acostumbrados, pero visto ahora, entrar en una librería con un escolta dentro es una situación insólita.
– Es una locura. Es muy difícil de explicar. Cuando cuentas la historia en sus rasgos más generales, siempre te preguntan: «¿Y cómo aguantasteis?» Pues porque era algo tremendo, con una banda criminal pudiendo asesinarte y con cierta falta de protección pero, por otro lado, la Parte Vieja era mi barrio. El año 2000 empezó con el asesinato de Fernando Buesa, y después Juan Mari Jáuregi y José Luis López de la Calle, que habían compartido conmigo toda una vida política. Sin embargo, con alguna angustia, seguí yendo a la librería y algún día, no todos, miraba debajo del coche. Sabía que había contravigilancia de la Guardia Civil, pero la vida seguía. Cuando atentaron contra José Ramón Recalde, Rosa y yo estamos de vacaciones. Nos enteramos por televisión: «Atentado en Igeldo». Yo no reaccioné, pero Rosa dijo: «Ramón». Y efectivamente, llegamos de madrugada y al día siguiente en el hospital, todo el mundo con el que me cruzaba me decía lo mismo: «Escolta, Ignacio», «escolta, Ignacio», «escolta, Ignacio». El mero hecho de trasladarnos de la Plaza de la Constitución a Urdaneta permitió trabajar con una cierta tranquilidad. Era una situación en la que se mezclaban el riesgo extremo y la vida cotidiana más o menos regular y normal.
– Al final hay que hacer una lectura marxista del cierre de Lagun: el mercado ha sido letal.
– A lo mejor, los años también. No sé. La continuidad de una librería como Lagun era complicada. De hecho, antes que nosotros han ido cayendo otras, como Cinc d'Oros en Barcelona, con la que teníamos mucha vinculación porque quien fue su gerente muchos años, Pablo Bordanova, hubiese sido el colaborador de María Teresa en Lagun, de no haber tenido esa oferta laboral. El de librero es un tipo de oficio cuya supervivencia resulta muy difícil en el mercado actual porque no trabajas en los terrenos que sustentan a algunas librerías, como el libro de texto;has perdido el soporte de la librería generalista;y lo que te quedaba como referente específico tuyo –el libro de fondo–, Amazon te lo manda con un clic. Te queda exclusivamente el cliente que mantiene el gusto por tocar los libros y por dejarse sorprender dentro de la librería.
– Visto lo visto y la reducción de las ventas, ¿se podrían haber hecho algunas cosas de otra manera?
– Yo no hubiese sabido hacerlo de otra forma. Es posible que haya otros nichos de mercado, pero yo sería incapaz de encontrarlos. De hecho, la librería de 1968 es muy parecida a la de 2023, al menos, en su relación entre libreros y clientes. Eso ha variado muy poco. Otra cosa son las modas y las temáticas más en boga, pero la relación del librero con el negocio y con los clientes seguramente no ha cambiado mucho.
– ¿Qué consejo daría a quien quisiera abrir ahora una librería?
– Dos. Por un lado, que tenga la vocación de la lectura, aunque luego lea mucho o poco. Ypor otro, que los horarios, las vacaciones y el tiempo que le dedican a la librería no sea lo fundamental para él.
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