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JULIO ARRIETA
Domingo, 13 de noviembre 2022, 12:52
Es la antigüedad más reconocible pero en realidad menos conocida por los vizcaínos y vascos en general. El ídolo de Mikeldi, que se conserva en el claustro del Museo Vasco, en las siete calles de Bilbao, es un enigma arqueológico genuino. Se trata de una pieza arqueológica autóctona descontextualizada de la que es difícil hasta determinar la posición original exacta. Pero es que además sus paralelos, sus 'primos', los llamados verracos de piedra que se reparten por las provincias de Cáceres, Salamanca, Zamora, Ávila, Toledo y Segovia, más parte de Portugal, han resultado ser familiares incómodos. Por cuestiones ideológicas, la historiografía vasca ha esquivado esta escultura de piedra arenisca, lo que ha perjudicado su estudio. Así lo afirman Luis Valdés, Isabel Arenal, Martín Almagro-Gorbea y Arturo Aldecoa Ruiz en 'Luminoso ídolo oscuro: Miqueldi, historia y significado', la primera monografía que se le dedica a esta talla de la Edad del Hierro, un libro en el que repasan su historia y las interpretaciones que ha generado, para plantear qué función pudo tener y quién la pudo crear.
Esta pieza protohistórica no apareció en una excavación arqueológica. Se tuvo noticia escrita de él por primera vez en una curiosa obrita del hidalgo durangués Gonzalo de Otálora Guissassa, impresa en Sevilla en 1634. En 'Micrología geográfica del asiento de la noble merindad de Durango', este «señor de Olabarria» explicaba que en dicha merindad había una ermita juradera, la desaparecida de San Vicente, donde se hallaba «una gran piedra así monstruosa en la forma, como en el tamaño, cuya hechura es una abbada o rinoceronte, con un globo grandísimo entre los pies, y en él tallados caracteres notables, y no entendidos, y por remate una espiga dentro de la tierra. Está en campo raso –causa de mostrarse deslavado–. No se tiene memoria de él, si bien corre por ídolo antiguo», concluía.
Esta referencia fue recogida por autores posteriores, entre los que destacó el padre agustino Enrique Flórez. En 'La Cantabria, disertación sobre el sitio y extensión que tuvo en tiempos de los romanos' (1768), atribuyó la figura a los cartagineses, nada menos. De hecho, la interpretó como un elefante.
Esta relación del ídolo con agentes foráneos, no era inocente, porque pretendía minar las tesis vascocantabristas. Y no gustaría a algunos autores posteriores, sobre todo a los fueristas, celosos de la idealizada singularidad y milenaria independencia de Vizcaya. En esto destacó Antonio Trueba, que solo quiso ver «un mochigote», una fallida y abandonada talla medieval. Una curiosidad que merecía conservarse, pero sin mayor trascendencia. Esta discusión interpretativa condicionaría las lecturas posteriores del ídolo, que fue desenterrado por Trueba y Delmas en 1864, vuelto a enterrar y por fin, cedido en depósito por los industriales durangueses Larrañaga y Ortueta y trasladado al Museo Vasco de Bilbao en 1919, donde se exhibe ahora.
El ídolo de Mikeldi fue convertido en una rareza incómoda. Pero ¿Qué es esta escultura? ¿Quienes la hicieron? ¿Para qué?
De entrada, Valdés, Arenal, Almagro-Gorbea y Aldecoa determinan que efectivamente, el ídolo de Mikeldi es un suido, un jabalí, 'Sus scrofa linnaeus' para ser más precisos. A diferencia de algunos de sus monumentales 'primos', como los famosos toros de Guisando de Ávila, se le puede llamar 'verraco' con toda propiedad. El término se refiere al suido macho que se utiliza como semental y aunque el de Mikeldi no conserva los genitales, «la observación de la pieza demuestra que los tuvo marcados» en su día, comenta Valdés.
«Esta singular representación, de compleja e incómoda ubicación en la historia vizcaína, es un producto de la cultura local cariete del s. IV-III a. C.», dice el libro. los carietes, o caristios, citados por Claudio Ptolomeo y Plinio El Viejo, eran la etnia que habitaba el territorio comprendido entre los ríos Deba y Nervión, o sea casi toda la actual Bizkaia y parte de Álava. «Hoy sabemos que esta gente estaba inmersa en la cultura común céltica de Hispania, con sus particularidades», añaden los autores.
El ídolo estaba situado originalmente «en la margen izquierda del río Ibaizabal, en el lado occidental del camino de la Meseta, poco antes de un vado y en el confín sur del territorio político» del oppidum o gran castro de Marueleza, en Nabarniz. Como comenta Valdés, debió de actuar «como una especie de tarjeta de presentación» comprensible para quienes llegaban al territorio con un semejante fondo cultural. Un hito de marca con un mensaje simbólico incluido cuyo significado se ha perdido pero cuya importancia debió de pervivir, pues la escultura se cristianizó asociada a un lugar sagrado en el siglo X, una ermita juradera.
El ídolo debió de representar a una divinidad, «semejante a Lug - Teutates» de los galos, cuyo animal asociado era el jabalí, con algunas de cuyas representaciones en monedas, tiene paralelos que incluyen el disco que el ídolo de Mikeldi tiene entre las patas, posiblemente un símbolo soli-lunar.
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Ángel López | San Sebastián e Izania Ollo | San Sebastián
Fermín Apezteguia y Josemi Benítez
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