![Aire fresco para los sonidos clásicos](https://s2.ppllstatics.com/diariovasco/www/multimedia/2024/07/25/96587313-kP0--1200x840@Diario%20Vasco.jpg)
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El Kursaal nos recibió a telón bajado, que comenzó a elevarse -qué bello es eso y qué poco se estila- con los primeros acordes de 'Maria de Verdade', el pistoletazo inicial de la extensa lista repleta de breves piezas que Marisa Monte se trajo ... a Donostia. 24 canciones en noventa minutos es una virtud que todo el mundo debería defender. A los paracaidistas les hace más llevadero el salto. Y a los fans les permite escuchar un montón de canciones en boca de su adorada.
Porque los números de Marisa son de aúpa. En el mundo real (15 millones de discos vendidos) y el virtual (más de seis millones de suscriptores en los distintos canales de escucha digital). Los seguidores brasileños, presentes en el Kursaal en un número reseñable pero no abundante, animaron sin parar a su ídola y disfrutaron como pocos de las distintas interpretaciones de la música que tanto éxito tiene en su país de origen.
No vamos a discernir sobre los 24 capítulos, pero podemos confirmar que algunos pasajes fueron mainstream en el sentido más occidental ('Ainda Bem'), otros buscaron las cosquillas de PJ Harvey ('Infinito particular') y varios se desplegaron sobre ese pop preciosista ('Ilusion', 'Belleza antigua') que funciona aquí, allá y en cualquier planeta por descubrir.
Aunque lo predominante en la tarde del jueves fuera lo añejo y clásico. La bossanova más tradicional ('Carinhoso', 'Elegante', la preciosa 'Diariamente') y algo marítima ('Beija Eu') con los viajes cubanos ('De mais ninguem'). Gozamos de su visión del pop eterno (fue delicioso dejarse mecer en 'A primeira') y la posible influencia Beatle ('A sua').
La banda de señores que le acompañaba aportó su granito en los buenos minutos que emigraron a los años 70 ('Tema de amor', 'A menina danza', 'Eu sei'), los viajes ácidos ('Carnavalia'), el regusto soul ('Pra Melhorar') y el rockero tribalismo ('Já sei namorar').
Todo ello capitaneado por la risueña expresividad corporal de una Marisa que tomaba el micrófono más como pista que como faro. Su voz llegó en un rango vocal cómodo, sin excesos ni saltos, algo ahogado al comienzo de la noche y tremendamente aplaudido tras el bis final.
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