Hace dos años que Izaro Andrés (Mallabia, 1993) decidió parar. Bajar las revoluciones a una rueda cuya velocidad le estaba costando seguir y echar un vistazo por el retrovisor al camino recorrido. Solo después pudo poco a poco visualizar un nuevo comienzo, una especie de ' ... cero de enero' —como ella lo define— o de prólogo de un nuevo año, de una nueva Izaro. Así surgieron las canciones a las que dio a luz en un primer concierto en el Kursaal que se llenó cuatro días después de su 30 cumpleaños. Este miércoles volverá a cantarlas en 'su' ciudad, a unos pocos metros de ese mismo auditorio, y sobre el escenario que la Zurriola acoge durante este 59 Jazzaldia (20.45 horas).
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– ¿Le resultó extraño volver a salir a un escenario tanto tiempo después?
– Fue extraño, como muchas cosas lo fueron. Estaba con muchas ganas y al mismo tiempo con mucho vértigo. En todo ese año sabático-mediático, una de las cosas que hice fue dejar de tocar, porque realmente ya en los últimos conciertos no me sentía a gusto. Era como que no estaba para nadie. Y sí, en el Kursaal tenía unos ciertos nervios de salir y sentir que podía volver otra vez al punto de partida, pero no fue así. Sentí la intensidad de la primera vez y es que nunca había estado tanto tiempo sin tocar. Ver el Kursaal lleno impacta un montón.
– Regresó además con un cambio de estilo, de show, de montaje escénico, de vestuario... ¿Le gusta eso de la 'nueva' Izaro?
– Sí me gusta. Todo cambia en cuanto vamos cambiando nosotros, ¿no? Las personas cambiamos también nuestros peinados, nuestra forma de vestir, nuestra forma de hablar, con quién salimos, las cosas que hacemos... Realmente creo que también mi música es un poco reflejo de la vida de una persona. Mientras cambie yo, pues cambian también mis eras artísticas.
Cartel: Izaro + Larkin Poe.
Día y hora: Este miércoles, a partir de las 20.45 horas.
Lugar: Keler Gunea, en la playa de la Zurriola.
Entradas: Gratuita.
– Nació un 31 de diciembre o, lo que es lo mismo, un cero de enero. ¿Con este disco tenía la necesidad de un nuevo renacer?
– Sí, sí, como un nuevo cumpleaños. Para mí es un renacimiento total. Además, justo hice 30 años cuando salió el disco. Todo está muy medido: el videoclip dura 30 minutos, porque es la edad que cumplí. Quería que fuera la 'Izaro 3.0' y que todo estuviera vinculado a una nueva década. Para mí es como empezar de nuevo. Fíjate, yo siempre he cantado mucho en mi casa y había dejado de hacerlo. Solo cantaba sobre un escenario o para grabar y, cuando me cogí ese retiro, me costó seis meses empezar a cantar de nuevo por casa. Imagínate cuánto necesitaba limpiar: medio año de silencio total.
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– Y sin embargo, acaba de anunciar que una vez termine esta gira se tomará un descanso indefinido.
– Quiero tomarme las cosas paso a paso, creo que así las disfruto mucho más. Si suceden y acaban, están limitadas en el tiempo, y así diviso en el horizonte tiempo para descansar. Al final lo que necesitaba era conciliar la vida con el trabajo y es verdad que amo este oficio, pero es un trabajo muy sacrificado. Tener ese horizonte de pausa hace que todo el tiempo que esté trabajando lo esté disfrutando, porque sé que se acaba. Lo doy todo en ese momento, sabiendo que luego paro, y es mucho más saludable.
– ¿Ha pensado qué hacer en ese tiempo?
– Tengo muchas cosas pensadas, pero me las guardo todas para mí.
– Me parece bien. Nuestra última entrevista fue antes del Velódromo, y parece contradictorio que a veces el momento de tocar techo pueda ser el mismo de tocar fondo. ¿Fue ese su punto de inflexión?
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– Totalmente. Además, cuando peor estaba era justo en la preparación del concierto en el Velódromo. Entonces ya estaba yendo a terapia y mi psicóloga me decía que aquel podía ser un buen momento para plantearme cuáles eran los problemas y cuáles las soluciones. En mi cabeza estaba luchando contra el ruido y el odio, y saber que me estaba esperando un Velódromo lleno de gente que me quiere fue para mí como una brújula. Eso me ayudó un montón a tirar hasta el final y, una vez tiré hasta el fondo, dije: ahora tengo que respirar.
– ¿Y no cuesta más tomar esa decisión justo cuando está en la cresta? Porque claro, la vida del músico es hacer equilibrios en una fina línea entre estar en el foco absoluto o desaparecer y que nadie se acuerde de ti.
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– Sí que tuve esa sensación... no tanto por que el público me olvidara, porque tiene una noción del tiempo más humana, y normalmente se entiende que puede haber descansos entre gira y gira, o entre disco y disco. Pero sí que me daba miedo que me abandonara el algoritmo, porque ese sí que no perdona. Me preocupaba cuánto me costaría luego remontar si desaparecía un tiempo. Y me costó bastante. Los datos lo han reflejado. Mi canción 'Cero' habla de eso cuando dice «itxaron baina ez espero». También es difícil económicamente mantenerse a flote estando un año sin girar, así que ese fue el límite que me di para sanar y ahora estoy genial. Esta gira está siendo el triple de intensa que la de 'Limones', pero me cuesta el triple de menos.
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– Me han contado que una chica en Buenos Aires se le acercó y le mostró un tatuaje con una frase suya, ¿no es así?
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– Es muy fuerte. Es que son cosas que pienso que nunca pueden pasar y cuando pasan me quedo... También un día estaba de visita en el Rockefeller de Nueva York con una amiga que vive allí y me reconoció un grupo de chicas. Sería casualidad, pero jolín, cuando te paras a pensar son cosas fuertes.
– Viene de actuar en Texas, Colombia, México... pero en esta gira también pasa mucho por casa. Le van a dar la medalla de la Diputación.
– (Ríe) Considero que mi hábitat natural es el teatro o el auditorio. Cuando estuve mal, sobre todo evitaba tocar en sitios donde había mucha gente, pues el ruido y la masa me echaban para atrás, necesitaba mi intimidad. Y ahora que estoy bien, me encanta actuar en plazas súper grandes con muchísima gente. No es solo que esté a gusto, es que quiero salir a tocar, agacharme y ver a la gente cantando en primera fila. Y cuando voy a México y escucho a la gente cantar en euskera es brutal. Culturalmente aman mucho la música, son súper melómanos y respetan un montón a la gente que hace canciones. No entienden tu idioma pero te miran con unos ojos como de querer entenderte más allá.
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– Ya tocó en el escenario de la Zurriola en 2018, ¿es diferente a otros?
– Tengo un recuerdo súper bonito. Me acuerdo de la puesta de sol, todo en color ámbar, la gente estaba tranquila, súper guapa vestida, y mientras unos se bañaban en la playa. Cuando canté por primera vez estaba súper nerviosa y le pedí un vestido a mi amiga y actriz Fariba Sheikhan que me dejó uno a rayas porque quería estar estéticamente acorde. También era la primera vez que tocaba con una pantalla gigante detrás y no podía dejar de mirarla (ríe). Pero bueno, realmente ver todos esos nombres en el cartel y el tuyo al lado te hace como cosquillitas.
– ¿Le siguen sorprendiendo las cosas que le suceden o uno se puede llegar a acostumbrar?
– Hombre, te acostumbras porque si no el sistema nervioso no puede aguantar que tú te descontroles emocionalmente. Si te vas a emocionar como si fuera la primera vez que te sucede, no sobrevives en esto. Te da un infarto. Nos hemos acostumbrado, pero sabemos que no es normal, que esto era inimaginable unos años atrás. Por nervios siempre estoy concentrada y tensa, eso sí, pero antes de los conciertos soy consciente que ya no pierdo la estabilidad.
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