Recogía David Byrne en su libro 'Cómo funciona la música' las variaciones que habían tenido las ejecuciones dependiendo de espacio escénico. Cómo las notas eran largas en iglesias y palacios -cosas de reverberaciones- y como la inmediatez se fue adueñando de los estilos cuando el ... cielo abierto o las paredes del pub les acogían.
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San Telmo bien pudiera aglutinar las ventajas de ambas opciones: el atrio por el que se cuelan los sonidos naturales, los arcos que expanden las notas sin difuminarlas. Y eso nos dejó entrever la actuación de Júlio Resende, la entrega de los músicos ante tan singular espacio.
En estricto traje 'normcore' Resende se dejó llevar por el lugar en un formato solista que tuvo varios intentos de ampliación: tocando el autor las maderas del piano por dentro, pulsando las cuerdas de las teclas, respondiendo con creatividad al móvil con el volumen al 11 que sonó en el arranque...
Intérpretes: Júlio Resende (piano).
Lugar: Museo San Telmo
Asistencia: unas 150 personas.
Su concierto fue una invitación a la capitulación frente a la felicidad. Las largas piezas –ninguna bajó de los diez minutos- podían partir de títulos fijos. Pero en sus manos trasladaron un entusiasmo que nos hizo abandonar el lugar con el corazón risueño, preparado y enérgico para el resto del día.
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Tan diverso como agasajador, el portugués demostró que las canciones no tiene localización. Ahí queda el divertimento sobre el 'Blowin' in the Wind' de Bob Dylan. Tormentoso en los interludios, disfrutando de las pistas que iba dejando los acordes originales con cierto sirimiri de fado. Demostrando, a fin de cuentas, que la fluidez de un sonido popular puede sentir su origen en Lisboa, Duluth o Andalucía.
Teoría confirmada con su interpretación del 'Barco negro' de Amalia Rodrigues (a quien ya le dedicara un disco en 2013): tragedia y melancolía, con fraseos 'sampleados' de nuestra copla y detalles dignos de Radiohead. No sería la primera incursión pop de Resende, habituado a saltar sobre piezas de grupos como Pearl Jam y Pink Floyd.
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«¿Qué hora es?», dijo pasados cincuenta minutos, saliendo del caparazón artístico en el que se había metido. «Pronto», dijo un espectador, expresando el sentir popular ante la hermosura del evento y la satisfacción por el regalo recibido.
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