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Esta no es la historia de un pirata temible. La de aquel corsario inglés que hacía temblar los puertos del Caribe cuando olían la pólvora de su trabuco. Aquel fue otro William Parker. El nuestro viene del otro lado del charco, cambia el sombrero de ... tres picos por una particular gorra pesquera y su arma es un imponente contrabajo con el que se ha convertido en uno de los mejores improvisadores del free jazz. Por eso este año recoge el premio Donostiako Jazzaldia y por eso el público del festival le va a acabar viendo hasta en tres ocasiones sobre el escenario: a dúo en San Telmo; este sábado en la 'Trini' en cuarteto; y este domingo, por última, vez con su trío en el Victoria Eugenia (12.30 horas).
– ¿Le sorprendió que le concedieran el premio del Jazzaldia? ¿Cómo recibió la noticia?
– Claro que me sorprendió mucho recibir un premio, porque siempre te sientes como subestimado o inseguro en tu interior. Nunca he sentido esa presión por ganar algo, así que fue una grata sorpresa.
– Un año de reconocimientos, pues también recibió el que reconoce su trayectoria en el Vision Festival, que hay quien rechaza pues parece que supone el fin de una carrera.
– Bueno, espero que no lo sea. Y si lo es, pues lo será, pero espero que no. Hay más por hacer. Disfruto tocando y haciendo lo que hago, así que me gustaría hacerlo tanto como pueda. Solo puedo decir que los premios son solo publicidad para arrojar luz sobre mí y luego poder brillar. Si esto sirve para que quien toque conmigo también tenga ese foco sobre él, será bueno para mí y para todos.
Cartel William Parker Trio.
Día y hora Este domingo, a las 12.30 horas.
Lugar Teatro Victoria Eugenia.
Entradas 20 euros.
– Ray Brown, Charles Mingus, Ron Carter son los contrabajistas que le han precedido como premiados. ¿A quién incluiría en esa lista?
– No te sabría decir... Pero tengo anécdotas con Charles Mingus. La primera vez que le conocí fue en un mes de julio en Nueva York. Yo iba a un ensayo en Broadway, pero no llegué a tiempo y me puse a tocar el contrabajo en la calle. Entonces apareció Mingus en una limusina, vestido con un esmoquin, salió y se sentó a escucharme tocar durante unos 15 minutos. Luego se fue. Al cabo de un tiempo me vio cruzando una calle, me paró y me preguntó: '¿Sigues tocando?' Le dije que sí, y me contestó: 'Vale, pues sigue haciéndolo'. La segunda vez que conocí a Mingus fue en un sueño. Tengo sueños raros. También soñé que Miles Davis robaba mi viejo Dodge del 72 y a cambio me dejaba su Ferrari.
– Qué raro. Oiga, el festival le va a escuchar este año en tres diferentes formatos. Háblenos del último, su trío japonés.
– Bueno, he tocado a trío con Ikuo (Takeuchi) y Eri (Yamamoto) bastantes veces y estamos muy familiarizados con lo que hacemos, aunque cada vez sea diferente. No estoy muy seguro de qué es lo que vamos a tocar. El año pasado grabé un disco llamado 'The Wisdom of Winos' dedicado al cineasta japonés Akira Kurosawa, y quizá haya algo de eso. Fui a Japón por primera vez en 1986, toco la flauta japonesa, y siempre me ha interesado la idea del ritual, el espacio, el silencio y la naturaleza de esta cultura. Cuando tocas bebop no hay silencio, no hay espacio, no hay luz. Pero ellos tienen una manera particular de contemplar la música. No intento imitar esta cultura pero sí familiarizarme y dejarme inspirar por ella.
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Carlos Rodríguez Vidondo
– ¿Qué recuerda sus inicios? ¿Ha cambiado tanto la escena de jazz neoyorquina?
– Digamos que el negocio de la música nunca ha sido realmente bueno. Cuando tocaba con Cecil Taylor, él siempre decía que éramos trabajadores temporales. Trabajábamos cuando podíamos. Pero la música en sí siempre está mejorando, nunca falla, siempre se hace más fuerte. El único problema en New York son los alquileres. Primero los músicos se trasladan de Manhattan a Brooklyn, y cuando suben el alquiler en Brooklyn se tienen que mudar a Nueva Jersey. El negocio siempre ha sido malo, pero la parte creativa de la música ha sido excelente y nunca te defrauda.
Como curiosidad, es intérprete de extraños instrumentos tradicionales como el gumbri, el shakuhachi o el donso ngoni. ¿Cómo se acercó a la música étnica?
– Gumbri es un instrumento de Marruecos, el donso ngoni empecé a tocarlo con Don Cherry en el 77, y el shakuhachi es una flauta de bambú que descubrí en mis viajes a Japón. También toco instrumentos de metal como la tuba, la trompeta de bolsillo y el cuerno de caza. Ahora he conseguido comprar un instrumento vasco, el txistu, y lo usaré en mis conciertos.
– ¿Cómo explicaría a quien está en el patio de butacas lo que sucede al tocar free jazz sobre el escenario?
– Crecimos escuchando rhythm and blues. Pero el 'free' es intentar entrar en un ritmo sin tocar ese ritmo, solo sintiendo el latido del corazón. Cuando tocaba con Cecil Taylor, mucha gente me preguntaba: 'Bueno, ¿y qué tenías que hacer? Cecil no te decía lo que tenías que hacer, eras libre de hacer lo que quisieras. Tu trabajo era sintonizarte como una antena y dejar que su luz te atravesara. Recuerdo que podía tocar una samba, podía tocar una bossa nova, podía tocar un vals, podía tocar una polca, podía tocar bebop. Podía tocar cualquier cosa. La música es libre pero hay que tener disciplina.
– ¿Qué tal ve a las nuevas generaciones del jazz?
– Muchos de ellos están sobreeducados. Han ido a la escuela, pueden leer muy bien partituras y lo hacen todo correctamente, pero no están realmente acostumbrados a escuchar en tiempo real. Es como intentar aprender algo de un libro de texto mientras conduces un coche. En esto no se pueden seguir reglas estrictas. Mire, todos decían que Louis Armstrong tocaba la trompeta mal. ¿Sí? Pues nos influyó a todos en la música, desde Billie Holiday hasta Frank Sinatra. Cada uno tiene su manera de interpretar, de gesticular, de comportarse... es nuestra genética. No le puedes pedir a Enrico Rava que toque más rápido, no, él no toca rápido.
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