Escrita por los guionistas televisivos Alberto Papa-Fragomén y Rodrigo Sopeña, avisan a los espectadores que van a ser unos bienaventurados porque «disfrutarán de un enredo con sospechas, polis, cacos, amor, estafas, tentaciones y hasta un cirio. Aquí todos tienen pecados que ocultar». Josema Yuste ... dirige y encabeza el reparto de esta función que se podrá disfrutar en el teatro donostiarra hasta el domingo.
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– Desde que Arturo Fernández hizo de sacerdote, no se veía un cura con tan buena percha en el escenario.
– Gracias por el piropo. Nunca había hecho un cura, pero es cierto que no me sienta mal el alzacuellos. Estrenamos en noviembre pasado y la verdad es que nos ha ido muy bien. En Madrid hemos llenado el teatro todos los días, de miércoles a domingo. Esto no me había ocurrido jamás. Así que la siguiente vez quizás vuelva a hacer de cura. ¡O de obispo!
– ¿En qué lío se mete esta vez su personaje?
– Esta es una comedia que no es de tanto enredo como otras que hice. Es más de misterio. Podemos buscar un símil en las series de televisión de Agatha Christie. En este caso hay un inspector y un ladrón; tenemos un posible robo de un cuadro de El Greco que posee una marquesa que es visitada por un cura. Uno de esos que va llevando estatuillas religiosas por las casas para que las tengan durante unas semanas. En este caso no es una estatuilla, ni es una virgen. Es un cirio. Todo en clave de humor de principio a fin, con gags muy divertidos y giros inesperados.
– ¿Esta vez también ha metido mano en el texto?
– No lo puedo evitar. Te mentiría si te digo otra cosa. Me sale mi humilde vena de guionista. En este caso, esta comedia está escrita por dos guionistas profesionales de televisión y buenos amigos. Lo han hecho pensando desde el primer momento en que la iba a estrenar yo.
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– ¿Ha retocado mucho?
– Meto mis cosas y, digamos, mi personalidad a los personajes. Más bien escribo ciertos gags y si me gustan, los voy incorporando a la medida de los personajes. Pero en esta ocasión como la obra venía muy bien escrita y muy divertida, se ha tenido que adaptar muy poco.
– De nuevo junto a Santiago Urrialde, uno de esos buenos secundarios de la comedia.
– Totalmente de acuerdo. Y también comparto escenario con Esther del Prado y Javier Lozano, con los que he trabajado también en 'Taxi'. Son actores con mucho oficio en la comedia. Porque para hacer comedia no vale cualquiera, lo digo con todo el respeto.
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– ¿Qué valor le da a la risa dentro y fuera del escenario?
– La carcajada es la risa a lo bestia, digamos. Es como si te tomaras un Lexatín o un Trankimazín. Te quedas relajado, a gusto, porque la risa genera endorfinas, que es la hormona de la felicidad. Durante el rato de la comedia estás siendo feliz. Y a posteriori, acordándote de algunas escenas también te sube un poco la felicidad al cuerpo. De modo que para mí la risa es una medicina natural y beneficiosa para la salud mental.
– ¿En la vida real es uno de esos humoristas muy serios?
– No es mi caso, no estoy ejerciendo de cómico todo el día. Termino la función y ahí se acabó todo, pero no soy serio y taciturno, como el payaso que se quita el maquillaje.
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– ¿Cuál es la principal virtud que debe tener un director?
– No sé si la principal, pero alguna de ellas sería conocer al actor que tienes enfrente, sus posibilidades, sus registros, sus máximos y sus mínimos. Y dejarle también la libertad suficiente para que no esté ni sometido ni encorsetado, pero sí dirigido.
– ¿Sigue prefiriendo actores implicados aunque no sean tan buenos?
– Sí, prefiero bajar un poco el listón de calidad, pero tener buen rollo. Ya le haré yo ser un poco mejor actor al dirigirlo. Una vez que la función comienza todos los actores deben luchar por la comedia, apoyándose unos a otros. El que tiene que servir, servir bien; y el que remata, rematar bien. Para mí es lo principal. Después si te puedes tomar una copa con ellos mejor que mejor.
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– ¿Por qué a la comedia casi no se la tiene en cuenta en premios teatrales como los Goya?
– Siempre lo he reivindicado. Me voy a atrever a decir que quizás es por complejo, porque consideran que la comedia y el humor son un arte menor, que no trasciende. Se equivocan porque el público no piensa así, gusta a millones de personas en el mundo.
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