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Sin perder un ápice de la pasión de aquel niño que con 7 años no pudo elegir entre clarinete y txistu -«de aquella salí ya ... multi-instrumentista», recuerda entre risas-, Juan Mari Beltran ha recibido el Premio Manuel Lekuona 2024 muy agradecido y casi con el susto en el cuerpo «porque en esa lista hay gente muy importante». Se le ilumina la cara cuando habla de Soinuenea y enumera todo lo que allí se puede «ver, encontrar y disfrutar». Destaca que el verdadero premio ha sido «el camino» y, sobre todo, poder compartirlo con «grandes personalidades» como el Padre Jorge de Riezu o el Padre Donostia. Y no piensa en dejarlo, porque la cabeza le bulle de proyectos.
– ¿Cómo recibe el premio?
– Primero con sorpresa. Ya que estuviera entre los nominados, pero estaba tranquilo porque entre cuatro pensaba que igual se lo daban a otro. Ahora hay que hacerle frente a este caramelo, hay que digerirlo (risas).
– Un caramelo que se suma al premio Ondare que recibió en 2021 por su «aportación a la música popular vasca». Junto al cariño que se le tiene en la cultura vasca, ¿se siente valorado en su justa medida?
– Sentirse valorado y arropado en el día a día por hacer tus tareas es, por un lado, que te valoren: cuando haces una visita guiada en el museo, cuando das un concierto, cuando vas a recoger unas melodías, unas canciones, unos bailes… Y luego está ya el oficial, que tiene otra dimensión, y también satisface mucho. En mi caso es muy especial y algo raro, porque uno de los primeros premiados fue el Padre Jorge de Riezu, con el que tuve la suerte y el honor de trabajar en la edición del cancionero del Padre Donostia. [Riezu] era muy sabio, aprendió mucho con él. En la lista hay gente muy especial, estar junto a ellos es otro premio, no considero que esté en esa división.
– El jurado sí, y en su resolución destaca «su divulgación multidimensional», dando una idea de lo que ha hecho. Con «cosas pequeñas» ha llegado a muchos sitios.
– Siempre he pensado que todo es muy importante. Recuperar el uso de las turutas para los niños también, aunque no se valore. Eso me llevó al mundo de las cosas pequeñas, de los juguetes sonoros, a plantear y presentar una especie de herramientas para la iniciación en la música en las culturas populares. No era algo nuestro, lo que decimos autóctono o particular es absolutamente universal, porque somos parte del universo. Como esa flauta de tres agujeros que tocamos que ahora le llamamos txistu y que es una flauta universal. Por eso siempre he querido transmitir 'conócete a ti pero conoce el mundo y sitúate tú en el mundo y mira el mundo desde tu lugar'.
– Ese afán de recuperar recopilar materiales sobre música popular le llevó a iniciar una aventura, casi una locura, que dura décadas. ¿Fue algo calculado con una meta?
– No, no (se ríe). Yo tenía mucha curiosidad. A los siete años, en Etxarri Aranatz, el director de la banda de músicos me dijo que faltaban clarinetistas y sije que sí. Según me iba me dijo '¿sabes qué es esto?' -un txistu-, le dije que sí. Faltaba uno en el grupo del pueblo y ya aquel día salí de multi-instrumentista. Ya me lo dijo mi madre, '¿no tenías suficiente con uno?'. A los once años tocaba en el grupo de txistularis y en la banda municipal de música. Disfrutaba mucho porque me gustaba y porque tocar en el kiosko te daba cierta categoría. Era un privilegio salir a tocar las fiestas de los pueblos con la banda, así fui por primera vez a San Fermín, tienes contacto con otra gente, bertsolaris… Muy gratificante. Fui entrando en grupos con Isidro Ansorena, luego Argia pero no el de Urbeltz, luego el Argia de Urbeltz con el que actué en Iparralde y, sobre todo, nos plantea su propuesta de que esto es otra cosa y nos pone en contacto con Oteiza.
– (…).
– Aquello cambió todo. Fue el primero que nos hizo ver que la música tradicional no era ni música vieja ni estática, que es la que está viva y se cambia, que tiene parientes y aspectos universales. Yo venía de la partitura, de no equivocarme, y ver que Maurizio Elizalde no tocaba dos veces la misma pieza me abrió otro mundo. Ahí, con 19 años dije 'vamos a intentar recogerlo todo'.
– ¿Cuándo viste posible Soinuenea?
– Fui acumulando por más de 20 años material, discos, música tradicional, etc. y llegó un momento en el que no encontraba lo que buscaba. Pensé en montar algo por mi cuenta, pero era imposible, y llegó el encargo de ayudar al padre Jorge Riezu en la edición del cancionero vasco del padre Donostia, 2.000 melodías con toda la información: dónde, quién, cuando, para qué… Tenía 95 años y fue prioritario. Toqué puertas y de las dos opciones, Oiartzun y el Gobierno de Navarra, me quedé con la primera porque estaba mejor localizado y me quedaba más cerca para ir y venir, porque tenía que documentar e inventariar todo en fichas. Es lo que hice del verano del 95 a 2022, cuando abrimos Soinuenea.
– Siete años que viendo el resultado merecieron la pena.
– Ha sido muy gratificante. Está en Oiartzun, pero es un museo para el país.
– De ese patrimonio, el jurado subraya que le ha sabido «dar una apariencia vanguardista», que entronca con su reivindicación de que «la tradición debe cambiar para estar viva».
– Es muy importante. De la escuela de Hernani han salido músicos que siguen ahí, creando algo actual pero con raíz. Y eso sigue alimentando la tradición, que no es más que transmisión. Si lo decimos hablando de música africana lo entendemos, pero con la vasca nos cuesta más.
– De ahí su pasión por transmitir a las nuevas generaciones, unir el pasado con el futuro.
– Es como entiendo la música tradicional, hacerlo desde hoy. El festival más vanguardista es el de Ventalló y tuvimos un éxito total con las txalapartas. La gente acabó de pie y nosotros muy emocionados.
– Como creador, ¿ha tenido la tentación de usar la IA?
– Estamos pillándolo y en un futuro vamos a utilizarlo para escribir partituras que tocaba Maurizio Elizalde. Pero para mí lo emocionante es que en un ensayo cotidiano ocurre algo en mi inteligencia artificial porque me he equivocado o me he perdido, no me daba cuenta de lo que estaba tocando y he escuchado algo nuevo que me ha interesado muchísimo.
– Muchas veces se ha unido tradición con rural, pero usted siempre ha tenido muy presente el mar.
– Mi padre trabajaba en el bacalao en Terranova y ha habido mucho marinero, a partir de los 15 años vivía muy de cerca del mar y me ha interesado el mundo de los marineros, es diferente del mundo de los nekazaris y baserritarras. He querido que aflore, porque es mucho más urbano y no se le ha dado importancia a esa tradición, como la música de plaza, las mazurcas, polcas, rigodones… Tenemos una riqueza impresionante.
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