Junto al tocadiscos

El escaparate de Bengoa era un campo magnético que te absorbía hacia el interior, de donde surgían sonidos inauditos y aparatos de última generación. Al bajar del colegio Marianistas tras las clases de la tarde, nos pasábamos a dar una vuelta por allí. Teníamos doce o trece años, y recuerdo muy bien aquel deslumbrante órgano Piper, con sus palancas de colores para combinar los distintos sonidos y sobre todo la caja de ritmos incorporada que dándole a un botón (bossa-nova, twist, rock, cha-cha-cha) generaba unos 'beats' sintéticos maravillosos e inimitables. Lógico que después me gustara el tecno-pop de los primeros 80, ahí estaba el germen, la magdalena proustiana de la 'rhythm box'. Recuerdo también el día que me atreví a pedir un catálogo del Piper, soñando que algún día pudiera tener uno, pero no ocurrió. Para alguien como yo que desde muy niño tuvo como sus juguetes favoritos el tocadiscos y el 'proyector' de Cine-Nic, todo lo que pudiera albergar esa tienda molaba. Mucho.

Dos o tres años más tarde, en 1976, llegaron las audiciones, con sesiones fastuosas, alentadas por el gran Gregorio Gálvez, al que ya escuchábamos con devoción inigualable: una de Rory Gallagher, y sobre todo 'A Trick of the Tail' (qué morbo escuchar lo primero de Genesis sin Peter Gabriel) y la primera copia llegada de 'Wish You Were Here' de Pink Floyd, con todos sus avances sónicos. ¿Hace falta recordar que no había internet ni spotify, y que aquella cueva era un 'link' al tesoro más mágico que cien iphones?

Por todo esto me hace mucha ilusión que sea este el reportaje para terminar mi etapa en El Diario Vasco, 34 años después desde mis primeras colaboraciones en Devórame, y 27 años como redactor fijo. Con enorme agradecimiento por los tiempos vividos aquí, por los compañeros y lectores, por la oportunidad de escribir tanto de cine y música, y mucho más, y con tanta proyección. Seguiremos en los cines, los conciertos, las librerías y dándole al botón de play.