Se respiraba un ambiente algo particular en las inmediaciones de la 31 de Agosto. Una larga cola esperaba impaciente que, por la gracia divina de San Vicente, alguna invitación quedara libre para poder entrar a una de las citas más deseadas de la Quincena. Pero el lleno era absoluto. «Es que aquí al Orfeón se le tiene adoración» decían unas voces como intentando buscar alguna explicación a tal revuelo.

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Y claro, es que el Orfeón Donostiarra volvía dos años después a la Quincena Musical. Enmascarillados, esta vez, pero con el temperamento y presencia que ha escrito su centenaria historia. Tras ellos, y bajo las manos de Rifón, el Cavaillé-Coll acolchó cada una de las texturas que derramaban las voces –en formato reducido dadas las limitaciones– desde la tribuna superior de San Vicente.

La 'Misa Benedicta' de Tomás Garbizu inauguró e hipnotizó ya desde las primeras notas. Especial mención a los solistas durante el 'Benedictus' y el 'Agnus Dei' que clausuró con un perfecto tempo la campana de las ocho y media. Asomó luego la soprano Julia Blasco a entonar un dúo angelical con el órgano que parecía brotar del mismísimo cielo. Es tras ella, cuando las voces femeninas se apoderaron del protagonismo en un 'Nigra Sum' cristalino y reflexivo.

Un concierto que estaba resultando de un enorme dinamismo y color. Unas voces aparecían y otras daban paso. En unas ocasiones, explotaban en una amalgama poderosa mientras que, en otras, emergían frágiles dúos. Delicadas y sin acompañamiento del órgano, o con órgano y sin coral. En definitiva, en este contexto, el órgano debía acaparar todas las cámaras, aunque fuera por un instante. Y así lo hizo con 'El carrillón de Westminster' de Louis Vierne, que Rifón interpretó con gusto y que fue enormemente ovacionado en reconocimiento a su labor como 'actor de reparto' durante la tarde.

Como no podía ser de otra manera, Leonard Cohen encendió las luces de la robusta arquería de la iglesia y deslizó alguna lágrima. Quién sabe si acaso en recuerdo de quien ya no está. Un himno como 'Hallelujah' que el Orfeón había interpretado ya a través de las pantallas en los momentos más duros de confinamiento. Piel de gallina, gallina de piel.

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