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SANTIAGO AIZARNA
Jueves, 18 de mayo 2017, 12:53
De aquel «gran Don Ramón de las barbas de chivo, / cuya sonrisa es la flor de su figura», y que «parece un viejo dios, altanero y esquivo, / que se animase en la frialdad de su escultura» como le soneteó Rubén Darío, lo que más nos ha pervivido para su egregio mausoleo literario han sido sus brillantes prosas y sus diálogos teatrales.
Quizás, acaso, porque ése mismo Don Ramón así lo dispuso en el singular laberinto de su proyección literaria que, si se extendió en su merecida y magnífica ramificación en esos dos géneros, el de la prosa (con incomparables ribetes poéticos sin duda pero aun y todo dentro de las lindes narrativas y, por tal motivo inserto en ese género) y en sus obras teatrales (escenificadas un poco tardíamente acaso, y por mor de las ventoleras casuales que no se sabe por qué pero lo cierto es que, pese a esa ignorancia, acontecen). Lo cierto es que, influido en algo quizás por su gran amistad con el gran Rubén Darío, Valle-Inclán aceptó la tentación de escribir poesía, y lo hizo tan a lo hondo temáticamente como en la gráfica expresión de este género. El resultado final, sea por la causa o motivo que fuere, es que ésa su obra poética no deja de tener su gran importancia por la calidad del autor en toda su obra, y es también en esta su extensión al género poético, donde, como en los otros géneros, dejó huellas de grandiosa, original y siempre admirable escritura.
Cualquier lector mínimamente interesado en la poesía sabe de algunos de sus títulos en esta materia. ¿Quién no, por un ejemplo, solamente de su 'La pipa de kif', donde, dentro de un haz de acometidas poéticas de tan distinto sesgo, nos encontraremos con mundos extremados, rudos jaques, asesinos, crímenes y garrotes, carnavales y aleluyas, bestiarios y circos, etc, como si a la plaza mayor del pueblo se hubiera allegado con su mapa de sangres y puñaladas algún promiscuo narrador de cantares de ciego, que como en el último de esa sarta de poemas 'Rosa del Sanatorio', se nos da hasta la síntesis de sus juegos ('cubista, futurista y estridente') bien que dicho «bajo la sensación del cloroformo» y «por el caos febril de la modorra»; o si al poemario de 'El pasajero' nos vamos o levamos o levitamos (que todo es posible) podemos encontrarnos con un florilegio de haz de rosas de no menos de veintiséis en su cuenta que solamente su calificación adjetivada nos pone en la rueda de la rosa de llamas, la hiperbólica, la del caminante, la matinal, la vespertina, la de 'mi romería', la del paraíso, las astrales, la del sol, la de melancolía, la pánida, la métrica, la de saulo, la de furias, la de túrbulos, etc.; de sus rezos, de sus 'claves líricas', todo ello de tan grato saber pese a que sus escenarios cambian y, cuervos y palomas para mejor contrastar, aromas de leyenda, geórgicas, ermitaños, ave serafín, prodigios, misales, ermitaños, broncas muestras de rudeza así como lirios franciscanos, caminos, soles, sones de muñeira, etc., gentes y tierras tan suyas sublimadas sin embargo y pese a todo en el almirez de su condición siempre poética, ésa que su soneteador iconográfico también se lo alancea, y ¡cómo no!, nos revela que «a través del zodíaco de sus versos actuales / se me esfuma en radiosas visiones de poeta,/ o se me rompe en un fracaso de cristales. / Yo le he visto arrancarse del pecho la saeta/ que le lanzan los siete pecados capitales». No hacía falta, por supuesto la autoridad de ese gran alanceador para que en nuestro enfrentamiento con su excelso don poético nos subyugase a brazo partido, su virtuosismo poético a un frente a la más roma ausencia de criterio.
Bien escriben los autores de las 'palabras liminares' de este libro, Luis T. González del Valle y José Manuel Pereiro Otero (ambos dee Temple University y Académico Correspondiente en EE.UU. de la Real Academia Española el nombrado en primer lugar), evocando un principio enunciado por Jacob Christoph Burckhardt años atrás: «los libros provechosos deben volver a ser leídos, ya que presentan nuevas fases, no solo a cada lector, sino a cada siglo», que «La verdad manifestada por el acreditado historiador suizo justifica la nueva publicación del extraordinario poemario tripartito de Ramón del Valle-Inclán (1866-1936) y estipula la necesidad de considerar si para los lectores del siglo XXI la distancia histórica y estética transcurrida desde la publicación original constituye una nueva fase. Prolífico e inventivo, el autor de 'Luces de bohemia' consigue ampliar en su literatura ficción narrativa, obras dramáticas, textos ensayísticos y composiciones poéticas tanto los horizontes semánticos de la escritura hispana como las posibilidades formales de la literatura hasta la actualidad. Además, vitalmente él es testigo presencial del turbulento fin del siglo XIX y de las todavía mayores conmociones históricas, sociales, culturales y estéticas del primer tercio del XX. Dados sus innovadores planteamientos artísticos, su obra creativa prefigura tendencias y posibilidades expresivas que se avecinan en las letras occidentales y, hasta cierto punto, el febril carácter idiosincrásico de su escritura todavía supone un notable reto de lectura».
En esas 'palabras liminares', se hace, como tocaba hacerlo, una historia de tonos biográficos del autor, de algunas de sus vicisitudes referidas a ese trabajo poético, así como unos acertados análisis de esta antología en sus tres poemarios así como en esa addenda de poesías sueltas como en un desparramado fluir de poesías de generoso hontanar.
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