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Un cardo silvestre llevó a Tolsói a escribir 'Hadji Murat'. El aroma de una magdalena impulsó a Proust a buscar el tiempo perdido en siete ... volúmenes. También detrás de cada una de las seis partes en las que se articula 'Etxeak eta hilobiak' ('Casas y tumbas'), la última novela de Bernardo Atxaga (Asteasu, 1951) hay un desencadenante, a menudo sensorial, que le ha acompañado durante muchos años hasta que se ha 'precipitado' en un relato: una urraca que vio cuando hacía la mili en El Pardo; un olor a hierbas que le retrotrajo a una experiencia infantil en un internado en Francia, «otra cárcel, como el cuartel».
«La mayoría de los libros surgen así, salvo los comerciales, que nacen de la contemplación del estado de la cuenta corriente», afirmó este miércoles Atxaga en la presentación de la novela editada por Pamiela, que el próximo mes de febrero verá la luz en castellano de la mano de Alfaguara. Será, ese es al menos el deseo que reiteró el escritor, su última novela, un género que requiere «un trabajo terrible» en el que, tras haber dedicado varios años a esta última no tiene intención de volver a adentrarse.
Salvo que sea estrictamente necesario regresar al género más interesante desde el punto de vista económico –Atxaga recordó la precaria situación de los «artistas autónomos»– en adelante prefiere «caminar extramuros», transitar por zonas más periféricas. Aspira a explorar y explotar los numerosísimos cuadernos que ha ido llenando de notas, ideas y observaciones e ir reduciendo la medida de sus propuestas literarias, concediéndole más espacio al humor.
En la medida en que está construida a base de piezas unidas entre sí por relaciones a veces evidentes, en otros casos muy sutiles, la estructura de 'Etxeak eta hilobiak' puede recordar a 'Obabakoak', publicada hace 31 años. Resaltó esa similitud en su intervención Frantxis López de Landatxe, director del Centro Cultural Koldo Mitxelena de San Sebastián de 1994 a 2016, que en su presentación calificó la última propuesta de Atxaga de «obra maestra».
No le contradijo el autor, pero puso de manifiesto una de las principales diferencia entre ambos libros, que es a su vez una de las características fundamentales del más reciente: la importancia del tiempo, de la historia. En 'Obabakoak' no había fechas, tal vez no eran imprescindibles en aquel universo mágico. En 'Etxeak eta hilobiak', donde «no hay espacio para la magia y el mito» todas las partes, salvo una que se desarrolla en un ámbito ajeno al tiempo, vienen marcadas por una fecha, con todo lo que eso conlleva. Desde 1970 ('Lau lagun') hasta 2017 ('Orkideak'), pasando por 1972 ('Il était un petit navire'), 1985-86 ('Antoine') y 2012 ('Luisen istripua').
A lo largo de esos 47 años, casi los que Joseba Irazu lleva siendo Bernardo Atxaga, los personajes –los principales son una decena, pero el elenco completo llega al medio centenar– entran y salen de los relatos que, juntos, dan lugar a una novela que cumple, como subrayó Atxaga, con las estrictas leyes del género.
Entran, salen y se transforman. Algunos han permanecido en la memoria de Atxaga durante muchas décadas, hasta que una urraca, un olor o una canción los ha reactivado y los ha convertido –a veces a la primera, otras veces le han hecho falta varios intentos– en la fuerza que ha impulsado la novela. Porque «una novela de más de 400 páginas la haces a través de los personajes o no la haces. Empiezan a aparecer, les sigues, y vas resolviendo los problemas que encuentras».
Si las fechas son importantes, también lo son los lugares. Un pueblo llamado Ugarte, Pau, Baiona, el ya citado cuartel de El Pardo, en Madrid, Texas... También lo son los temas, que no explicitó en la presentación y tampoco se abordan de manera evidente en el libro sino que surgen, se desprenden, del movimiento que generan los relatos. «Recoger bien todos esos movimientos» ha sido, según afirmó Atxaga, el principal objetivo de un proyecto que reconoció como «muy ambicioso».
Un proyecto que pudo haberse titulado 'ur hariak harri artean' (hilos de agua entre piedras), en la media en que esa es «la idea poética que subyace detrás de esta propuesta: la vida va discurriendo como discurren los hilos de agua; entre piedras, con muchas dificultades».
La escritura, sin embargo, corre con una fluidez extraordinaria, porque Atxaga –que durante cuatro meses ha pulido el texto con Asun Garikano, responsable también de la traducción al castellano– ha buscado una «prosa transparente», aun sabiendo que no puede ser transparente del todo porque la intencionalidad es consustancial a la literatura. Para responder a dos exigencias aparentemente incompatibles ha recurrido a la prosa con 'irisaciones'. Irisaciones que pueden proceder de Agatha Christie, o de novelas del Oeste.
«No soy yo, pero yo estuve allí». Esa fue la distancia que estableció Bernardo Atxaga con respecto a los personajes y los momentos que alimentan el caudal de la última novela del escritor que desea iniciar una nueva etapa, un libro que cierra la anterior, en el que confluyen los hilos de su memoria y su escritura.
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