. Cada vez hay menos personas que recuerden la Guerra Civil española tal y como la vivieron. El tiempo pasa y, por fortuna, ya son varias las generaciones que solo conocen de su existencia a través del cine, la televisión, los libros o los relatos ... que les transmitieron padres y abuelos. Sin embargo, quienes allí estuvieron nunca pudieron olvidarla. Algunos emplearon su talento para dejar testimonio de lo que ocurrió, al menos desde su punto de vista. Un legado tremendamente valioso, como el ofrecido por Antonio Hernández Palacios (16 de junio de 1921, Madrid-19 de enero de 2000, Madrid), guionista, dibujante, entintador y colorista; uno de los artistas más grandes que ha dado el cómic europeo, y de quien ahora la editorial Ponent Mon publica '1936: Euskadi en llamas / Gorka gudari'. La guerra en el País Vasco y Navarra.
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La juventud de Palacios recuerda a la de demasiados españoles de la época. Con dieciséis años, lucha en el bando republicano tanto en calidad de enlace entre el Mando Central y el 5º Regimiento, como de cartelista propagandístico. No en vano un año antes del conflicto ya trabajaba en un estudio de publicidad. Acaba la contienda, y Palacios se gana la vida dibujando afiches de cine o retratos, hasta asentarse nuevamente en el campo de la publicidad. Y, de manera sorprendente, ya maduro, en contraposición a la temprana edad de inicio de la mayoría de los autores de cómic, a finales de los sesenta decide centrar sus esfuerzos en el arte de las viñetas.
En 1970, la Editorial Doncel lanza 'Trinca', revista bimensual que a lo largo de 65 números se convertirá en la mejor del panorama nacional y, hoy, publicación de referencia para cualquier estudioso de los artistas de entonces. Hernández Palacios presenta varios proyectos: 'Nuri-Eva', ciencia ficción protagonizada por una mujer que será descartada por no encajar con la línea editorial; 'Manos Kelly', western que debuta en el primer número con cuatro páginas; 'La paga del soldado', centrada en episodios heroicos de la milicia española y 'El Cid', la historia poco conocida (en opinión de Palacios), de Rodrigo Díaz de Vivar. La serie debuta en el número 12 de 'Trinca' pero, a diferencia de lo que cabe esperar, no lo hace con el Rodrigo mítico, a lomos de Babieca, portador de las espadas Tizona y Colada, sino como la del joven paje del príncipe Sancho, futuro Sancho II de Castilla. Así, Hernández Palacios deja claras sus intenciones, que no son sino desarrollar la historia a lo largo de veinte volúmenes de más de cuarenta páginas cada uno.
Sin embargo, cuando los dos primeros episodios ya han sido convertidos en álbumes y se anuncia el inicio del tercero, la revista cierra en 1973 debido a razones varias, pero no desde luego por falta de lectores. Se abre entonces la etapa francesa, dado que el talento de Palacios no ha pasado desapercibido, con lo que nuevos proyectos se pondrán en marcha.
El más famoso de todos ellos será, sin duda, 'Mac Coy', serie que despega en 1979 con guiones de Jean-Pierre Gourmelen (París, 1936) bajo el sello de Dargaud y que se prolonga en el tiempo hasta 1999, durante veintiún tomos.
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Mientras, de 1981 a 1987 y con el sello alavés Ikusager, Palacios cuenta la guerra civil como nadie lo ha hecho en el cómic. Su historia no busca la grandiosidad, sino la verdad, la tragedia concebida por unos locos y que arrastró a la debacle a millones de personas sin nombre, tal y como declaró el propio Hernández Palacios, «gentes que existieron de verdad y de las que nadie se acuerda. Es la guerra desde el punto de vista del soldado, como la vi yo, donde se suceden los desastres, los piojos, el frío, con anécdotas cotidianas, a baja altura. Son gentes tristes, sin momentos de heroísmo, obligadas a hacer cosas que no han buscado».
Aún hoy, resulta difícil leer a Palacios sin dejarse llevar por la apabullante belleza de sus dibujos. Quienes le conocieron afirman que su obsesión por el detalle le llevaba a documentar cada aspecto histórico hasta la exageración, más allá del rigor que luego se puede encontrar en sus dibujos, sin cabida para tanta información. Vestuario, armas, peinados, vehículos... porque, como solía decir «hay cosas que aunque no se vean... se deben ver». De hecho, Palacios fue también pintor, y no es exagerado decir que algunas de sus viñetas parecen lienzos que, merced a sus encuadres y barroquismo, transportan al lector hasta aquello que ocurrió aun a riesgo, en ocasiones, de plasmar fotografías, con la consiguiente pérdida de frescura en el movimiento.
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Ahora, la editorial Ponent Mon, especializada en la edición de obras clásicas en integrales, ofrece en este álbum dos relatos que estremecen al lector, sobre todo al vasco. Corre el año 1936, y el conflicto, lejos de amainar, se extiende inexorablemente por Euskadi y Navarra. Y es sobrecogedor ver la calle Urbieta o el Bellas Artes o el Ayuntamiento donostiarra (entonces casino), convertidos en escenarios bélicos; a Irun arrasada, convertida en cenizas; los sucesos de Endarlaza; los cañones del fuerte de San Marcos disparando... y a la gente muriendo.
'1936: Euskadi en llamas / Gorka gudari', puede leerse desde dos puntos de vista: como mero ejercicio artístico, esto es, disfrutando del inmenso genio de Palacios y abstrayéndose de que lo narrado ocurrió, o como un documento a la altura del mejor ensayo. En ambos, el lector encontrará motivos más que suficientes para saber que se halla ante una obra que, por méritos propios, merece un lugar de honor.
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