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«Aunque he rajado a más personas que Norman Bates, nunca he sentido la compulsión de vestirme con la ropa de mi madre»; «No soy un monstruo, pero he hecho algunas cosas monstruosas por el camino»; «No culpo a nadie de mi situación. No puedes pasarte la vida cagándola y luego echarle la culpa a otro»; «Ya no siento la necesidad de reafirmarme rajándole la cara a alguien». Noel «Razor» Smith (Londres, 1960) cometió más de 200 atracos en las décadas de los 70 y 80, frecuentó el sistema penitenciario (más de 40 cárceles) y acumuló 58 antecedentes penales hasta que fue condenado a cadena perpetua.
«Palabras amables y una pistola cargada» es la autobiografía de uno de los atracadores más reincidentes de Inglaterra, publicada en 2004, cuando le restaban aún seis años para recuperar la libertad tras ser aceptado en un protocolo de reinserción basado en terapia cognitiva en la prisión de Grendon.
«Razor» (navaja) Smith, hijo de una familia humildísima -él, borracho y pendenciero, ella, una currela que limpiaba escaleras- dejó de ir a clase con 14 años, ya no vivía en casa, dormía en coches abandonados en el norte de Londres y fue torturado por la brigada policial de robos tras su primera detención. Sólo tardó dos años en participar en un atraco a mano armada. Un chute de adrenalina al que se hizo adicto. Un yonki de las emociones violentas. Los maderos y los reformatorios representaban «el sistema» a combatir mientras daba palos de día y se iba de juerga por la noche, en bucle. «Podía usar la violencia y el odio para conseguir lo que quería. Estas creencias me arruinarían la vida durante años».
La evocación de su forja como delincuente profesional, sin circunloquios para describir salvajadas violentas de toda laya, entronca a «Razor» Smith con la literatura penitenciaria de otros exconvictos célebres, como Edward Bunker (uno de los autores de referencia en Sajalín). Pulso narrativo para una recreación muy vivida del ambiente de pubs y garitos londinenses de finales de los 70, las guerras de pandillas, las peleas entre rockabillys y skins y punks, y los timos y estafas a pequeña escala -trapicheo de joyas robadas, palizas a homosexuales, robo de ladrillos, abrazaderas de andamios o repuestos de coches, cheques falsificados... componen un mosaico de episodios que rezuman autenticidad y horror, todos sazonados por una violencia sin bridas. Un carpe diem criminal. «Era una ola de delincuencia personificada en un solo hombre».
Matón de botas militares con punteras de acero y reputación entre los suyos de «cabronazo chungo», aquilató su carácter en los bloques de castigo del sistema de reformatorios, más concebidos para la brutalización de menores descarriados que para su reinserción. Los guardias «nos trataban como si fuéramos perros rabiosos, así que puede decirse que nos convertimos justo en eso, y nos dedicamos a morder las nalgas ricas de la sociedad a las primeras de cambio».
A los 42 años, entre preso preventivo y condenado se había pasado casi 21 en el truco. Su proceso de redención comenzó cuando en la cárcel un sacerdote católico le enseñó a leer y escribir. «Razor» Smith descubrió la lectura y que tenía talento literario. No fue suficiente. Tampoco la paciencia que tuvieron su esposa y sus tres hijos. El punto de inflexión no llegaría hasta que uno de ellos, que había comenzado a seguir sus pasos, se suicidó. «Me había perdido la oportunidad de ver crecer a mis hijos y ahora era demasiado tarde», aunque su renuncia al crimen -«pistola oxidada» en el argot lumpen- y su conversión como escritor no le hicieron renegar de su pasado. «He vivido siguiendo un extraño código de honor entre delincuentes. A pesar de los muchos delitos violentos y despreciables que he cometido, el código me permite mirarme al espejo y no avergonzarme demasiado», concluirá.
Palabras amables y una pistola cargada
Traductor: Diego de los Santos
Editorial: Sajalín
Páginas: 635
Precio: 27,50 euros
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