Iván Mata

Fernando Aramburu, poeta

Una personal selección de poemas que abarca seis libros publicados entre 1977 y 2005

Sábado, 2 de diciembre 2023, 01:00

Los inicios de la poesía de Fernando Aramburu se sitúan en los años inmediatamente posteriores a la muerte de Franco y están ligados a sus primeras aventuras literarias en el colectivo de escritores de San Sebastián; al grupo CLOC, de orientación libertaria y surrealista.

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Algunas ... jocosas referencias al ambiente de aquellos años hace el propio Irazoki en el epílogo que cierra la selección de poemas de Aramburu que ha publicado el sello editorial Tusquets con el título de 'Sinfonía Corporal'. El volumen recoge composiciones de media docena de poemarios que muestran una faceta del autor de 'Patria' prácticamente desconocida fuera del País Vasco, y se abre con textos de un primer libro, 'Ave sombra', escrito entre 1977 y 1980. En ellos puede observarse una evolución que va del surrealismo diurno de las primeras lecturas de García Lorca, Cernuda, Tristan Tzara o André Breton a otro de corte más oscuro y existencial lindante con el expresionismo dolorido de Blas de Otero y con el tono lacerante de César Vallejo. Precisamente a este último, y a los conocidos versos en los que profetizó su muerte –«Me moriré en París con aguacero,/ un día del cual tengo ya el recuerdo...»– parafrasea Aramburu en el poema titulado 'Hemos muerto en París y sus pabilos': «Hemos muerto en París, nos hemos muerto/ dos veces por silencio, tú conmigo/ de niño hambriento y de palomas viejas».

En esa composición, que amaga las estrofas del soneto como lo hace el propio poeta peruano, aunque más libremente que este, el autor donostiarra ya encuentra una fórmula de contenido y de estilo que va a configurar toda su producción poética. No hay poeta más igual a sí mismo a través del tiempo que Fernando Aramburu. En esos versos ya puede advertirse ese contenido experimentalismo vallejiano en la sintaxis, así como un cripticismo doloroso en la denuncia social y política que hallamos en otro poema, 'Canto encarnado', dedicado a un guardia civil, víctima de un atentado de ETA en los 'años de plomo', y en el que Irazoki en su epílogo ve un «compromiso contra la crueldad política», un antecedente de la denuncia que se haría más explícita en su prosa: «Triste de Eusebio Sánchez,/ nacido a la sombra de un trozo de cebolla./ Su madre no podía alimentarle, ni la tierra tan árida,/ y él se puso el tricornio/ como quien tienta una orilla./ Ahora el odio busca su provecho, camufla su cadáver de profundas banderas nacionales».

La poesía de Fernando Aramburu está toda ella escrita en verso libre, pero con un agudísimo sentido musical gracias al cuidado que este autor pone en la medida, en los acentos, en el ritmo; en los abundantes endecasílabos que atenúan y templan con la cadencia italiana una lacónica frialdad que suena con frecuencia a taciturnidad nórdica. Sus temas son los eternos de la poesía, desde los que responden a un registro intimista hasta los que poseen unas connotaciones más colectivas, filosóficas y éticas como el de la traición de Judas al Maestro, que pese a moverse en un plano abstracto, adquiere en el beso delator una fisicalidad que constituye una verdadera poética y que es una constante en toda su obra: «...mas cómo no besar esa mejilla».

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Y, sobre todos esos temas y esos tópicos de la gran poesía, está el más recurrente –el de la muerte– que confunde las dos dimensiones –la individual y la social– con su plasticidad física y anatómica en esas apelaciones a las manos, a los pies, a las espaldas, a los vientres, a la sangre, a la «sinfonía corporal», en fin, que se anuncia en el propio título de la antología: «Ayer estuve muerto hasta la cena./ Me morí como siempre/ de un dolor pequeñito el recuerdo».

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