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alberto moyano
San Sebastian
Martes, 1 de febrero 2022
En la recopilación de relatos 'No soy yo' (Ed. Destino), la escritora Karmele Jaio (Vitoria, 1970) explora los demoledores efectos del paso del tiempo en el mundo de la pareja. Nueve de las narraciones se publicaron en euskera hace ya diez años y han sido ... traducidas por la propia autora, mientras que las otras cinco son más recientes, alguna, incluso se sitúa en pleno confinamiento por la pandemia. La autora considera que con la paternidad, a la vida de algunas parejas llega «un momento terrible de movimiento de tierras, que es cuando comienzan a tratarse de 'aita' y 'ama'», y reconoce que «cumplir años es aprender a perder, sin que esto signifique rendirte, sino tener energía para seguir adelante».
– ¿A qué cabe atribuir que las nueve narraciones en euskera hayan tardado diez años en publicarse en castellano?
– No era mi objetivo traducirlas de inmediato y publicarlas. Es algo muy natural que he ido haciendo poco a poco, a la vez que escribía otros relatos. Escribo mucho sin programar, en función de lo que me pide el cuerpo.
– El hilo conductor de todos los relatos es la crisis de la mediana edad. ¿Afloran más inseguridades en ese momento de la vida que en, por ejemplo, la adolescencia?
– Hay etapas bisagra que son claves y una es la mediana edad. La adolescencia es muy crítica porque hay cambios muy grandes, pero no tienes la perspectiva de la mediana edad. Es un momento en el que la mayoría de las personas sienten que la vida ha ido muy rápido. Supone un alto en el camino para reflexionar si hemos llegado a donde queríamos, si realmente era ése el sueño que teníamos cuando éramos jóvenes y si hemos sido conscientes de ese camino.
– En lo que respecta al mundo de la pareja, cambia el otro, pero también uno mismo hasta el punto de que se puede dar el caso de que la conformen dos extraños.
– Por supuesto. Eso es muy habitual. Con los años vamos cambiando, somos otra persona, moldeada por la experiencia, y por otro lado, en las relaciones hay grandes zonas de sombra, esos silencios y esas palabras no dichas que tienen muchísimo más peso específico que nuestras conversaciones habituales. Y eso es aplicable a la pareja, a las amistades o a los compañeros de trabajo. Generalmente, andamos en la superficie, cuando todos llevamos dentro unos terremotos emocionales, preocupaciones y problemas. Y en estos cuentos entro en esa zona de las palabras no dichas.
– La convivencia diaria acaba con la imagen ilusoria que cada uno se forja durante el noviazgo o la primera fase de la relación.
– Habría que citar a Quique González: «El misterio dura más que la certeza». Cuando idealizamos a nuestra pareja, alrededor de esa persona hay un misterio que queremos descubrir, y el día a día mina esas zonas hasta convertir la relación en otra cosa, que no tiene por qué ser peor. A veces nos aferramos a un tipo de relación idealizada, de mariposas en el estómago, etcétera, que con el tiempo cambia.
– Descartado que vayamos a instalarnos para siempre en esa etapa de fascinación, los personajes de sus relatos apuestan por la 'normalidad', en un intento de homologarse a otras parejas y lo que se supone que se espera de ellas.
– Sí, no sé si quieren homologarse. Los relatos muestran casos de parejas diferentes.
– Pero muchas de ellas hicieron las cosas cuando y porque 'tocaba', fueron padres cuando 'tocaba'...
– Pero tienen también una sensación de haber ido pasando por el aro todo el rato. Por eso hacen un alto en el camino, miran atrás y se dan cuenta de que, aunque las decisiones las tomaron ellos, la inercia de la vida te empuja hacia lugares a los que quizás no querían llegar. Qué fuerte es esa inercia que te rodea para que puedas decidir, pero no libremente, sino como si estuvieras dentro de la corriente en un río que te lleva. Ésa es la sensación que tienen la gran mayoría de las protagonistas de los cuentos: «Hice esto porque me tocaba», «tuve hijos porque me tocaba», pero «¿realmente quería? No lo sé».
– También asoma en algún relato la red de amistades o incluso la cuadrilla como instituciones represoras y controladoras del comportamiento.
– Sí. Esa inercia de la que hablo también la forman las amistades, los padres, la televisión... Estamos haciendo lo que se espera de nosotros y eso pesa mucho en nuestras vidas. Nuestro inconsciente sabe qué expectativas hay sobre nosotros y esa mochila va muy cargada.
– Quizás el truco sea aprender bien pronto a decir «no», esa palabra que quizás deberíamos utilizar más a menudo.
– Aprender a decir «no» es muy importante, pero sobre todo, hay que ser consciente de cada paso que das, que tampoco es fácil. Hay que intentar que esa parada en el camino para mirarse en el espejo que realizan estas mujeres de los relatos hay que hacerlo continuamente. En cada decisión que tomas, hay que preguntarse si una se está engañando a sí misma. ¿Estoy traicionando a esa persona, que por otra parte, tampoco sabes muy bien quién es? Hay que tratar de acercarse lo máximo posible a esa persona que crees que llevas dentro. Luego, lo que hagas es otra cosa porque puede pasar que en un momento concreto, decidas que lo que te conviene es traicionarte a ti misma.
– La aparición de los hijos convierte la pareja en un triángulo que modifica las tres esquinas.
– Hay un momento terrible de movimiento de tierras en el que una pareja comienza a tratarse de «aita» y «ama». Es terrible. A mi pareja siempre le digo que si algún día lo hago, que me mate (risas) Sí, la relación cambia totalmente y en el caso de las mujeres va acompañado de renuncias en sus carreras, en sus sueños...
– Y a la vez, la propia mujer cambia a los ojos de su pareja, deja de ser su amante, su cómplice, para convertirse en una «mamá»...
– Empieza a oler a colonia de niños y a polvos de talco. Eso tampoco es fácil de llevar. En los relatos aparece mucho ese momento en el que concluyen los años de la crianza, que son muy absorbentes.
– Años muy endogámicos, en los que todo gira en torno a la maternidad, a los encuentros en el parque con otros padres...
–Sí, ahí es cuando te preguntas: ¿Ésta soy yo? Porque yo antes era otra y ahora de repente estoy hablando de que la miel es buena para que el bebé no coja constipados. En ese momento están muchas de mis protagonistas.
– Una de ellas dice que lo duro no es envejecer, sino empezar a envejecer. ¿No cree que debería esperar unos años para ver si la afirmación se sostiene?
– Estoy de acuerdo con ese personaje. No sé cómo será después, pero creo que es un momento especialmente crítico porque cuando ya has envejecido un poco igual llega un momento en el que aceptas que eres una vieja. Sin embargo, el momento en el que te percatas de que estás envejeciendo es muy difícil de aceptar, sobre todo, en una sociedad que penaliza el hacerte viejo y, más aún, vieja. Para las mujeres, cuyo aspecto físico y belleza se valora tanto, parece que convertirte en una persona mayor está prohibido.
– Ha incluido en esta edición en castellano uno de los primeros relatos de ficción que se sitúa durante el confinamiento de la pandemia.
– Estuve dudando si lo incluía o no porque está fechado en un momento muy concreto, mientras que los demás relatos no se sabe muy bien cuándo están ocurriendo. Al final, decidí que sí porque está siendo un momento terrible que, cuando pase, si es que pasa, lo recordaremos porque está causando muchos estragos mentales. Quizás toque pensar y ver la sociedad desde otro lugar.
– Bueno, uno de los personajes vive el confinamiento con enorme alivio.
– Sí, quería destacar que cualquier situación nunca es mala o buena, depende de cómo estuviera cada uno. Una mujer que sufre violencia de género y que teme que su ex pareja aparezca en casa, de repente siente un alivio terrible durante el confinamiento porque sabe que su maltratador no puede salir de casa.
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– Finalmente, ¿hay que aprender a manejar la decepción, la propia y la ajena?
– Cumplir años es aprender a perder, sin que esto signifique rendirte. Se trata de aprender a perder y aún así, tener energía para seguir adelante. Pero sí: aprender a perder es importante.
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