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Día del Libro
«¿Tienen faldas cortas?»: el lisérgico anecdotario de libreros con clientesDesde que visitantes que tras repasar todos los libros de las estanterías anuncian que mejor esperarán a que hagan las películas hasta lectores que se niegan a moverse del establecimiento por más que el título que buscan está agotado, pasando por quien cree que Ortega y Gasset son dos escritores, el anecdotario de los libreros con sus clientelas es tan inimaginable como inagotable. Para este Día Internacional del Libro, varios comercios del gremio relatan algunas de las situaciones más estrambóticas, aunque algunas habituales, que les han tocado vivir.
Hontza
Desde la histórica librería donostiarra de la calle Okendo, reconocen que «lo que al principio todo te parecía anecdótico, ahora te resulta normal. Todavía a veces pensamos que hay una cámara oculta detrás de algunas situaciones, pero que creo que podrían pasarle a cualquiera que esté de cara al público». Así, además de quienes únicamente entran para «coger separadores de páginas o lo que haya gratis» y quienes «consideran a Ortega y Gasset dos personas diferentes», los hay que «te intentan engañar diciendo que un libro lo devuelven porque lo tienen repetido, cuando resulta que ese título hace más de un año que no tiene venta en la librería» o, muy frecuente, quienes piden «un libro por el color de la portada, con muy pocos datos más». Como frecuente es también que «algunas personas crean que la edición de bolsillo no es la completa, sino una versión reducida. No les cabe en la cabeza que el contenido sea el mismo».
Luego están los que no se dan fácilmente por vencidos y ante el anuncio de que el libro que buscan está agotado y no se puede conseguir, «te preguntan muchas veces si estamos seguros y no se mueven de la tienda».
Zubieta
También el responsable de la librería Zubieta, Adolfo López Chocarro, confirma que «la atención al público es un pozo sin fondo de anécdotas de gentes que van y vienen y sucumben al error, la broma o directamente al disparate». Entre sus anécdotas más celebradas figura una que se produjo en su antiguo local de la Plaza de Gipuzkoa: «Un hombre ya entrado en años, revestido de abrigos y bolsas varias, con un regusto 'vintage' de explorador británico en África y que recorre silencioso la librería completa sin devolver el saludo. Y de pronto, se planta en medio de la librería y dice en voz alta: 'Voy a esperar a que hagan las películas de todos, es mucho que leer'. Y sin más sale de la librería con aire triunfante», rememora el presidente del Gremio de Libreros, quien aún recuerda a quien entró preguntando si tenían yogures porque había visto libros de cocina en el escaparate.
Finaliza López Chocarro con otro clásico, aunque en diferentes variantes: «Las discusiones bizantinas». Ahí recuerda el caso de «una abuela resuelta para hacerse con la lectura escolar que el nieto le había apuntado en un papel ruinoso. Título: 'El árbol de la ciencia', de Miguel de Unamuno. Tenemos 'El árbol de la ciencia', de Baroja, sí».
–No, no, de Unamuno.
–Lo siento, supongo que es una lectura para su nieto, que entra en selectividad. Pero el libro es de Baroja.
–A ver, majo, si mi nieto ha puesto Unamuno, es que quiere el de Unamuno.
–Es que... no nos queda el de Unamuno, se nos ha agotado, pregunte en la librería X, seguro que lo tienen», zanja el librero.
Donosti
En la veterana librería Donosti de la Plaza Bilbao también se acumulan las anécdotas, algunas comunes a todos los establecimientos, como la solicitud de libros sin más datos que «su color o tamaño», aunque con variantes más estimulantes como «pedirlo por su argumento, algo que nos gusta más por lo que tiene de reto para nosotros». Hay autores que «se nos presentan sin identificarse, para preguntar por sus propios libros. A veces les reconocemos y eso les hace mucha ilusión», y clientes que «hablan muy bajo porque les resulta embarazoso pedir un determinado título».
Pero su gran anécdota la protagoniza «un cliente americano que parecía sacado de una novela de Dashiell Hammet, grande como una montaña, que venía siempre con guantes de cuero, fumando un puro y con un abrigo largo. Siempre pedía libros de un escritor –que era el seudónimo de un autor anónimo de gran venta dentro de la novela negra en EE UU–. Estuvo viviendo en Donosti unos tres años, y finalmente un día nos confesó que él era el autor anónimo del que pedía los libros. Nunca volvió a venir».
Elkar
El actual responsable de Distribución Comercial de Elkar y anterior presidente del Gremio de Libreros de Gipuzkoa, Andoni Aran-tzegi, coincide en que «una de las anécdotas más recurrentes es la del cliente que viene buscando un libro, pero no recuerda ni el título, ni el autor y mucho menos la editorial. Lo único que recuerda es el color del libro. Su descripción suele ser la de 'busco un libro con la portada azul, roja o verde', así que nos pasamos unos diez minutos mirando los libros de dicho color que veamos en las repisas de las baldas o en las mesas de novedades, a ver si pescamos el libro en cuestión», comenta.
La anécdota «más graciosa» que recuerda Arantzegi la protagonizó «una mujer, con una hermosa voz de soprano, que se me puso a cantar una canción porque buscaba un disco de una cantante, cuyo nombre y título tampoco recordaba. Mis sentimientos –confiesa–, oscilaban entre el placer que sentía al oír tan hermosa voz y la risa contenida por lo gracioso de la situación».
Tampoco olvida a la mujer mayor que unas navidades le pidió «un libro para su hijo que iba a venir desde Bélgica, creo recordar. Era diplomático y un hombre muy instruido y muy lector, según lo describió. Así que le recomendé un libro de Ian McEwan». Resultado: la mujer quedó horrorizada cuando comprobó que el volumen en cuestión no excedía las 200 páginas y para colmo, que su portada era amarilla –habitual en la colección Panorama de Narrativas de Anagrama–. «Me dijo a ver si no tenía un libro con más 'cuerpo' porque era para 'regalar'».
No obstante, todo lo relatado hasta aquí palidece frente a «la experiencia más estrambótica que vivimos en la librería cuando un mediodía estábamos cerrando, la persiana a medio bajar y las luces apagadas. Pese a esos impedimentos una señora entró con decisión, llegó hasta la mitad de la librería y con mucha seguridad le preguntó a una compañera: '¿Tienen faldas cortas?' Quiero pensar, que las prisas con las que iba y las luces apagadas contribuyeron a que cometiera ese error. Fue un momento muy gracioso», asegura.
Tinta Comics
La librería irunesa Tinta Comics especializada en novela gráfica y tebeos reconoce que le resulta «imposible tener todos los títulos del mercado en stock», lo que genera cierta frustración en clientes que acuden con cierto apremio en busca de un determinado título. «Lo que suelo tener más habitualmente en tienda es lo que tiene mayor circulación –el manga de 'One Piece' o títulos imprescindibles como 'Persepolis' y 'Blacksad'–», por eso, pide que se encarguen con antelación.
Tampoco es extraño que, a falta de más datos, algunos clientes «vengan diciendo: 'El cómic que me interesaba estaba aquí', señalando una balda de novedades, donde expongo los títulos de frente, con la portada a la vista. Me miran como pidiéndome ayuda. Y yo... 'pos' no sé... porque recibimos todas las semanas muchas novedades y el contenido de las baldas va cambiando. Cuando alguien muestra interés en un título, que no lo va a comprar en ese momento, le recomiendo que haga una foto a la portada».
Garoa
A la librería Garoa de Zarautz, acude cada verano una señora que apunta en una lista los libros que le recomiendan los responsables del establecimiento –Imanol, Olatz e Ibai–, y al año siguiente regresa para «puntuar cada título leído y ver quién ha dado más en el clavo con sus recomendaciones». Imanol Agirre enumera otras anécdotas, como la de aquel hombre que «llegó llorando, agradecido tras una recomendación» o las de los clientes que «nos preguntan si la edición de bolsillo es demasiado pequeña».
Lagun
Para finalizar y aunque ya retirado después de más de medio siglo al frente de Lagun, Ignacio Latierro recupera un episodio de «principios de los setenta, cuando entró un señor que quería regalar a su hija por su boda 'libros huecos' de los que se utilizan para decorar bibliotecas». Decía que le extrañaba no encontrar este objeto ornamental «con todas las librerías que había por entonces».
Vista desde una actualidad «en la que los hijos no saben qué hacer con las bibliotecas que heredan de sus padres», Latierro ve aquello como una prueba del «prestigio que tuvo el libro. En casa de mis padres no había muchos, pero los que había eran como el reloj de pared o la vajilla: algo para toda la vida y no el objeto fungible en el que se han convertido ahora».
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