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El cómic, al igual que sucede con el resto de las artes, tiene momentos. Momentos que llegan, se acomodan y pasan y, aunque los protagonistas, tanto quienes los propician como quienes los contemplan, comprenden que algo excepcional está sucediendo, al fin cobran todo su ... significado cuando esa paradoja llamada tiempo transcurre lo suficiente.
Uno de esos momentos tuvo lugar en Francia, cuando, después de cocinarse a fuego lento, surge en 1975 una revista llamada 'Métal Hurlant' que reúne en sus páginas a un ejército de artistas, la mayoría de los cuales concibe las viñetas de formas adelantadas a su época; tan exagerados son sus talentos, que el cómic europeo de fantasía no volverá a ser el mismo. Entre ellos, un dibujante llamado François Schuiten (26 de abril de 1962, Bruselas, Bélgica), hijo de arquitectos, que ha publicado a los dieciséis años su primera historia, 'Mutation' (Mutación), en la también legendaria revista 'Pilote'. En efecto, en 1977, con 'Métal Hurlant' ya convertida en publicación de referencia, Schuiten comienza a crear historias cortas bajo guiones de su hermano mayor, Luc. Dos años después, llega 'Aux médianes de Cymbiola' (Las medianas de Cymbiola) junto a Claude Renard y en 1981, también con él, 'Le Rail' (El raíl). Para entonces, su estilo está más que moldeado y que puede ser definido con una sola palabra: virtuosismo.
Schuiten no pertenece a la élite. Es la élite. La define. Cada vez que, tal y como hace en Cymbiola, dibuja a lápiz, o acude a otras técnicas en otros escenarios, da igual, resulta que es un prodigio. Su padre, según cuentan las biografías apócrifas, deseaba que su hijo fuera pintor. Pero un lienzo no es, aunque lo avalen siglos de historia, un grado superior. Schuiten es un genio y, naturalmente, elige el cómic. Y convendría decir, ahora que el año concluye y las declaraciones altisonantes son menos molestas, que hace demasiado tiempo que los grandes, los grandes de verdad, no están en el óleo, excepción hecha de Vicente Segrelles, padre de 'El Mercenario', cómic pintado con dichos aceites, sino en las viñetas. Termina el año, y es ya hora de decir que, el cómic, el noveno arte, no ocupa tal lugar. Mirar a lo alto siempre es un acierto.
El caso es que Schuiten, siendo niño, conoce a un tal Benoît Peeters (28 de agosto de 1956, París, Francia) que, aunque nacido en la casa del Sena, pasa su infancia en Bruselas. Escritor, filósofo, considerado uno de los mayores expertos en Hergé tal y como acredita en una serie de obras, seguramente encabezadas por 'Monde d'Hergé' (El mundo de Hergé), y autor de tratados sobre Paul Valéry, Alfred Hitchcock o Jirô Taniguchi entre otros. Y juntos, éste con los guiones, aquel con los dibujos, deciden crear una serie que llevará un encabezado críptico, 'Las ciudades oscuras'. Casi para iniciados en algo, no se sabe en qué, porque, como ellos mismos describen, se trata de un puzle inmenso, en constante evolución y sin un final. Probablemente una descripción irritante para los nuevos lectores, pero gratificante para los que eran jóvenes entonces, con ellos, capaces de saborear lo que aquellos tiempos proponían, tan plenos de futuro, ya volatilizado. La ciencia ficción que se hacía era otra, los mensajes que se intentaban proyectar, también. Casi todo desapareció, y eso fue una pérdida irreparable. Pero las ciudades oscuras continúan.
Un universo paralelo que ya cuenta con quince álbumes, imprescindibles, autoconclusivos pero interconectados a través de las ciudades en un mapa siempre en metamorfosis, tanto como las realidades ora oníricas, ora surrealistas, que se proponen. Y con guiones siempre maravillosamente abiertos, puede que en ocasiones frustrantes para quien los recibe, porque las respuestas no se manifiestan tan concretas como deberían.
Es una de estas historias, 'Recuerdos del eterno presente' inédita en castellano hasta ahora, rescatada por Norma Editorial. Un niño, de nombre Estimado, deambula en una ciudad, en un mundo demolido, sin esperanza... o puede que sí. La tecnología no existe, está prohibida, ergo el paso del tiempo también. Pero a veces, al menos, según el primer mandamiento de los románticos, un libro puede cambiarlo todo. El mundo debería girar gracias a la Cultura. A partir de ahí, un camino que recorrer, aún a sabiendas de que el final del viaje no promete ser sencillo.
'Recuerdos del eterno presente' se publicó por primera vez en enero de 1993, en formato apaisado, una viñeta por página. Ninguno de los dos autores quedó del todo contento con el resultado, así que en 2009 volvieron sobre esta ciudad oscura y la transformaron en la edición que ahora publica Norma, por fortuna una elección de todo punto acertada. Aspectos inconexos de entonces quedan resueltos, y la narración gana en coherencia, fluidez e intensidad. Lo que permanece inalterable es Schuiten, siempre diez escalones por encima de Peeters. Su dibujo arquitectónico es, de nuevo, impresionante, y la atmósfera que alcanza con el color, en este caso centrado en los ocres fríos, luz más que contenida, una clase magistral de genialidad.
Acercarse al final de año, leyendo una historia donde el paso del tiempo no es, bueno, resulta ser puro sarcasmo. Por ello, precisamente, no hacerlo, es casi un delito.
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