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El libro 'Patria, la buena' es el quinto en la trayectoria de Ricardo Gómez. Continúa en la década de los 80 y tras el ensayo ' ... Bicis, drogas, oficinas' (Libros.com, 2022) vuelve a la novela negra. No termina de considerarse escritor.
– En la canción para promocionar 'Los crímenes de la Vuelta 83' decía 'vamos Sergio Rivas te lo tienes que creer'. ¿Ya se cree que es escritor o sigue siendo un hobby?
– Eres músico, eres escritor... Siempre me ha dado mucha vergüenza y por eso nunca lo he puesto en redes. No quiero (ríe). ¿Qué hago en este terrero? En ese sentido me cae muy bien Murakami porque no se relaciona con escritores, que no quiere saber nada. Yo tampoco. Me imagino a gente muy intelectual y pienso 'no tengo nada que ver con vosotros', yo quiero estar con gente como yo con la que pueda hablar de música, del Celta, de literatura... Ahora estoy como obligado, vale, pero me voy a sentar ahí y dejadme tranquilo. Me resulta todavía incómodo.
– (...).
– ¿En qué momento eres escritor? ¿Cuántos libros tienes que vender? ¿Unos mil? ¿Diez mil? Igual los vendes, por una serie de circunstancias que no están en tus manos, pero tu libro es una putísima mierda y tú lo tienes que saber. Prefiero vender cien y que los cien que lo han leído sean felices. Ya es el quinto, pero me cuesta decirlo. Prefiero que sea un hobby que un trabajo para no tener esa obligación.
– Ha solido contar su experiencia laboral o sindical. ¿Hasta qué punto hay tentación de plasmarla? Al propio protagonista le afecta su actividad y lo despiden.
– En la vida te pasan muchas cosas que son desencadenantes. El ambiente laboral y el sindical me han condicionado mucho a la hora de escribir, porque para mí ha sido una válvula de escape de toda esa mierda que me he encontrado. Por esa parte estoy 'agradecido' (ríe). Procuro ser equilibrado y no utilizarlo como si fuese mi venganza. Podría contar lo que he visto, o la demagogia, como en el último libro -'Bicis, drogas, oficinas' (Libros.com, 2022)-, porque aunque sea verdad luego se puede utilizar por cierto sector. Pero el trabajo me condiciona, esa mala leche. La injusticia, la impotencia de corregir eso, la mentira, la falta de honestidad... Me ponen de los nervios. Trato de que los personajes busquen la verdad, que sean honestos consigo mismos. Con equilibrio, que no sea una partenía, una venganza.
– La música también juega un papel importante. ¿Por qué?
– En este libro, en parte, para contextualizar porque los grupos son de esa época. Pero es más un homenaje a los me gustaban, como la canción de UB40, que encaja y me inspira. La música tiene muchísima importancia en mi vida, aunque cada vez menos. Quitando Tatxers, que me fascina, me cuesta muchísimo emocionarme.
– En sus personajes hay ciertas similitudes. Una protagonista fuerte; un personaje enigmático del que apenas sabemos un rasgo físico, pero que genera bastante repelús… ¿Busca proyectar sensaciones?
– Quería darle un punto oscuro, gótico, a la novela. Me gusta Buñuel. Siempre me gusta crear un personaje que dé mal cuerpo, que dé mal rollo. Aparece, no ha hecho nada todavía, esa quietud y silencio… Que sobrecoja al lector. Que no sea evidente como Gallardo (Galindo), que el lector ya conoce la historia. A mí me fascina Amedo (Olmedo), un tío elegante, poderoso, para jugar con la provocación, no tan castizo como Gallardo. Un hijo puta, pero bien.
– Y el coprotagonista, el personaje bueno. Sergio Rivas en el anterior, Ángel en este que le pasa de todo.
– Sí, aunque Luisa es mi personaje favorito. Hay dos relaciones: una decrépita y otra mucho más bonita. Hay un juego para no ser evidente. Pero sí, a Ángel le pasa de todo y el lector se identifica con él.
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