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Desde un punto de vista estrictamente literario, el homenaje tributado esta semana al escritor Raúl Guerra Garrido admite extraer por lo menos dos lecturas positivas: ... por un lado, el acto en sí, abarrotado de público, y por otro, la constatación de que todavía es posible prestigiar el libro, en este caso, a través de ausencias, a veces tan significativas como las presencias. El homenaje no estaba organizado por ninguna asociación partidista, ni colectivo de constitucionalistas, sino por la Diputación Foral de Gipuzkoa. Sin embargo, el máximo representante de la institución se abstuvo de acudir. En el cincuenta aniversario de 'Cacereño' y de las tribulaciones de su protagonista, Pepe Bajo, que a duras penas logra abrirse camino en la lucha por la vida, cómo no acordarse de aquellos dos hermanos extremeños que, tirando por tierra las injustas insinuaciones de etnicismo que planean sobre la formación nacionalista que rige los destinos la Diputación, prosperaron bajo sus siglas: el uno llegó a senador; el otro, a responsable de la Hacienda Foral de Irun. Que irregularidades varias empeñaran sus trayectorias en absoluto eclipsa el hecho de que hicieron carrera al margen -o incluso a pesar- de sus orígenes. Qué decir del alcalde de Donostia, también ausente en el homenaje, pese a que en las elecciones de hace cuatro años encabezó la lista más votada en el barrio que Guerra Garrido denomina 'Urraenea' en 'Cacereño'. El mismo barrio obrero, precisamente, del que procede algún líder de esa izquierda abertzale que, puesta a elegir, siempre deja claro que 'abertzale' es el sustantivo e 'izquierda', el adjetivo ornamental. Tampoco él estuvo el miércoles en el Salón del Trono. Más que pasmo, todo esto causa desazón. Al fin y al cabo, sólo se trataba de reconocer la obra de un escritor ya octogenario que a lo largo de medio siglo nos ha contado, explicado y retratado. No ha sido el único, pero quizás sí uno de los que con más empeño y riesgo lo ha hecho. En el otro extremo queda la intervención del bertsolari Jon Maia como la mejor encarnación de los descendientes de aquellos inmigrantes llegados a Euskadi durante el franquismo, que cantó con emoción a su abuela y reivindicó para todos el derecho a «un lugar en el mundo».
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