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Nada más cruzar el umbral de cualquier museo, el visitante se adentra en un espacio único, donde contempla obras u objetos que le trasladan a otras épocas o ambientes. Muchas de estas piezas son únicas y requieren de un cuidado específico y minucioso para mantener intacto su valor histórico y patrimonial. Una tarea que se lleva a cabo a diario pero que el visitante no ve, una revisión exhaustiva de todas las obras que realizan quienes mejor conocen las características y las necesidades de lo que se expone. Son las manos que cuidan los museos, que hoy celebran su gran día.
Alejandro Larrodé Aquarium
La temperatura, la humedad y la iluminación son los tres parámetros básicos que se suelen controlar en todos los museos. Para ello, el Aquarium cuenta con un sistema de sondas repartido por todo el edificio, incluido el almacén, que cada quince minutos facilita los datos referidos a la temperatura y la humedad y que le llegan a Alejandro Larrodé, coordinador del área museística del recinto oceanográfico. «Para una correcta conservación de las obras el porcentaje de humedad tiene que estar entre el 40 y 60 por ciento, y la temperatura entre los 18 y 22 grados», explica.
El exceso de calor puede producir dilataciones y contracciones en las obras y provocar su rotura, y si el ambiente es demasiado húmedo los tejidos orgánicos se pueden secar y los objetos de metal oxidar. Por eso se presta especial atención a todas las piezas metálicas. «En cuanto observamos alguna presencia de oxidación las limpiamos, las pintamos y les volvemos a dar una segunda capa de protección para intentar retardar esa oxidación. Es lo que hacemos con los instrumentos científicos, catalejos o con el fusil arponero que tenemos».
El esqueleto óseo de la ballena, una de las piezas representativas del Aquarium, suele requerir un cuidado concreto, «sobre todo a largo plazo», aclara Larrodé. «Cada cinco años se suele realizar una limpieza exhaustiva para retirar el polvo depositado en los huesos». Para ello, Larrodé se sube a una plataforma elevada, desde donde de forma meticulosa limpia cada una de las piezas que conforman el esqueleto. Aunque en los museos no se suele generar mucho polvo, dice, de vez en cuando también tienen que abrir las vitrinas donde se exponen las piezas, «cada seis meses más o menos», para retirar esas partículas. En el caso de las maquetas de los barcos, sobre todo los más antiguos, se revisa con especial atención si las cuerdas se han roto, «suelen ser de algodón, y si se secan se rompen enseguida y hay que reponerlas».
Los lunes, jornada en la que cierran los museos, suele ser el día en el que se realizan este tipo de labores, aunque en el caso del Aquarium en temporada alta abre todos los días, por lo que estos trabajos «los tenemos que realizar a primera hora o cuando se cierra al público». Larrodé admite que la tecnología ayuda, «y mucho», en el mantenimiento de las piezas expuestas. «Las luces led, por ejemplo, no generan tanto calor». Sin embargo, una supervisión diaria es fundamental para que todas las piezas se presenten en condiciones idóneas.
Irati Hernando y Maite Arratibel San Telmo Museoa
El Museo San Telmo abre sus puertas al público a las diez de la mañana pero una hora antes, Irati Hernando, responsable del personal de atención al público, junto a los encargados de las salas, recorre todo el recinto para verificar que todo está en orden. «Vamos encendiendo y comprobando todas las luces, los audiovisuales, abriendo todas las puertas y comprobando que no haya nada fuera de su sitio», explica. En definitiva, «que no haya ningún imprevisto».
San Telmo cuenta con un equipo específico que se dedica al cuidado y conservación de las piezas. Una tarea que se realiza «continuamente», tal y como indica la restauradora Maite Arratibel. Al margen de la revisión diaria, se siguen unos protocolos específicos. «Todas las vitrinas se abren una vez al año para limpiar las piezas, comprobar que no haya microorganismos y las condiciones ambientales son las correctas». En el caso de que se detecte que una obra tiene algún tipo de plaga, de hongos o de xilófagos, se retira para llevarlo a tratar o restaurar, «según la necesidad».
En el caso de las piezas que no están protegidas en vitrinas, su limpieza requiere especial cuidado –como los cuadros o esculturas–, por lo que es el personal dedicado a la conservación quien se encarga de estas tareas. «Las salas de exposiciones se van revisando y los días que el museo se cierra al público se aprovecha para hacer este tipo de actuaciones», señala Arratibel.
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Sin embargo, en el Museo San Telmo hay ciertas piezas que son más delicadas y que requieren una especial «vigilancia» para que los visitantes no las toquen. En este punto reconoce que las obras de arte contemporáneas son las que mayores «quebraderos de cabeza» les provocan, porque el público suele tender a acercarse demasiado a ellas, lo que puede resultar «muy peligroso».
En el caso de las piezas textiles, el control de la luz resulta esencial, «el tejido se decolora fácilmente por lo que hay que controlar que la iluminación sea por debajo de los 50 lux, que es el parámetro establecido para textiles». No obstante, cada cierto tiempo las piezas se van sustituyendo, «porque no deben de estar expuestas más de un tiempo prudencial, tienen que descansar».
Mención aparte merece el mantenimiento y cuidado de los lienzos de Sert, obra «emblemática» del museo y que cuenta con un plan de conservación específico. «Cada dos años se hace una intervención de conservación, un grupo de restauradores sube hasta las pinturas y se hace una revisión centímetro a centímetro. Se elimina el polvo y otros posibles depósitos y se revisa el estado de la capa pictórica. Se interviene en todo lo que creamos necesario, para evitar que la obra se deteriore. Hay que intentar evitar el deterioro, preservar para que luego no haya que restaurar», sostiene.
Juanjo Jiménez Oiasso Museoa
En el caso del museo Oiasso, sus instalaciones reúnen los restos arqueológicos de época romana más significativos que se han ido recuperando en la zona del Bidasoa a través de las excavaciones realizadas en las últimas décadas. Restos de vasijas, monedas, joyas, agujas, anzuelos o peines que hablan de cómo era la vida cotidiana de los habitantes de la ciudad romana hace 2.000 años. Mantener la temperatura y la humedad de las salas en condiciones constantes es imprescindible «para evitar alteraciones que puedan perjudicar a las piezas arqueológicas», recuerda Juanjo Jiménez, director del museo. Estas piezas están realizadas en distintos materiales, como hierro, huesos, cerámica o material lítico, y cada uno tiene sus características. «El hierro es uno de los materiales más delicados, por lo que debemos estar más atentos a su mantenimiento».
Por eso, todos los días, con la ayuda de unas sondas calibradas, se controlan y miden esos parámetros. Las piezas «más delicadas» son las que se exponen en las vitrinas, bien protegidas, con mecanismos que permiten absorber la humedad de forma automática, dependiendo de los materiales. «Hay piezas que son muy frágiles y aquí no se pueden exponer, porque no se cumplen las condiciones necesarias. En esos casos se opta por las réplicas, que cumplen la misma misión didáctica y divulgativa», recuerda.
Aunque la climatización del edificio y de las salas está automatizada, esta medición también se suele hacer de forma manual, «por si hubiera algo que no diera las lecturas correctas». En esos casos, «enseguida nos ponemos en contacto con los técnicos de Gordailua, que son quienes nos asesoran. Nosotros seguimos sus instrucciones, y en el momento en que se observa alguna anomalía, son los encargados de actuar y decidir qué hacer».
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