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Antiguas compañeras del teatro, las máscaras han sido desde la Antigüedad una herramienta esencial en el arte de la representación. Egipcios, griegos y romanos las ... empleaban en ceremonias y representaciones teatrales para dar vida a distintos personajes y marcar una separación clara entre el actor y su rol.
En una época en la que la identidad se moldea y se disfraza constantemente, con la tecnología amplificando esta transformación, las máscaras siguen siendo poderosos vehículos de expresión artística. Su capacidad para ocultar y revelar al mismo tiempo las convierte en un recurso escénico tan vigente como en sus orígenes.
Estos y otros muchos aspectos han sido el eje central de la formación impartida ayer domingo en el museo Topic de Tolosa por el actor, dramaturgo y director de escena Iñaki Rikarte (Vitoria-Gasteiz, 1981), miembro de la compañía Kulunka Teatro.
Su obra 'Forever', una historia sobre la incomunicación de una familia contada con máscaras, fue galardonada el año pasado con dos premios Max a la Mejor Dirección y a la Mejor Autoría Teatral, además del Premio Talía de la Academia de las Artes Escénicas. Estos reconocimientos se sumaron al Max obtenido en 2023 a la Mejor Dirección de Escena por 'Supernormales', una innovadora producción del Centro Dramático Nacional que explora la vida sexual de las personas con discapacidad.
Rikarte remarca el trabajo colectivo de esta compañía creada hace quince años en Hernani, que trabaja el teatro gestual desde la máscara y la expresión, sin lenguaje verbal, demostrando que un rostro fijo puede, paradójicamente, ser más vivo que la piel.
Las creaciones de Kulunka surgen como ejemplos vivos de cómo una máscara puede ser mucho más que un simple disfraz. El teatro encuentra en ellas un lenguaje sin palabras, una verdad más profunda y un lenguaje universal que nos recuerda que en el arte, lo esencial no siempre está en lo que se ve, sino en lo que se siente, y que el verdadero rostro de un personaje —o de uno mismo— puede aparecer justo cuando creemos haberlo cubierto.
En este taller de ocho horas, que estuvo orientado a profesionales como actores, directores y dramaturgos, Iñaki Rikarte acercó a los participantes al trabajo creativo del teatro de máscaras, explorando las bases de su lenguaje escénico y las posibilidades expresivas. Mostró y acercó el trabajo creativo de la compañía, los rudimentos de trabajo, y las debilidades y fortalezas de este lenguaje en la creación de escenas mudas. El objetivo, según afirma, fue «afinar la mirada» y explicar cuál es la mejor manera de contar historias con este lenguaje que, a primera vista, parece restringido.
Entiende la máscara como una «suplantación de la propia identidad», que es «fija» y que provoca en el espectador a partir de los cambios corporales del actor y de la situación que se vive en el escenario diferentes interpretaciones por parte del interlocutor. «Es un elemento muy limitado desde el punto de vista expresivo a priori, pero resulta provocar una gran empatía, y es capaz de dar carga de profundidad de una manera eficaz», cuenta el director.
Pero, ¿cuenta más verdad que el rostro desnudo? «Como decía Gorgias, el teatro es el lugar en el que quienes se dejan engañar acaban siendo más sabios que los escépticos. En ese sentido, no creo que la máscara te engañe, sino que como espectador, el teatro es un pacto y tú decides ser engañado. Con las máscaras, la convención que plantean es aún mayor, al igual que con los títeres aceptas lo que ves, lo que saca lo mejor de uno mismo como espectador», añade.
Estos objetos cuentan con una expresión definida que amplifican las emociones. Pero, ¿cómo equilibrar la exageración con la sutileza para que no se convierta en una caricatura? «En realidad, funcionan como una lupa y permiten que los detalles pequeños se vean más. Permiten el juego con las cosas pequeñas. En ese sentido, no supone un estorbo que las máscaras resulten como caricaturas, para lo que sirve es para colocar al espectador en un lugar más activo, y a favor de lo que se cuenta», explica Rikarte.
Aprender a actuar con máscaras es como aprender un nuevo idioma: implica asimilar un código distinto, donde la expresión no se apoya en las palabras, sino en el cuerpo, la respiración, el ritmo y el gesto. Rikarte confiesa que esa gran restricción con el tiempo se convierte en una liberación para el intérprete, es «como andar en bici o conducir».
Cuando un actor comienza a manejar la máscara y el espectador empieza a interpretarla, el elemento estático cobra dinamismo. «Sucede que los actores que se enfrentan a la máscara por primera vez se sienten muy limitados. Les cuesta respirar con naturalidad, tienen la sensación de que ven y oyen menos... Es como estar dentro de una escafandra, lo que hace que pierdan referencias espaciales y dificulta la conciencia del compañero en escena, algo esencial. Sin embargo, ese estatismo desaparece y la máscara ejerce una fascinante influencia en el cerebro del espectador. A menudo, las personas establecen conexiones con rostros de su propia biografía, y al finalizar la función, nos han comentado que la recordaban como si hubiera tenido texto».
Durante la producción, la compañía trabaja con el texto como herramienta de construcción, aunque este desaparece en la puesta en escena. El espectador es quien completa el significado de la obra, convirtiéndose en una pieza clave del proceso creativo.
Los fundadores Garbiñe Insausti y José Dault tuvieron una idea audaz: crear un espectáculo con máscaras, un territorio completamente desconocido para lo que se rodearon de un grupo de personas que, al igual que ellos, no tenía experiencia en este lenguaje ni en el teatro gestual y se inspiraron en referentes europeos como la compañía alemana Familie Flöz, con sede en Berlín. «Antes de sumergirnos en el proyecto, realizamos un taller con uno de sus actores para aprender los principios fundamentales de esta disciplina. Parte de una intuición, pero no teníamos ni idea de la fuerza y el impacto que pueden adquirir», señala Iñaki Rikarte.
Kulunka cuenta con un elenco experimentado que refleja una evolución natural del equipo. Hoy, está girando con la obra 'André & Dorine' en escena a nivel nacional y 'Solitudes' en escenarios internacionales. Según su director, la compañía se ha enfocado principalmente en la representación teatral, más que en la creación de nuevas obras. Es reconocida como una compañía de repertorio, con cuatro producciones de largo recorrido, que requieren extensos periodos de producción y ensayo, lo que a su vez les permite contar con un equipo estable. A lo largo de su trayectoria, las obras han evolucionado junto con sus intérpretes, y la compañía ha dedicado esfuerzos significativos a analizar el impacto que las máscaras generan en el espectador. «Los proyectos han ido complicándose y evolucionando con nosotros, también técnicamente. Somos más ambiciosos desde el punto de vista dramatúrgico. Pero el tiempo tiene su doble cara; y es que el entusiasmo es algo que hay que cuidar, y pienso que el viaje que estamos haciendo con Kulunka es realmente interesante, paralelo a nuestra vida. Trabajamos también fuera de la compañía, lo que nos da aire y perspectiva a la hora de enfocar nuevos trabajos».
El mayor desafío para el director es el proceso creativo colectivo en la dramaturgia, que en su último espectáculo se extendió durante ocho meses a lo largo de dos años. No obstante, destaca que los actores han integrado mejor el lenguaje escénico, lo que les ha permitido depurar el material y acortar tiempos de creación. «Las máscaras tienen una capacidad enorme de sugerencia; seguramente por eso seguimos trabajando con ellas. Hemos descubierto un lenguaje que verdaderamente nos llena, nos obliga a ser muy esenciales a la hora de contar. No aceptan el discurso, no puede explicar nada o dar su punto de vista sobre cosas. Es acción pura».
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