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«A ti no se te ve venir», le suele decir algún amigo a Michel Gaztambide (Vaucluse, Francia, 1959) y al parecer no le falta ... razón. Un mes después de pasar por el alfombra roja del Zinemaldia en calidad de guionista de la última película de Víctor Erice, 'Cerrar los ojos', y doce años después de publicar su último poemario, Gaztambide presenta mañana 'Autopsia del zombi' (Libros del Mississippi) en el Convento donostiarra de Santa Teresa (19.00 horas).
– Ha pasado una década desde 'Moscas en los incunables'. ¿Había abandonado la escritura de poemas o dejó de publicarla?
– No, en este libro hay un poema, 'Epigrama', que tiene casi 35 años. Cada vez que se plantea la posibilidad de sacar un poemario, reviso lo que tengo y ahí hay cosas incompletas o que no estaban bien, y que consigo terminar o a las que les encuentro algo nuevo.
– ¿Le producen un sentimiento de extrañeza esos escritos antiguos?
– Sí. En algunos casos, para bien, y en otros, para horror. Hay cosas que conservas, pero que en ese momento no te encajan y otras que las ves a los cinco años y que tiras rápidamente a la basura. No es todo producción nueva, alguna es revisada.
– En esa ocasión, el poemario está dedicado a los médicos forenses.
– Es un chiste malo y absurdo. El título me lo ponía a huevo. Otros poemarios están dedicados a personas concretas y éste no tenía dedicatoria clara. Por mi oficio de guionista, leo muchos libros de casos forenses y siempre me ha parecido una profesión muy interesante a la que quizás hubiera podido dedicarme. De repente, el cadáver habla, lo que no se ve aparece y lo silente se manifiesta. Todo esto tiene algo que ver con la poesía.
– En cambio, el título, 'Autopsia del zombi', sí estará pensado.
– Sí. Uno mismo es un zombi, yo mismo en muchas ocasiones.
– ¿En qué sentido?
– En el de cómo voy por la vida, entre que me entero y no me entero. Y la 'autopsia' tiene que ver con esa parte de la poesía en la que te miras hacia dentro y una parte aflora. Es un título que me gusta pensar que no tiene mucha solemnidad, como 'Moscas en los incunables', y ese tipo de territorios es el que más conviene a mi poesía, que es menor, muy anecdótica y sencilla.
– Pero eso que comenta de ir por la vida poco atento contradice su oficio de guionista, siempre con el oído y la vista atentos.
– Eso es fundamental, pero se mira de distinta manera.
– ¿Cómo sabe cuándo un poema está ya terminado? Sentirá la tentación de seguir manoseándolos...
– Manoseo y manoseo, pero paro cuando tengo la sensación de que el fondo y la forma tienen un sentido. Cuando encuentras el verso que te falta o quitas el que te sobra. Es una especie de intuición y muchas veces encontrar el poema que quieres requiere quitar cuatro o cinco versos. Y también es importante el título porque es como un verso más. En ese momento, digo: esto ya está.
– ¿Se ha vuelto más lacónico?
– Sí, con el paso del tiempo mis poemas son cada vez más breves y algunas veces el minimalismo es de juzgado de guardia. ¿Eso es poesía? Nunca lo he sabido. Cuando escribí mis primeros versos se los pasé a una amiga, que me dijo: «Esto no es poesía, no rima». Luego ya descubres el verso libre, la rima interna y ese tipo de cosas, y te relajas un poco. Además, como soy un escritor mercenario y la poesía es una cosa más sagrada, me considero un intruso, una actitud que me encanta. No conozco a los poetas, no sé quiénes están de moda, mis poetas de cabecera son de otra época y de otro país. No tengo ni idea de lo que se hace, ni si está bien lo que yo hago.
– Con frecuencia, rompe el tono del poema con un verso, bien por su erotismo o su violencia, y casi obliga a releerlo.
– No diré que es algo buscado, sino que surge a lo largo de la escritura, y que tiene mucho que ver con mi manera de ver la vida, en la que constantemente los tonos se rompen. Embaucas al lector o al espectador de una determinada manera y de repente le sorprendes con la ternura, con la violencia o con lo pornográfico en algún caso. Eso me parece interesante porque sacude al lector.
– Alguien decía que es fácil escribir poemas a los veinte años, pero más complicado a los sesenta.
– El paso del tiempo siempre es sujeto de todo lo que hacemos. En este caso, yo creo que la edad tiene que ver con la sabiduría. A los sesenta años uno empieza a estar muy bien y descarta mucho más, sintetiza mejor, pero esa energía intelectual se ve contrarrestada por un deterioro físico, por leve que sea. Estás en plenitud de facultades mentales, pero tu cuerpo no te acompaña y eso genera un triste escepticismo y resignación.
– ¿Viven más los callados?
– Eso es un diálogo de 'thriller'. Son frases que apunto. Uno de mis trabajos consiste en escuchar y hoy he captado un fragmento de conversación entre una pareja de unos sesenta años: «No te comprendo, pero te acepto», le decía ella a él. Ahí hay un poema, una novela, una película y de todo. Eso es lo poético: encontrar en la vida y en lo aparentemente anodino esos fogonazos.
– Comenta en un poema que la vida no es una transacción justa.
– No lo es. Para nada. Es otra cosa. Las cosas aparentemente tienen un sentido que la vida no te devuelve. A la vida no le gustan los finales felices, a diferencia de a la ficción. No tiene sentido que 300 personas mueran delante de un hospital, que un niño fallezca de cáncer o que un anormal le clave un cuchillo en el corazón a una mujer que supuestamente ama porque la 'ama'... ¿Qué sentido tiene eso? O que la gente no pueda comer o tener un espacio para dormir porque le ha tocado estar en el lado desagradable de la vida. Si hay dios, menudo personaje.
– ¿Va a transcurrir otra década larga hasta que publique otro poemario?
– A este ritmo... Para cuando tenga otros veinticinco o treinta poemas en los que crea que hay algo pasará tiempo, eso seguro. Me gusta el ritmo al que trabajo y el tipo de editoriales con las que publico. De hecho, a la presentación de mañana van a venir amigos míos que no tenían ni idea de que escribo poesía y eso me parece fenomenal.
– Lo mismo está en el Festival de Cannes que en la alfombra roja del Zinemaldia, que trabajando en un 'thriller' o con Víctor Erice. ¿Tiene vocación de 'cuerpo extraño'?
– Pues a lo mejor es así, pero me gusta mucho. Me doy cuenta de que por las razones que fueren he tenido la suerte de trabajar en el cine con directores que no tienen absolutamente nada que ver los unos con los otros, cuando lo normal es que te encasillen. Estoy orgulloso de que el camino haya sido ese.
– ¿Y qué tal lleva ir a un Festival gigantesco como Cannes o posar en la alfombra roja?
– Lo llevo regular. No estoy acostumbrado, me gusta estar en segundo plano. Digamos que la alfombra roja no es mi sitio natural, tengo problemas. Hago lo que puedo.
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