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Podríamos llamarlo «diversidad relativa»: casi a la misma hora, pero a 600 kilómetros de distancia, dos artistas muy vinculados a lo nuestro mezclaban elogios y ... críticas sobre Donostia y el País Vasco. El pintor y cineasta Julian Schnabel, el americano que eligió ser donostiarra a tiempo parcial, lamentaba cómo esta ciudad va perdiendo identidad; a la vez el cocinero Dabiz Muñoz, el chef que viene tantas veces a Euskadi, proclamaba su pasión por lo vasco.
Qué bien viene a veces verse con los ojos de otro, con la perspectiva de quien mira de lejos pero la complicidad de sentirse cerca. Schnabel vino a Bilbao a recoger en el Guggenheim un premio por su labor como cineasta, pero antes pasó por Donostia. Visitó la estupenda exposición de Isabel Azkarate en el Artegunea de Tabakalera (él, que sabe de esto, la recomendó vivamente; yo, que sé menos, la recomiendo con más fuerza aún) y disfrutó con esta ciudad donde ha sido tan feliz, pero también comentó en público algunas impresiones negativas. «Me siento triste por las novedades que veo en San Sebastián, una ciudad neoclásica maravillosa en la que su belleza se está disipando», advirtió Schnabel desde el escenario bilbaíno.
Y puso ejemplos: la «conversión del mercado tradicional» en un centro comercial, o cómo la propia Tabakalera «se ha convertido en un sitio muy feo». «Hace años organicé ahí una exposición, cuando aún era una fábrica abandonada, y el sitio era maravilloso. Gasté mucho dinero en esa muestra para enseñar a los donostiarras las posibilidades de ese sitio... ahora feo». Es poner el dedo en una vieja llaga: la vieja Tabakalera pudo haber sido un espacio distinto pero se convirtió en un edificio amaestrado. Schnabel admira la Donostia adonde venía de visita, pero la ciudad va cambiando, como todas, tristemente, en la uniformización general. Pero conviene escucharle.
No nos flagelemos: también traigo masaje para nuestro estima. Vengo de Barcelona, de la gala de la Guía Michelin. Ya hemos contado aquí que los viejos rockeros de nuestra cocina siguen en el top, que Martín Berasategui continúa siendo un fenómeno en la suma de estrellas y que la guía es cicatera con la nueva hornada de vascos. Al final de la gala me acerqué a Dabiz Muñoz, el chef de Diverxo, siempre atento. Su relación con Cristina Pedroche le ha situado en el ojo del huracán del 'cuore', pero es un cocinero respetado por sus colegas.
Le pregunté a Muñoz por su amor por Euskadi y se me puso romántico: había que verlo, en medio del tumulto postgala, contando ante mi móvil que le atrapa el País Vasco por su clima, su gente y su cocina, que el Mugaritz es el restaurante gastronómico donde más veces ha comido, que quiere a Juan Mari Arzak y que no descarta, el día que sea mayor, «retirarme a vivir en Euskadi en plan abuelo cebolleta».
Cómo nos gustan esos elogios, y cómo nos asusta que el País Vasco, y especialmente Donostia, sea vista como refugio ideal de jubilados. Celebremos que otros 'refugiados' vienen: Giacometti, Tàpies o Braque se reúnen con Chillida en Chillida Leku en la excepcional exposición 'Universo Maeght'.
En voz baja
Una mañana de invierno nos convocaron en los Príncipe a un pase secreto de '20.000 especies de abejas': ahí estábamos parte del equipo de la película y algunos periodistas, con embargo hasta que la película se estrenara. A la salida de este tipo de pases los asistentes solemos mantener un respetuoso silencio, sin efusiones a favor o en contra, pero ese día ya sentimos que estábamos ante una película especial que iba a marcar el año. Se estrenó en Berlín, fue premiada, logró una estupenda crítica y ahora acumula candidaturas de los Goya.
Las merece esta película tan delicada y emotiva en su mirada a la cuestión del género, pero también sobre las relaciones entre padres e hijos o las parejas. Su directora, Estibaliz Urresola (en la foto, de la que siempre decimos que es «cineasta de Llodio afincada en Hernani», confiesa que aún sigue asimilando el boom de la película.
En aquel pase mañanero e inicial de '20.000 especies de abejas' estuve sentado cerca de Martxelo Rubio, el intérprete que debutó como actor con '27 horas' y que en esta historia hace el pequeño pero difícil papel de padre. Me alegra que esté nominado, y también, por supuesto, que lo esté Ane Gabarain, siempre enorme y especialmente aquí, como 'madura' liberada y un poco bruja, la dama libre que se baña desnuda en el río. Un Goya para ella.
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