El primer espectáculo de danza contemporánea al que asistió Asier Zabaleta (Ezkio, 1972) le impactó de tal manera que cambió sus estudios de Bellas Artes por su reciente descubrimiento. En aquel momento, quién le iba a decir al incipiente artista que después de ver la ... producción 'Zilbor hestea' (1991) en la octava edición del festival Maiatza Dantzan, debutaría profesionalmente como bailarín en ese escenario hace treinta años con el espectáculo 'Amets beroak' (1994) o que, esta tarde, celebraría ahí las dos décadas de su propia compañía, Ertza.
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– ¿En qué consiste la celebración de los veinte años de Ertza?
– El objetivo era reunir al mayor número de bailarines, colaboradores, artistas y escritores que han pasado por la compañía y hacer una fiesta para recordar los buenos tiempos y planificar nuevos. Participamos catorce bailarines, el cantante Iosu Yeregui, el pianista Iñar Sastre y Harkaitz Cano, que ha escrito un texto expresamente para esta celebración. La gala es un menú compuesto por fragmentos de las piezas más representativas y consta de dos partes coreográficas. Entre ambas, proyectaremos un vídeo con los proyectos que he hecho fuera y que han pasado más desapercibidos, como los de Brasil, Mozambique o Rusia.
– ¿Qué significa para usted cumplir dos décadas de su compañía?
– Significa que soy muy cabezota. Cuando empecé haciendo una apuesta por la creación, siempre veía mi futuro incierto, pero con los años eso va variando y también vas cogiendo experiencia. Ahora ya no siento ese vértigo que sentía en los primeros años. Veo a la gente que está trabajando en esos supuestos trabajos tan estables y fijos, y esa estabilidad es volátil. El hecho de que los bailarines sepamos amoldarnos a las situaciones más difíciles y buscar nuevos caminos, te da otra entereza. Saber adaptarnos nos hace flexibles como un junco, pero también más fuertes.
– ¿Cómo surge la compañía?
– Yo estaba trabajando en Alias Compagnie en Suiza. Me gustaba mi vida allí, aunque se reducía a trabajo, trabajo y trabajo. En el año 2000, en un viaje de fin de semana a casa, conocí a quien hoy día es mi marido. A partir de entonces, nos veíamos en París, en Barcelona, a mitad de camino, o yo venía aquí o él iba allí. Básicamente nos dejamos nuestros salarios en viajes. Ertza nació cuando yo decidí volver de Ginebra e instalarme aquí a probar suerte. Para no venir de vacío, estrené en Suiza la pieza 'Ego-tik' y así comenzó la andadura de Ertza. A nivel laboral, seguramente mucha gente no entendería la decisión, pero la vida no es sólo lo laboral.
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– ¿Cómo fueron los primeros años de poner en pie su proyecto?
– Los primeros años aquí fueron muy duros y con muy pocas actuaciones. En 2004, hice cinco actuaciones en todo el año: tres en Ginebra y dos en La Fundición, en Bilbao. Era sobrevivir más que vivir. El año siguiente también fue difícil, pero me embarqué en una creación, y de repente, 'Ego-tik' despegó a nivel internacional y me llevó a lugares tan dispares como Filipinas, China, Perú, El Salvador, Costa Rica o México. Me hizo mucha ilusión y comprendí que no estaba tan equivocado al querer volver a Euskadi.
– ¿Cómo definiría Ertza?
– Ertza es un paraguas donde poder crear y resguardarse de las inclemencias. Si nos referimos a una compañía estable con un número concreto de bailarines fijos, pues no es ese tipo de proyecto. Ertza es una estructura mínima que se sostiene con un director, una persona encargada de producción y otra de distribución. Es muy difícil económica y administrativamente, mantener una estructura mayor, además de que te limita. Mis proyectos varían mucho y uso disciplinas de danza muy diferentes, por lo tanto, cada proyecto me pide una serie de bailarines muy concretos.
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– ¿Cuál es el sello característico de su trabajo?
– Los temas que he elegido para hacer una obra de danza. Me preguntaban cómo podía hablar de la religión, del miedo o de la identidad de un pueblo en una pieza de danza. El sello de Ertza es abordar temas ligados a la psicología humana, poniendo en evidencia las contradicciones que tenemos los seres humanos. A mí me interesa que me hagan preguntarme las cosas, dudar sobre mis creencias o reflexionar. Por otro lado, otra característica es la amplitud de lenguajes de la danza y el poco pudor a la hora de mezclar los unos con los otros.
– Yendo al pasado, ¿cómo aparece la danza contemporánea en su vida?
– Llevaba toda mi vida bailando danza tradicional y cuando tenía dieciocho años, en un Maiatza Dantzan vi el espectáculo 'Zilbor hestea', que hicieron Iñaki Landa y Ana Remiro. Esa misma semana, fui a apuntarme al estudio de danza de Iñaki Landa y desde el primer momento, él me hablaba de la disciplina y de lo duro que era este mundo como si fuera a dedicarme profesionalmente a ello. Poco tiempo después, llegó la audición para 'Amets beroak' y hasta hoy.
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– Como testigo y parte de la danza en Euskadi en las últimas décadas, ¿cómo ha sido la evolución?
– Ha evolucionado bien, pero lentito. En mis inicios, Arteleku fue el caldo de cultivo de muchos artistas y la danza también tuvo un lugar, y de ahí surgió el germen de Dantzagunea, gracias a lo que ahora hay muchas compañías interesantes en Gipuzkoa. El principal desafío está en la programación, ya que los programadores no suelen arriesgarse mucho a la hora de programar danza contemporánea. Otro reto está en incluir la danza en la educación, ya que es una manera de crear nuevos públicos para el futuro.
– Por último, ¿qué es la danza para usted?
– Todo y nada. La danza viene dada conmigo. Me recuerdo en la cocina del caserío bailando con mi hermana y con mi madre las trikitixas de Segura Irratia. La danza es mi vida y no sabría vivir sin ella: la uso para trabajar, divertirme, para estar sano, la uso para todo. El mundo sería más amable, solidario y feliz si todos bailáramos más. Pero me asusta un poco decir que lo es todo, porque soy una persona que lo relativiza todo.
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