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Unos jóvenes Metallica: de izquierda a derecha, Hammett, Burton, Ulrich y Hetfield.

Metallica maneja los hilos

'Master Of Puppets', el disco con el que la banda californiana saltó a la primera línea del heavy, cumple treinta años

Carlos Benito

Miércoles, 24 de febrero 2016, 13:26

A muchos nos resulta raro celebrar el 30 aniversario de un disco como 'Master Of Puppets', porque, pese al paso del tiempo, lo seguimos viendo investido de las cualidades que tenía cuando lo conocimos: en aquel momento de los 80, Metallica y los demás grupos de 'thrash' representaban la novedad, la rebeldía, una excitación casi clandestina que circulaba por los institutos en forma de casetes grabadas. Se ha convertido ya en un cliché comparar aquel movimiento con lo que significó el punk algunos años antes en la corriente general del rock, y por supuesto había bastante de eso: Metallica y sus compañeros de generación limpiaron el heavy de mucha pose absurda y mucha estética hueca y supieron afilarle de nuevo los dientes, a base de velocidad, agresividad, contundencia y actitud. Pero, escuchado desde el presente, un disco como 'Master Of Puppets' sorprende también por su carácter tremendamente inclusivo, muy alejado del propósito radicalmente rupturista que tantas veces se atribuye al 'thrash'. Cualquier aficionado al metal, incluso el más anticuado, debería encontrar en este disco pasajes de su agrado, porque los devastadores asaltos sonoros conviven con composiciones más amigables, en las que no falta la delicadeza acústica ni esa costumbre progresiva de complicarse la vida con la estructura de las canciones.

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Con 'Master Of Puppets', el cuarteto californiano saltó desde el 'underground' hasta la primera fila del género, una conquista que muchos aficionados ni siquiera creían posible: al principio, daba la impresión de que las bandas de thrash (Metallica, Slayer, Megadeth, Anthrax...) estaban condenadas al culto subterráneo o, más probablemente, a consumirse en su propia rabia. Pero la evolución de Metallica fue fulgurante y arrolladora: la hosca agresividad de su primer álbum, 'Killem All' (1983), dejó paso a la sofisticación y los elementos progresivos del segundo, Ride The Lightning (1984), en una rápida depuración de su fórmula que cristalizó en 1986 con 'Master Of Puppets', el primer álbum de 'thrash' que logró el platino. Conviene recordar que Metallica alcanzaron esta madurez, tan inesperada como inapelable, cuando eran aún sorprendentemente jóvenes: aquel 3 de marzo, el día que se editó el álbum, James Hetfield y Lars Ulrich tenían 22 años, Kirk Hammett andaba por los 23 y Cliff Burton acababa de cumplir los 24. «Creo que en este disco hay todavía cierta inocencia y una actitud de 'que se joda el mundo'. No estábamos influidos por la propia importancia de Metallica. Las canciones tienen esa energía, ese fuego: todavía son juveniles, estábamos creciendo y las canciones se hacían más grandes y mejores», analizaba hace años Hetfield en una televisión japonesa.

Lovecraft, Bach y Bowie

La icónica portada, obra del artista Don Brautigam, aspiraba a resumir el contenido lírico del álbum: somos marionetas en manos del 'master of puppets', el titiritero, encarnación simbólica de los distintos poderes que nos manejan desde el nacimiento hasta la tumba. Las letras hablan de falsa libertad, opresión y alienación, identificadas en ámbitos como el consumo de drogas, el sistema psiquiátrico o la sumisión militar. Metallica repitieron la fórmula del anterior álbum y se fueron a grabarlo a Dinamarca, el país natal de Ulrich, de nuevo con el productor Flemming Rasmussen, que ya en el estudio fue consciente de que aquel repertorio estaba llamado a convertirse en un disco de referencia. Metallica se las apañaban para tocar canciones muy complejas a una velocidad endiablada, apiñando múltiples ideas en un solo tema sin perder por ello el gancho melódico. Y se permitían además el lujo de combinar himnos imparables de 'thrash' desbocado ('Battery', la propia 'Master Of Puppets', 'Disposable Heroes' o 'Damage, Inc.') con un instrumental progresivo como 'Orion', en el que Cliff Burton sacaba partido a su formación clásica. Hasta se le puede encontrar al disco una vertiente cultureta, con canciones basadas en libros -Lovecraft en 'The Thing That Should Not Be' y 'Alguien voló sobre el nido del cuco' en 'Welcome Home (Sanitarium)'-, un título inspirado por David Bowie -'Leper Messiah' es una expresión sacada directamente de la letra de 'Ziggy Stardust'- e incluso el eco de una cantata de Bach en la introducción de 'Damage, Inc.'.

Tras editar el álbum, Metallica se fueron de gira como teloneros de Ozzy Osbourne: en las pruebas de sonido solían tocar 'riffs' de Black Sabbath para mosquear al veterano inglés. Tras el verano, empezaron la gira europea, ya como cabezas de cartel y acompañados por Anthrax, pero entonces sobrevino la tragedia: en Estocolmo, su autobús patinó en el hielo y Cliff Burton salió despedido y murió en el acto. Aunque todavía firmarían álbumes tan mayúsculos como el siguiente, '... And Justice For All', de nuevo con Rasmussen en la mesa, el fallecimiento del carismático bajista supuso el final de una era, de esa edad de la inocencia a la que tanto se refiere James Hetfield cuando habla de 'Master Of Puppets': «Las canciones me recuerdan a unos Metallica inocentes, y utilizo la palabra 'inocente' no en el sentido de estúpido, sino en el de no estar manchado ni echado a perder por la fama. Aunque hemos hecho lo que hemos podido para no quedar tocados por la popularidad, es imposible no sentir sus efectos. La honestidad y la inocencia de 'Master Of Puppets', cuando todavía dormíamos y vivíamos en el estudio, dándole forma a todo, con aquel fuego... Solo teníamos a Metallica en la cabeza, nada más que Metallica».

Vídeo: Metallica - Master Of Puppets (en directo en 2012)

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