Carlos Benito
Martes, 22 de marzo 2016, 19:02
Si medimos la influencia de un músico por la talla de sus amigos y admiradores, llegaremos a la conclusión de que Jeffrey Lee Pierce es un gigante escondido entre los pliegues de la historia del rock. Desde su muerte a los 37 años, el 31 de marzo de 1996, ha sido objeto de tres álbumes de homenaje, en los que han participado estrellas como Iggy Pop, Nick Cave, Debbie Harry, Primal Scream o Mark Lanegan. El fiero Henry Rollins le editó su libro de memorias, el actor Johnny Depp era colega suyo y planeó una colaboración musical con él, los Cramps asistían a sus primeros conciertos y le copiaron más de un truco. Y, sin embargo, da la impresión de que la figura del cantante y guitarrista estadounidense está cada vez más difuminada, condenada al olvido igual que en vida chocó una y otra vez con el fracaso, la mala suerte y el desastre personal.
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En buena medida, él mismo se labró a conciencia su destino. Los mejores momentos de su banda, The Gun Club, suenan igual de frescos y estimulantes que hace treinta años: basta escuchar su primer álbum, 'Fire Of Love', editado en 1981 y grabado «en dos días y puestos de speed», que arrebata al oyente en una cabalgada hacia el corazón turbio de la Norteamérica más profunda y sirve de enlace asombroso entre Robert Johnson y los Pixies. Pero, a la vez que un músico de visión deslumbrante, Jeffrey Lee Pierce fue un virtuoso en el arte de ponerse la zancadilla a sí mismo: ahí están esos conciertos en los que se desplomaba a la segunda canción, perdidamente borracho y/o drogado, o todas esas muestras de su carácter imprevisible y poco de fiar -por ejemplo, una vez le deportaron del Reino Unido por sacar una katana en una pelea de pub-, o el trato insufrible hacia los músicos de su banda, que llevó a medio grupo a dejarle plantado justo antes de coger el avión para una gira por Australia. Hablamos de uno de los grandes inadaptados de la historia del rock, un tipo de identidad compleja que se sentía perennemente insatisfecho: buena parte de su carrera y de su biografía transcurrió a base de tumbos de un país a otro, de unas personas a otras, con el alcohol, las drogas, la enfermedad y la música como únicas constantes. Hijo de madre mexicana, él mismo solía atribuir a esa condición mestiza su angustioso sentimiento de alienación: «Incluso ahora sigo considerando ajenos y extraños a los americanos anglosajones», escribió en su autobiografía. Y también decía: «Yo estaba lleno de rabia, odio y sexo. Desalentado, descreído y decepcionado. De alguna manera, era un punk, pero sin uniforme».
Su aspecto, desde luego, contribuía a complicar su ajuste en las tribus juveniles de la California de los últimos 70: con la cabellera teñida de rubio, los labios pintados y una marcada inclinación por las bandanas, los fulares y los sombreros, resultaba tremendamente difícil de categorizar. A él, además, siempre le encantó inspirar la hostilidad del prójimo. Dave Alvin, de The Blasters, recordaba hace unos años en la revista 'Mojo' un concierto en el que tuvieron como teloneros a The Gun Club. Era un público de rockabillies, custodiado por unos tremendos guardias de seguridad negros, y Alvin esperaba con congoja el momento en el que The Gun Club interpretasen el tema 'For The Love Of Ivy', en el que Pierce se ponía vagamente faulkneriano y cantaba el verso «estaba cazando negratas (niggers) en la oscuridad». Nuestro hombre tuvo el detalle de cambiar la letra al llegar ahí, pero lo que se le ocurrió decir en su lugar fue «estaba cazando gilipollas rockabillies en la oscuridad».
Musicalmente, Jeffrey Lee Pierce tampoco acababa de encajar en ninguna casilla. A The Gun Club se les colgó siempre la etiqueta de 'blues-punk', pero los gustos del líder habían seguido una trayectoria mucho más sinuosa de lo que esa fórmula permitía sospechar. El joven Pierce fue primero seguidor del glam y del rock progresivo, después se entusiasmó por la música jamaicana, hasta el punto de viajar a la isla y escribir críticas de reggae en un fanzine, y más tarde se convirtió en presidente del club de fans de Blondie en la Costa Oeste. Idolatraba a Debbie Harry, la vocalista de Blondie, hasta el punto de llevar siempre encima un papelito que ella le había escrito, con instrucciones sobre cómo teñirse el pelo. Y se daba la curiosa circunstancia de que, cuando fundó The Gun Club con su eterno compinche Kid Congo Powers, también medio chicano, este presidía el club de fans de los Ramones. ¿Y qué hay del blues? Al parecer, la admiración de Pierce por las añejas voces de Howlin' Wolf o Charley Patton surgió de la amistad con Bob Hite, el barbudo cantante de Canned Heat, que antes de morir con 38 años le regaló varios discos de su colección.
Sexo, asesinato y locura
Todos sus allegados coinciden en que Jeffrey Lee Pierce era muy difícil de aguantar y obsesivo en sus vicios y sus aficiones. Su legendario consumo de alcohol le valió una cirrosis antes de cumplir los 30, pero se mostraba igualmente excesivo en otras pasiones menos dañinas: los dinosaurios, la literatura de Faulkner y Lowry y, sobre todo, la cultura asiática, aunque la búsqueda del equilibrio y la serenidad a través de la filosofía oriental parezca difícil de compaginar con sus peripecias y sus canciones. «Todas las letras de los comienzos de The Gun Club trataban asuntos impopulares, como el sexo, el asesinato, las drogas, la locura, la desesperación, la soledad, el suicidio o, simplemente, las malas vibraciones. También había una buena dosis de mentalidad de autodestructivo asesino en serie y de criminal de guerra racista», describió. Y, sin embargo, a la vez estaba fascinado por Asia, tanto en el aspecto sexual - acabo casándose con una japonesa, Romi Mori, a la que había incorporado a la banda en calidad de bajista-, como en el cultural: devoraba cine oriental, viajó por Vietnam y pasó largas temporadas de su vida en Japón, donde se defendía con el idioma.
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De hecho, regresó del país asiático poco antes de morir, cuando ya era una sombra sufriente de sí mismo. Le dio tiempo a ponerse en contacto con algunos amigos, como Mark Lanegan: «Me llamó. Estaba en Utah y sonaba normal. Le dije: 'Qué demonios, tío, todo el mundo dice que te vas a morir'. Y él respondió: 'Siempre dicen eso'. Una semana después, cayó en coma y murió». Su hermana esparció sus cenizas en Kioto, tan lejos de la tierra oscura que había dado sustancia a sus canciones.
Vídeo: The Gun Club - Fire Of Love
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