![Una 'playlist' al estilo de 1916](https://s3.ppllstatics.com/diariovasco/www/pre2017/multimedia/RC/201604/05/on-extra/media/cortadas/wilbur-sweatman--575x456.jpg)
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Carlos Benito
Miércoles, 6 de abril 2016, 17:51
En estos tiempos acelerados, cuando nos parece remoto lo que ocurrió hace diez años y contemplamos los años 70 como historia antigua más cómica que otra cosa, volver la mirada hacia la música de hace un siglo parece un empeño disparatado: ¿ya reconoceremos algo de lo que se componía, se interpretaba y se escuchaba en aquella época? Desde luego, la música tenía una presencia importante en la sociedad de comienzos del siglo XX: este mismo periódico publicaba constantes noticias sobre veladas y conciertos, y de vez en cuando aparecían también anuncios e incluso sucesos vinculados con esta cuestión. «Fonógrafos desde 20 pesetas, discos música los más baratos. Amann Belosticalle», decía la publicidad en agosto de 1915. «En Ollerías hay un señor enamorado del fonógrafo. Desde la Walkiria hasta el 'couplet' de '¡Ay, Nemesio, hazme un retrato al magnesio!', todas las noches se los hace escuchar a sus vecinos. Anoche los guardias fueron requeridos por un antifilarmónico para que hicieran comprender al dueño del aparato la necesidad que tienen de reposo los habitantes de Ollerías. El imperio de la ley acabó con la serenata», relataba una gacetilla en septiembre de 1914. Ya ven que los reggaetoneros que torturan al vecindario no son invento nuevo, sino una simple evolución de figuras con mucha historia.
Vamos a echarle valor y repasar cinco músicas de 1916. Lo haremos con un criterio poco restrictivo e incluso, a veces, un poco tramposo, pero verán cómo lo que suena no nos resulta del todo ajeno.
Gustav Holst. 'Los planetas'
El británico Gustav Holst terminaba de escribir en 1916 su obra más conocida, 'Los planetas', una suite orquestal que le ocupó durante dos años. Cada uno de sus movimientos se centra en un planeta del sistema solar (excepto la Tierra, ausente del conjunto) y en sus implicaciones astrológicas: el bueno de Holst se había aficionado a los horóscopos durante unas vacaciones en Mallorca y solía dibujar las cartas astrales de sus amigos. La composición tuvo un éxito diferido y, de hecho, no se interpretó en público de manera íntegra hasta cuatro años más tarde, pero muy pronto se convirtió en el trabajo emblemático de su autor, que contemplaba con disgusto cómo hacía sombra al resto de su producción. Cuando, en 1930, se descubrió Plutón, el músico no se sintió lo suficientemente motivado como para añadir un nuevo fragmento a Los planetas. Lo haría, setenta años más tarde, el compositor Colin Matthews, pero por supuesto Holst había acertado: poco después de aquel innecesario alargamiento de la obra, Plutón fue degradado de categoría.
Los musicólogos suelen elogiar las sorprendentes sonoridades de la obra, que utiliza recursos como el 'fade out', ese final de volumen descendente que habría de volverse tan habitual en el pop: 'Neptuno' acababa con el coro de mujeres en una habitación adyacente a la sala de conciertos, cuya puerta se iba cerrando poco a poco de manera que las voces «se perdían en la distancia» de manera casi fantasmagórica. Fuera de la música clásica, Los planetas obsesionó especialmente a las huestes del rock progresivo (King Crimson, ELP2, Yes...), pero aquí nos vamos a ceñir a una interpretación orquestal de Júpiter, el portador de la alegría.
Enrico Caruso. 'O sole mio'
'O sole mio' es tan famosa que muchos la creen tradicional, una de esas melodías cuyo origen y autoría se pierden en la noche de los tiempos, transmitida de voz en voz a lo largo de incontables generaciones de napolitanos. Pero no: en realidad se compuso en 1898 y la firmaron Eduardo di Capua y Giovanni Capurro. De hecho, sigue sujeta a derechos, porque una juez consideró que un tercer músico, Alfredo Mazzucchi, considerado hasta entonces mero transcriptor de la partitura, también había de ser reconocido como autor, y resulta que este hombre no dejó el mundo de los vivos hasta 1972. En fin, dirán ustedes, ¿y qué pinta esto en nuestra 'playlist' de 1916? Pues bien, ese año grabó en disco 'O sole mio' el mismísimo Enrico Caruso, la gran superestrella de la época, el tenor italiano que se convirtió en una de las primeras celebridades planetarias. Un siglo después, sigue habiendo canarios y jilgueros bautizados con su apellido.
Wilbur Sweatman. 'Home Down Rag'
Al contrario de lo que ocurre con Caruso, no hay mucha gente que se acuerde de Wilbur C. Sweatman, ni mucho menos que ponga su nombre a una mascota, a menos que rebusquemos en los círculos de especialistas en el jazz más primitivo. En diciembre de 1916, este minúsculo clarinetista registró para el sello Emerson un disco que incluía su Down Home Rag, y algunos musicólogos defienden que debe ser considerado el primer ejemplo grabado de ese nuevo y excitante género llamado jazz (o, si atendemos a la titubeante grafía de aquellos tiempos, jass). Sweatman fue uno de los primeros artistas negros con fans repartidos por todo Estados Unidos, pero la posteridad no se ha mostrado muy generosa con él: sus partidarios argumentan que ese desdén se debe a que buena parte de su carrera se desarrolló en el ámbito del vodevil, donde arrasaba con un número en el que tocaba tres clarinetes simultáneamente. Ah, Sweatman solía referirse a lo suyo como hot music, un concepto que va más allá de etiquetas y de fronteras estilísticas y que reivindicamos desde aquí.
Roberto Firpo. 'La cumparsita'
Ojo con lo que dicen, porque lo mismo se apresuran a mencionar Argentina y se les mosquea algún uruguayo, aunque lo peor es que también puede haber rencores en el sentido contrario. La cumparsita fue compuesto por Gerardo Matos, del mismo Montevideo, un estudiante de arquitectura que escribió la canción (sin letra) para la comparsa de carnaval de la Federación de Estudiantes del Uruguay. En 1916, el músico argentino Roberto Firpo actuaba en el café La Giralda de Montevideo y fue asaltado por un montón de estudiantes que le pedían que arreglase «una marchita». Firpo siempre sostuvo que añadió a la partitura de Matos unos cuantos compases de dos tangos propios, pero, más allá de debates sobre la autoría, el caso es que lo estrenó en sus bolos de La Giralda y también lo grabó aquel mismo año, en noviembre. En la accidentada historia de este tango todavía faltaba alguna contribución más: 'La cumparsita' cayó rápidamente en el olvido hasta que, en 1924, Pascual Contursi y Enrique Maroni le pusieron letra para incluirlo en una obra de teatro, con la suerte de que un tal Carlos Gardel lo incluyó poco después en su repertorio.
Manuel Penella. 'El Gato Montés'
Aunque cientos y cientos de documentos datan el estreno de El Gato Montés en 1916, lo cierto es que no ocurrió hasta febrero de 1917, pero aquí vamos a hacer la vista gorda: a modo de disculpa, siempre podremos invocar el criterio de la fecha de composición, como hemos hecho en Los planetas. Cuando se habla de El Gato Montés, lo más normal es ponerse a tararear el conocidísimo pasodoble, pero en realidad el título corresponde a la obra que lo incluye, una ópera centrada en el triángulo amoroso entre una gitana, un torero y un bandolero, quees quien luce el apodo felino. ¡Casi nada! La escribió el valenciano Manuel Penella, un personaje que en su juventud aventurera trabajó como sastre, payaso, marino y torero e incluso decoró una iglesia de Chile. Además de sus melodías (también es suya En tierra extraña, el himno de emigrantes que inmortalizó Concha Piquer), nos resulta bien conocida parte de su descendencia: es abuelo de las actrices Emma Penella y Terele Pávez y bisabuelo de Emma Ozores. Con el pasodoble de El Gato Montés, en versión de la banda Santa Cecilia de Algemesí, podemos irnos de 1916 por la puerta grande.
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