![¡Malditos australianos!](https://s3.ppllstatics.com/diariovasco/www/pre2017/multimedia/RC/201608/31/on-extra/media/cortadas/scientists-koXB-U202613352365LZB-490x578@RC.jpg)
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Carlos Benito
Miércoles, 31 de agosto 2016, 23:15
Hay sencillos de debut que, de alguna manera, encapsulan todo el potencial de un grupo y permiten aventurar las claves de su trayectoria posterior. Pero, desde luego, ese no fue el caso de los Scientists: los cuatro gatos que en 1979 compraron su primer 'single' habrían podido augurar a la banda australiana un futuro razonablemente prometedor dentro de la facción más popera del punk, dada la evidente facilidad que mostraban a la hora de facturar melodías memorables y vivificantes. 'Frantic Romantic', la cara A de aquel disco, es una de esas canciones que pueden gustar a todo el mundo, porque (igual que ocurre, por ejemplo, con los temas de los Ramones) aplica la energía y la actitud propias de la época a un material de corazón clásico, luminoso y amigable.
Pero aquel frenesí romántico les duró bien poco al líder Kim Salmon y sus muchachos, y con él se fueron alejando también las perpectivas de éxito. La carrera de los Scientists duró una década, plagada de cambios de formación y también de ubicación, que a veces parecían más un intento de sabotearse a sí mismos que un plan serio para afianzar su carrera. Procedían de Perth, la capital del occidente australiano, una ciudad tan alejada de todo como para que su entrada en la Wikipedia cuente con un epígrafe dedicado al aislamiento, pero se mudaron a Sídney hartos de que sus paisanos les tratasen «como a leprosos» y más tarde dieron un salto de ida y vuelta a Londres. Esa accidentada trayectoria estuvo acompañada de una especie de descenso decidido a los infiernos del rock: inmediatamente después de su primer LP, el llamado 'álbum rosa' de 1981, fiel todavía a su estilo original, la música de los Scientists experimentó un oscurecimiento irrevocable que les empujó por senderos incómodos, torturados y también muy personales. Sobre una base rítmica obsesiva hasta bordear a menudo lo maquinal, las guitarras gemían y la voz amenazadora de Salmon exploraba un pantanoso territorio propio, un blues maniaco y viciado que lindaba con referentes como los Cramps o Iggy Pop y con compañeros de generación como los también australianos The Birthday Party. Ya en el mini-LP 'Blood Red River', de 1983, no quedaba ni rastro de aquel capital popero de los primeros Scientists: más bien, las canciones parecían reptar y retorcerse en el fondo de un pozo.
Los australianos, con sus pintas de dandis decadentes, se convirtieron en un grupo de culto, esa etiqueta que garantiza unos seguidores leales, entusiastas y, sobre todo, escasos. La condena a lo subterráneo se vio complicada por un desagradable conflicto con su compañía, que se dedicó a 'contraprogramar' cada nuevo lanzamiento con una referencia reciclada, hasta convertir su discografía en un embrollado laberinto. Sus momentos de mayor gloria fueron las giras británicas como teloneros de The Gun Club, The Sisters Of Mercy y Siouxsie And The Banshees, pero en 1987, ya de vuelta en Australia, se disolvieron con más pena que gloria y Salmon continuó su carrera con The Beasts Of Bourbon, los Surrealists y en solitario.
Caballeros con camisa
Pero a los malditos Scientists les esperaba una posteridad inesperada: entre sus fervientes fans se contaban figuras tan influyentes como Sonic Youth («me demostraron que el rock and roll podía ser interpretado por caballeros en camisas de seda», ha dicho Thurston Moore) o Jon Spencer («me hicieron un hombre», asegura) y se ha acabado convirtiendo en un tópico la afirmación, formulada en su momento por el crítico Everett True, de que aquellos australianos de Perth fueron los adelantados e incomprendidos inventores del grunge. Es cierto que Mudhoney mostraban devoción por su obra, pero ciertamente se trata de una medalla tan cuestionable como innecesaria: su trayectoria fue apasionante en sí misma y alcanzó rincones que habrían espantado a buena parte de sus supuestos ahijados. En España, por cierto, uno de sus mayores valedores fue el músico navarro Josetxo Ezponda, que versionó 'Swampland' con su banda, Los Bichos, y 'Solid Gold Hell' en un disco en solitario.
El modélico sello de reediciones Numero Group ha puesto orden en el legado de los Scientists y acaba de reunir sus grabaciones de estudio en una atractiva caja titulada 'A Place Called Bad': son 58 temas repartidos en tres cedés, a los que se suma un cuarto con un concierto de 1983 y otras muestras selectas del directo de la banda. Es una buena ocasión para recuperar la obra de un grupo que, en una de sus reuniones esporádicas, nos visitó este mismo verano: tocaron en el Azkena Rock Festival, con un aperitivo en solitario de Kim Salmon en el Panorama de Barakaldo, y demostraron que su oscuro veneno sigue haciendo efecto.
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