Carlos Benito
Miércoles, 7 de septiembre 2016, 20:23
Se nota que un artista es un verdadero pionero cuando, a la hora de buscar referencias para su obra, todos los nombres que le vienen a uno a la cabeza son posteriores y ni siquiera guardan relación personal ni generacional con el creador en cuestión. A los dos componentes de Silver Apples solo les faltaba llevar esa palabra, pionero, tatuada en la frente, porque irrumpieron en la escena neoyorquina de finales de los 60 como dos marcianos empeñados en remedar a su manera el sonido del rock psicodélico. Y su manera era bastante diferente a la convencional, hasta el punto de que se pueden encontrar en su sonido elementos del krautrock de los 70, el postpunk y la nueva ola de los 80, el indie más aventurado de los 90 o múltiples ramas de la música electrónica de los últimos cuarenta años.
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Todo empezó en un contexto mucho menos visionario: el vocalista Simeon Coxe III y el batería Danny Taylor formaban parte de un grupo de rock normal y corriente, The Overland Stage Electric Band, cuando el cantante empezó a obsesionarse por la electrónica. El bueno de Simeon (que suele firmar simplemente con su nombre de pila) se hizo con un vetusto oscilador de los años 40 y empezó a salpicar las canciones de la banda con sus emanaciones sonoras: él estaba convencido de que a los demás miembros de la banda les iban a fascinar esos chorretones y pulsos futuristas, tan indómitos como el solo de guitarra más incendiario, pero todos huyeron en desbandada y se quedaron solos él y Taylor. Fue entonces cuando se rebautizaron como Silver Apples y dieron rienda suelta a su visión de un nuevo rock electrónico: lo suyo no tenía nada que ver con la electrónica academicista de la época, tan alejada de la idea de canción popular, pero pronto se reveló que su armazón instrumental también los alienaba inevitablemente en el mundillo del que procedían. Simeon se fabricó un monstruoso instrumento de bricolaje, una especie de Frankenstein electrónico que reunía una docena de osciladores y un desconcertante surtido de manipuladores de telégrafo, piezas de radio y otros desechos electrónicos. Parecía la mesa de trabajo de un inventor loco y contaba con ochenta y seis controles manuales, aunque también se manejaba con los pies y con los codos. «Nadie podía criticar el progreso de mi aptitud con el instrumento, porque no había nada con lo que compararlo», ha comentado Simeon en una entrevista reciente con la revista The Wire. Era una cosa tan rara que acabó bautizado simplemente como el Simeón.
En 1968 editaron su primer sencillo, la sinuosa y emblemática Oscillations, que en directo solía extenderse hasta el cuarto de hora: Simeon emitía intrigantes señales electrónicas sobre los ritmos repetitivos e hipnóticos de Taylor, que también se había alejado rápida y decididamente de la ortodoxia. Ese mismo año salió su primer álbum, un hito adelantado y solitario del rock electrónico, y en 1969 lanzaron el segundo, Contact. Su música fascinó a figuras como Jimi Hendrix o John Lennon e incluso consiguieron una residencia en la mítica sala Maxs Kansas City, pero la mayoría de los aficionados recibían a Silver Apples con estupor y, para colmo, la mala suerte se obstinó en perseguirlos. En la portada de Contact, Simeon y Taylor aparecen sentados a los controles de un avión de la compañía Pan Am, mientras que en la contraportada se les ve entre los restos de un aparato estrellado: la aerolínea, donde el chiste no hizo mucha gracia, respondió con una demanda millonaria que acabó con el dúo, que ni siquiera llegó a publicar el tercer álbum que ya tenían grabado. A Taylor hasta le embargaron la batería, y Simeon pudo salvar el Simeón, con perdón por la redundancia, porque lo escondió a tiempo en un lugar secreto.
Accidente y muerte
Como ocurre tantas veces con los pioneros, al cabo de los años el mundo estuvo preparado para su propuesta. En los 90, un sello alemán lanzó una edición pirata de sus dos álbumes en un solo cedé, y se generó, o tal vez salió a la luz, un apasionado culto alrededor del dúo. Simeon decidió reactivar los Silver Apples, aunque le costó mucho localizar a Taylor: los dos se habían retirado de la música tras aquel amargo final de su proyecto. Las cosas no pudieron arrancar mejor, porque el batería guardaba en el ático los masters de aquel tercer álbum perdido, metidos en una caja, pero este segundo tramo de su trayectoria tampoco iba a resultar fácil: en 1998, un accidente de tráfico dejó a Simeon paralizado, con lesiones de las que todavía arrastra secuelas, mientras que un ataque cardiaco mató a Taylor en 2005, cuando tenía 56 años. Tras editar dos elepés y un miniálbum en la segunda mitad de los 90, Silver Apples volvieron a desaparecer.
Pero están de vuelta. Acaban de sacar Clinging To A Dream, su primer álbum en dieciocho años, y el plural del verbo tiene cierto sentido: aunque el único componente de Silver Apples es actualmente Simeon, las baterías proceden de grabaciones que dejó Danny Taylor. Hoy mismo, Silver Apples inician en Santiago de Compostela su gira europea, que también pasará por Madrid. A sus 78 años, Simeon Coxe III está recogiendo los frutos de su testaruda lealtad a sí mismo: «Siempre me había sentido un poco excluido -ha admitido a The Wire-, pero ya no experimento ese aislamiento. Estoy feliz de haberme unido por fin al club de los músicos».
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