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Shilpa Ray merecería mejor suerte, si por suerte entendemos la fama más o menos masiva y el reconocimiento más o menos global. Ya, ya, muchísimos músicos sacan adelante sus carreras en una oscuridad injusta, dolorosa, pero lo de Shilpa resulta más difícil de entender porque sus canciones tienen un fondo clásico que les da un alcance universal: aquí no hablamos de experimentos que reconfiguran los estilos de siempre, sino de una personalidad marcadísima que logra insuflarles nueva vida sin rupturas que puedan espantar a un público más o menos convencional. La chica de Nueva Jersey, de físico menudo y actitud siempre intensísima, ha compartido escenario con figuras como Nick Cave, la sacerdotisa Patti Smith o los japoneses locuelos Acid Mothers Temple, así que admiradores ilustres no le faltan, pero sigue ahí, en un plano comercial que no se corresponde con su talento: quizá sus letras sean demasiado agresivas, quizá su estilo sea demasiado abierto de miras, quizá su estrategia de márketing (máscaras de mono, retratos en los que casi no se la ve...) vaya en el sentido opuesto a lo que marcan los tiempos...
O quizá, simplemente, Shilpa parezca más rara de lo que es o, al menos, de lo que suena. Nacida en el seno de una familia hindú poco amiga de las frivolidades occidentales, a la niña Shilpa la pusieron con 6 años a estudiar armonio, ese órgano portátil al que se da aire con un fuelle, tan importante en la música clásica de la India. Ella habría preferido la guitarra, porque para entonces ya había experimentado su primera fascinación pop: ‘When Doves Cry’, de Prince. «Tenía 4 años cuando escuché esta canción. Había una noticia sobre Prince en el informativo de la tarde y le dije a mi madre que me iba a casar con él. ¿Por qué no? Se parecía a mí: tenía piel morena, pelo negro, grandes ojos oscuros y las pestañas más largas del mundo», evocó recientemente, cuando publicó una versión de aquel tema de los 80. Pero tuvo que resignarse a cumplir los severos designios paternos, así que seguía con su armonio y con su tradición india cuando llegó el segundo mazazo, ya en la adolescencia: escuchó a The Velvet Underground y ya nada fue lo mismo. Para colmo, el grupo neoyorquino le brindó otra referencia cercana, porque Nico, la vocalista que se sumó al grupo en su primer álbum, también tocaba el armonio. «Y era una instrumentista muy buena», la elogia.
Shilpa se mudó a Nueva York e inició una trayectoria artística que no ha resultado fácil de seguir, porque ha atravesado tres fases al frente de formaciones siempre cambiantes. Su primera banda, con la que editó un álbum, se llamaba Beat The Devil y combinaba el punk con esas estructuras de la música clásica de la India que tan bien conocía. Después llegarían un par de elepés como Shilpa Ray And Her Happy Hookers (es decir, ‘sus prostitutas felices’) y por fin pasó a presentarse simplemente como Shilpa Ray, aunque se resiste a identificarse como artista en solitario y prefiere decir que ha prestado su nombre a la banda. Ahora acaba de editar su segundo álbum de esta etapa, ‘Door Girl’, que nació con la aspiración de convertirse en un álbum típicamente neoyorquino: «Quería que fuese ‘música nativa de Nueva York’. Me inspiré en un montón de viejo ‘doo-wop’ de Harlem, un montón de hip hop del Bronx, un montón de punk, de noise... Son géneros que considero muy neoyorquinos, angulares, con cierta velocidad y consistencia. Quería hacer un disco que tuviese todo eso, pero se trata de mí... Intento hacer una canción de ‘doo-wop’ y suena rara», ha explicado en una entrevista con ‘Alt Citizen’. Aquel armonio que se convirtió en una condena infantil es hoy una seña de identidad de sus poderosos directos.
Deslenguada y cáustica, Shilpa Ray suele escribir canciones autobiográficas, al menos en parte, y el título del disco se refiere a la época en la que trabajó como portera del club Pianos. En las canciones lo mismo se lanza a rapear, que evoca a los grupos de chicas de los 60, que exprime el soul de su voz en baladones para todos los públicos, que se pone balanceante en un reggae nuevaolero, que berrea como una bestia herida en la durilla ‘EMT Police And The Fire Department’. Curiosamente, con auténtica maestría en el autosabotaje, ha sido este último corte el elegido para acompañarlo de un vídeo, aunque su radicalidad nihilista puede ahuyentar a muchos oyentes que disfrutarían del resto del disco, más próximo a referentes como Patti Smith o incluso Amy Winehouse. A ver si esta vez logra sacudirse ese destino al que alude sarcásticamente en su perfil de Bandcamp: «Nadie crece queriendo ser un artista que gusta a los artistas. Ser apreciado por una pequeña secta de la pequeña secta es como ser la reina de la belleza en la leprosería».
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