Más de 6.000 personas vibraron anoche en Illunbe al son del inmenso cancionero de un trovador que llevaba ocho años sin pisar la capital guipuzcoana. El de Sabina fue un retorno doblemente feliz porque también suponía su primer concierto tras la pausa recomendada por los médicos. En abril, unas semanas después de cumplir 69 años, el de Úbeda sufrió una tromboflebitis en la pierna izquierda que le obligó a ingresar una semana en el hospital y a interrumpir varios conciertos de una intensa gira: en el último año unas 350.000 personas han disfrutado de su directo en innumerables ciudades de España, Europa y Latinoamérica.
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Con el aforo disponible prácticamente agotado, los espectadores entraban ordenadamente a la plaza previo paso por el puesto de merchandising: algunos compraban discos y vinilos, y otros se decantaban por las tazas, los mecheros y los característicos bombines que suele lucir el andaluz. Lógicamente, la expectación ante el estado de Sabina era máxima pero las dudas se disiparon rápidamente cuando nueve minutos después de las 22.00 saltó al coso guitarra en ristre y acompañado de una imponente banda de siete músicos.
Recibidos entre vítores y aplausos por la audiencia sentada en las gradas y la pista, Sabina y los suyos comenzaron con 'Cuando era más joven', un tema incluido en el disco 'Juez y parte' (1985) que marcó el tono confesional de la velada. Caminaba con paso lento pero firme, cantaba de pie y sentado, y su voz sonaba a lija como en las últimas décadas.
Tras bromear con su paso por el hospital, desveló que su enfermedad no tiene remedio - «se llama menopausia»- y recomendó desconfiar de quienes asocian el paso de los años con la sabiduría. «Envejecer es una mierda», sentenció antes de advertir: «Sé que han venido a escuchar las canciones viejas pero como son un público tan cariñoso y piadoso, se van a joder hasta que repasemos un ramillete de las nuevas».
Y así fue. Encadenó varias de las más autobiográficas de su último álbum 'Lo niego todo' (2017) y comenzó por el tema homónimo en el que arremete contra su propio mito de «profeta del vicio» y de «Dylan español». Siguió con 'Quien más, quien menos', 'No tan deprisa' y 'Lágrimas de mármol', en la que reivindica como «superviviente» y declara que «el futuro es cada vez más breve y la resaca más larga». El bloque de composiciones nuevas culminó con 'Sin pena ni gloria' y con 'Las noches de domingo acaban mal', en las que mostró su faz más rockera, entre Lou Reed, los Stones y su amado Dylan.
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Entre canción y canción ejerció de divertido monologuista contando mil y un chascarrillos: su determinante «exilio» en el Londres de los 70; su regreso a España «con una pierna en la canción de autor, otra en el rock and roll y la tercera ya imaginan ustedes dónde»; su dedeo de ser el guitarrista del grupo Alarma... Sin dejar el humor de lado, prometió una «noche de alegrías para los colchoneros de izquierdas» tras las dimisiones de Rajoy y Zidane. «Es la primera vez en toda la vida que el PNV me ha parecido cojonudo», afirmó provocando la carcajada general.
También admitió liderar el único grupo del mundo en el que todos los músicos cantan mejor que el cantante, y por eso dejó llevar el protagonismo vocal a varios de ellos: Mara Barros entonó 'Hace tiempo que no', escrita para ella por Sabina, y Panchito Varona se caló la gorra roja para cantar 'La del pirata cojo'.
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Y al cierre de este periódico, aún quedaba por llegar la artillería pesada. Tiempo habrá mañana de contar al completo en estas páginas cómo finalizó un concierto en cuyo ecuador también sonaron 'Una canción para la Magdalena', con el único acompañamiento de Antonio García de Diego a los teclados, y 'Por el Boulevard de los sueños rotos', con las pantallas gigantes proyectando imágenes de Chavela Vargas. Sabina dio la talla con creces y el público, complacido y feliz, le entregó el certificado de alta médica junto al deseo de no tardar otros ocho años en volver.
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