El estrecho gabinete

Poco podemos descubrirles del terrorífico metraje de Robert Wiene. Y lo que hagamos no será culpa nuestra, que la obra ya tiene cien años. Solo remarcarles que su estilo visual oscuro y retorcido se adaptaba teóricamente a la música post-rock que maneja Toundra. ¿Lo consiguieron? A ratos.

El cuarteto, situado en un lateral del escenario, comenzó sugerente en los títulos de crédito. Los escenarios diagonales de la película, un diseño ideal para buscarle las aristas a los acordes, recibían sonidos vaporosos y tétricos. Pero a la interpretación le faltó aire, espacio. Echamos de menos momentos relajados que permitieran luego a los autores explotar en sus ejecuciones. Toundra se movió en una estrecha franja a la hora de detallar los momentos del filme, lo que hizo que la pantalla y la música parecieran viajar demasiado separadas.

Hubo escenas bien empastadas: los teclados en el entierro, el eco de los paseos, los guitarrazos blues-rock, los pasajes más pasionales. Pero hasta los últimos actos, donde cinta y sonido viajaron en armonía, la expresividad actoral no topó buen empaste con la diversidad sonora que debería ofrecer un estilo tan impactante y amplio como el elegido.