No supe qué hacer', cantaba ayer Julieta Venegas en su 'Ilusión' inicial. Pero nada más lejos de la realidad. La mexicana ha sabido aprovechar el obligado parón del confinamiento para darle un nuevo molde acústico a las canciones. Un estilo que sabe comprimir y dejar ... brillar la vitalidad sonora característica de la autora. Con un batería soberbio en todos sus quehaceres y una contrabajista que mandó ('El presente'), mutó y en ocasiones sufrió para hacerse notar cuando la percusión se imponía ('Algo está cambiando'). La voz, dicharachera en las charlas entre composiciones, empezó demasiado impulsiva dejándose por el camino algún descuido tonal. El paso de los minutos la asentó y elevó hasta los lugares habituales.

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Fueron temas interpretados sobre guitarras efusivas y pianos de cola con sonidos aún más largos que supieron ser juguetones ('Bien o mal'). Echando mano del tango y los sonidos románticos de 1970 ('Los momentos'). Consiguiendo sonar íntima ('Lento', 'La nostalgia'), británica ('Buenas noches desolación') y folk ('Canciones de amor'). Defendiendo su pop radiante ('Original') hasta cuando tocaba celebrar la vida de los que ya no están ('Mis muertos').

Además de navegar entre pasiones y «dramones» se inspiró en poemas de Jorge Luis Borges, letras de la micropoetisa Ajo ('Dos soledades') y versiones de José Alfredo Jiménez ('Canta, canta, canta') mientras atacaba una 'Despechada mexicana' de femenina personalidad. Recuperó otros éxitos como 'Me voy' y 'Limón y Sal'. Pero nos dejó boquiabiertos con su pieza más reciente, el refrescante arrebato funk de 'Mismo amor'. Los asistentes les despidieron aplaudiendo de pie, felices de volver a ver a Venegas bajo esta capa tras tres años de ausencia.

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