El que no quiera que no baile

El cubo nos mostró un tintado escenario con plantas subiendo por los pies de micro y tonos de viveza africana. Colores que luego se trasladarían a los ropajes de los intérpretes. De fondo, para la espera, una mixtape reggae que fusionó momentos románticos (Delroy Wilson) y pasajes puristas (Tiger).

La intro llegó con los Hermanos Ugarte a la txalaparta, mas un cuarteto poniendo en danza modernos aurreskus. 'I Love London' inauguró la lista con su bajo impactante y ese ritmo raudo que sería lo habitual de la velada. Y en la segunda pieza se produjo la victoria: los asistentes se pusieron el pie para no sentarse hasta el final. Fue la gran derrota del 'traserismo' guipuzcoano, ese que solapa nalga a cojín allá donde ve la oportunidad.

Fue sencillo dejarse llevar. El grupo arengaba al público cada dos por tres. Su coctelera, repleta de pelotazos, disparaba temas de animosos subidones ('Love is All I Got') que acogían las bondades de las 'raves' isleñas ('Tranquilo').

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La formación, que se ha pasado las últimas dos semanas grabando nuevas composiciones en un estudio de Asteasu, acercó estrofas que podrían funcionar como sintonía de la Vuelta Ciclista ('LA Calling'). Sin hacer ascos a los aciertos de Prince, The Rolling Stones, M.I.A -'Boomin' es hija de 'Paper Planes'-. Aprovechando la belleza de los ritmos africanos tocados a toda pastilla.

Y cuando la pegada parecía tomar velocidad de crucero el combo no tenía reparos en bajar el pistón. Derrochando optimismo jipi en las letras. Las voces se multiplicaban gracias a los efectos ('Hope'), dejando hueco para el protagonismo femenino ('End The Suffering'). El concierto de Crystal Fighters fue una tremenda fiesta de paz y baile. Un dúo que nunca sobra en nuestra castigada agenda diaria.