Rusia tiene aún mucho que decir en materia de piano. Y si no, piensen en Sokolov, Lugansky o Trifonov. Este último nos hipnotizó este martes con su arrolladora personalidad, con su discurso, tan agresivo como poético. Por eso lo que menos importó fue su capacidad ... técnica, por otra parte, inmensa. Tchaikovsky marcó el inicio y el fin de un recital sublime. La 'Sonata' le exigió virtuosismo, unidad y sentido. Los transmitió combinando potencia y delicadeza en una lectura llena de carácter. En cuanto al arreglo de Pletnev de 'La Bella Durmiente', sirvió para evidenciar su dominio del piano. Entre estas obras mostró a Chopin y Barber. Los valses del primero le permitieron relajarse a nivel físico, pero no en el plano expresivo, sorprendiendo su lectura a media voz de algunos, que contrastó con la velocidad o contundencia de otros. Su Barber fue un despliegue de ritmo y colores coronado por una exigente fuga que tuvo tal dominio, claridad y respeto que le aseguró su plaza en el olimpo de los grandes.
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