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Han pasado décadas desde su eclosión y época dorada, pero es un género musical que sigue despertando pasiones. Aunque los legos no distingan más que una muralla de ruido, el metal es tan rico y complejo que necesita de una retahíla de etiquetas para catalogar y diferenciar las decenas de subgéneros que engloba.
A partir del clásico heavy de los ochenta surgieron ramificaciones más extremas como el thrash, el death o el black metal, cada una de ellas con múltiples variantes según la velocidad rítmica, la distorsión de las guitarras, la naturaleza de las voces o la temática de las letras. Hoy, el metalcore –sucedáneo que cautiva a las nuevas generaciones– se impone en los grandes carteles frente a los estilos más minoritarios y underground, que se nutren de fans ávidos de emociones fuertes en recintos que rara vez cubren su aforo.
Un centenar de bandas en euskera, castellano e inglés mantienen viva la llama del metal en Gipuzkoa. En el listado destacan aquellas que fueron pioneras en los albores del 'big bang', cuando cada disco que se publicaba contribuía a definir la senda por la que habrían de transitar el resto de grupos. Del cáliz de los Black Sabbath, Iron Maiden, Judas Priest, Metallica, Slayer y compañía bebieron sus influencias nombres que hoy son considerados leyendas en Euskadi como los eibarreses Su Ta Gar (heavy/speed/thrash metal) o los zarauztarras Anestesia (crossover/thrash metal).
Después de ellos, ninguno ha alcanzado tanta notoriedad, prueba de lo difícil que es hacerse un hueco en el olimpo metálico. Los arrasatearras Numen son quizás una de las pocas excepciones, llegando incluso a desplegar su black metal con toques folk en el Hellfest, el mayor festival del mundo, que cada verano se celebra en la comuna francesa de Clisson.
En la base, un ejército de jóvenes y no tan jóvenes músicos aficionados hacen sus pinitos con el sueño de emular a sus ídolos. «La escena del metal en Gipuzkoa está más viva que nunca», sentencia Martín Caballero, responsable de Metal Euskadi. Esta web canaliza y ordena desde 2014 toda la información sobre los grupos vascos y cuenta con una actualizada agenda de conciertos. A su juicio, el relevo generacional está garantizado: «Cada semana hay bolos en gaztetxes, en Andoain, Zarautz, Arrasate, Oñati, Mutriku, Zumaia... Y va gente joven. Nadie tiene una bola de cristal, pero yo creo que corren más peligro los conciertos en grandes estadios, porque los que llenan son los mismos que hace cuarenta años y cuando se retiren...».
La escasez de salas privadas, la falta de ayudas públicas y la saturación de grupos convierte a los promotores en una suerte de héroes sin capa. «En Donostialdea está Doka (cerrado indefinidamente por obras) y en plan underground Mogambo, que no para en todo el año con conciertos de todas la variantes de metal y rock», cuenta el irundarra Carlos Maestre, de MPR Producktions&Management, empresa con más de quince años de experiencia.
'Txarly', como se le conoce en el mundillo, recuerda que «en otras épocas había entre dos y cinco bares de rock y metal en cualquier localidad», mientras que hoy en día quedan «uno o ninguno». «Sin bares, es difícil que la gente pueda descubrir esta música. Ahora tenemos muchos grupos y de mucha calidad, pero no hay un circuito para poder crecer. Los gustos también han cambiado, aunque sigue habiendo mucho público al que el metal le da la vida y la prueba es que tanto en Larratxo –donde en marzo se celebró el XIII Euskal Metal Fest– como en Niessen llenamos el 90% de las veces», subraya.
La homogeneización cultural tampoco ayuda. «En general, ahora los ayuntamientos montan las mismas fiestas en todos lados, mismo estilo musical en los bares, en los escenarios de las plazas y hasta en las txosnas... En pocos sitios puedes ir a escuchar rock en todas sus variantes (punk, metal, hard rock...). Es un aburrimiento que suene lo mismo en todos lados. Me hace gracia cuando anuncian los conciertos de fiestas y te dicen 'música para todos'. Miras la lista y te preguntas, ¿quiénes son todos? Porque yo creo que todos los grupos que contratan son para el mismo tipo de público. Son estilos superparecidos y casi ninguno se acerca siquiera al rock. Variedad, cero», lamenta el promotor.
Arrasate es una de las canteras destacadas del metal guipuzcoano. Allí se formaron en 2018 Shallow Waters, banda de post black metal que los entendidos señalan como una de las de mayor proyección. «Teníamos la inquietud de realizar un estilo de música personal y poco escuchado, juntando influencias de varios géneros que nos gustaban. Todos los miembros del grupo tenemos otras bandas y proyectos alternativos en los que llevamos muchos años trabajando, y teníamos ganas de aventurarnos en algo así», relata el guitarrista Tristán Iñiguez, propietario además de los estudios de grabación Auryn de Bergara. Él conoce de primera mano las dificultades que encuentran los grupos locales para hacer carrera. «Por una parte, está todo sobresaturado, hay demasiadas bandas queriendo comer su parte del pastel y el pastel es muy pequeño. Cada vez hay menos salas para tocar o se han encarecido demasiado, con lo cual no hay oportunidades para las bandas noveles e independientes. Las grandes discográficas solo apuestan por bandas seguras que dan rentabilidad desde el minuto uno. Al final, esto es como las típicas ofertas de trabajo en las que te piden dos años de experiencia pero acabas de salir de la universidad y, si nadie te da la oportunidad, jamás vas a tener esos dos años de experiencia. Es la pescadilla que se muerde la cola. Las bandas que consiguen destacar es porque hacen algo realmente especial y ponen el 100% en todos los aspectos del grupo», explica.
Iñiguez confiesa que vivir de la música está al alcance de unos pocos grupos con tirón a nivel estatal: «No es una misión imposible, pero sí muy difícil. Nuestro objetivo nunca ha sido ese. Tenemos experiencia en esto y sabemos que conseguirlo requiere de un trabajo brutal y, no voy a decir suerte, pero sí estar en el momento y lugar adecuados».
Bien lo saben los legazpiarras Elbereth (thrash metal melódico), con casi un cuarto de siglo de trayectoria a sus espaldas. «Cada banda tendrá su historia y probablemente muchas tendremos historias parecidas. No es sencillo saber cuál es la tecla. Hay bandas que tienen muy buenas canciones, son muy buenos tocando y luego no consiguen llegar a la gente», dice el bajista Aritz Legorburu, quien como espectador echa de menos los tiempos en que las salas Jam de Bergara y Tunk de Irun formaban parte del circuito internacional. «Hubo una época en que la Jam funcionaba a tope y allí nos juntábamos casi siempre los mismos en los conciertos de metal. Se movía mucha gente de Gipuzkoa y del resto de Euskal Herria. Había cantera y había movimiento», apunta. Actualmente, sin un recinto adecuado con capacidad para 800-1.000 personas, los grupos extranjeros de renombre se marchan a Bilbao, Vitoria o Pamplona, lo que obliga a los fans guipuzcoanos a desplazarse cien kilómetros.
En Donostia, los death metaleros Ancient Settlers han publicado su segundo disco, 'Oblivion's Legacy', de la mano de la discográfica italiana Scarlet Records. Formados tras el confinamiento y con presencia creciente en Europa, consideran que los avances tecnológicos facilitan la grabación y promoción, pero pueden ser un arma de doble filo. «Los medios masivos y las redes sociales te permiten llegar a un mayor numero de personas en un menor periodo de tiempo. Sin embargo, también es cierto que la democratización de los canales de información ha permitido que más bandas como nosotros estén activas, y esto genera una gran oferta. Por lo tanto, el tiempo y dedicación que puedes tener para apreciar una banda nueva es menor y es más difícil conectar con el público», argumenta el guitarrista Carlos Chiesa-Estomba. Su consejo para los jóvenes que están empezando es «que disfruten, que hagan la música que les apetezca y que trabajen en los pequeños detalles. Que todo el éxito llegará producto de ese esfuerzo».
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Fernando Morales y Sara I. Belled
Amaia Núñez
Patricia Rodríguez e Izania Ollo | San Sebastián
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