Pancho Varona: 20 noches por año trabajado
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La primera vez que vi a Pancho Varona fue también la única, al menos fuera del escenario. Fue en junio de 1994, en un vuelo Caracas-Madrid. Yo subí al avión precipitadamente y a última hora, debido a algunos problemas aeroportuarios que, como no podía ... ser de otra forma, se resolvieron mediante unos dólares. Para su desgracia, porque las prisas me habían impedido comprar tabaco y tuvo que compartir su paquete conmigo, a Varona le tocó el asiento de al lado.
La banda de Sabina venía de La Habana, en donde habían realizado alguna colaboración con Pablo Milanés, por aquel entonces al frente de una efímera fundación. El hecho de que los músicos viajaran de la capital cubana a Madrid con escala en Venezuela porque el billete era más barato, mientras que Sabina y Milanés lo hiciera en vuelo directo La Habana-Madrid me produjo más shock que sorpresa, dada mi ingenuidad.
He de decir que Varona, a quien no reconocí en el momento, pero tuvo el detalle de presentarse, resultó ser uno de los tipos más amables de cuantos ha conocido uno en el siempre mejor evitable mundo de la farándula. Hablamos durante horas y horas, todo el vuelo diría yo, y juraría que el leve disgusto que le pudo producir el hecho de que no lo reconociera lo compensó mis comentarios elogiosos sobre algunas de las canciones menos conocidas del de Úbeda, singularmente, 'Balada para Tolito'. «Pues ésa es la primera canción que compuse para Joaquín», me respondió con orgullo.
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Le interrogué a fondo y los detalles me los guardo, pero sobre todo le pregunté por los Burning, cuyo local de ensayo estaba junto al que utilizaban ellos. A todo me contestó encantado, mientras compartíamos su tabaco, ya que como digo, mi precipitado embarque me había impedido comprar en el aeropuerto.
Era 1994 y Varona estaba feliz: era indiscutiblemente la mano derecha de Sabina, el nuevo disco, 'Esta boca es mía', estaba en lo alto de la lista de ventas nada más publicarse y volvía a su casa madrileña para un período de descanso, corto.
A los pocos meses actuaron en Donostia y el guitarrista, un caballero, llamó al DV para pedir mi teléfono para invitarme al concierto. No me pilló en casa pero habló con mi madre, para solaz de la mujer, que todavía a día de hoy me suele soltar de vez en cuando un «qué majo el guitarrista de Sabina».
Posteriormente, le entrevisté un par de veces por teléfono, la primera, el día que ETA asesinó a Santi Oleaga. Detalles que se te quedan: recuerdo durante la conversación estar sujetando con una mano teléfono y grabadora, mientras que estrechaba la otra a Ibarretxe, de visita a la redacción. En esas circunstancias, es lógico que recuerde mejor las condolencias de Varona que las del lehendakari.
Ayer, cuando Varona anunció que «contra todo pronóstico», Sabina le había apartado de su propia gira, pensé que más bien era al revés: el pronóstico se había cumplido puntualmente.
Aún ignorando las circunstancias que hayan podido rodear la decisión de Sabina -aunque la imaginación es una gran especuladora-, olía a descarte anunciado desde hace ya bastante tiempo. El cantante había relegado progresivamente en los últimos lustros el papel -e incluso la presencia en el escenario- de Pancho Varona, en favor de otros músicos y escritores que teóricamente deberían haberle devuelto el brillo creativo, sin mucho éxito como se ha podido ver.
Es un proceso común a tantos músicos que, cuando pierden la inspiración y observan horrorizados que la fuente se va secando, recurren al sucedáneo de ese imposible que es volver atrás en el tiempo: cambiar de banda y sustituir a sus colaboradores por otros más frescos. En otro orden de cosas, no son pocos los 'grandes hombres' que en la senectud y buscando recuperar el esplendor en la hierba, cambian a su mujer de toda la vida por otra, siempre más joven. «Busco otro sonido» o «he intentado romper con las inercias», suelen ser los argumentos más socorridos. Con frecuencia, la maniobra no suele dar buenos resultados y rara vez logran lo uno o lo otro.
Varona es ese tipo que conoció la música de Sabina a través del disco de La Mandrágora que tenía su hermana; que entró en contacto con el cantante, primero como alguna leve colaboración y después como parte de Viceversa; que eligió quedarse con él cuando el grupo se apartó de Joaquín para hacer carrera; que eligió al 'maestro' como padrino de su primera hija; que siempre aceptó su papel de subalterno y hasta renunció a explorar una carrera en solitario que parecía anunciar con algún disco que grabó por libre; y que -esto ya es intuición- ha aguantado con lealtad y es probable que con estoicismo los vaivenes anímico-creativos del otro.
Si es el fin de una historia, que le quiten lo bailado: le quedan las por lo menos veinte vidas por año trabajado -en este caso, cuarenta-, que el hombre se lleva por delante.
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