Análisis

Queda el recuerdo de los cañones de luz

La exposición de Get In evoca el fulgor de 'las primeras veces' y de un tiempo en el que sacar una entrada para un concierto aún no parecía tramitar una cita previa con la Administración

Alberto Moyano

San Sebastián

Jueves, 3 de febrero 2022, 08:36

La exposición de Get In en Tabakalera con motivo del 30 aniversario de la promotora donostiarra nos devuelve a un tiempo en el que el público aún asistía sin desflorar a los conciertos. A día de hoy, para cuando el artista de turno llega a ... tu ciudad ya te has hartado de ver vídeos de la gira, te conoces al dedillo las canciones que interpretará y en qué orden, y hasta el vestuario que lucirán los músicos y su escenario. Y si el concierto requiere de pantallas por las dimensiones del recinto, a la salida será difícil sustraerse a la sensación de haber asistido a la proyección de un magnífico DVD. Get In surge cuando Donostia se había consolidado ya como el tercér vértice de un triángulo de las grandes giras que completaban Madrid y Barcelona. Hablamos de un tiempo en el que, por mucho que se sucedieran en el calendario, cada concierto en una ciudad del tamaño de la nuestra era en principio un acontecimiento excepcional por improbable y todo tenía el fulgor memorable de 'las primeras veces'. Y si esta plaza se consolidó fue porque un público de aficionados que se las veía y deseaba para hacerse con determinados discos no iba a dejarse amedrentar por el precio de una entrada, fuese cual fuese. Se llama «sed» y sólo así se entiende que un intérprete tan poco masivo como Chick Corea metiera en un Jazzaldia a 12.000 personas en el Velódromo.

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De todo aquello ya sólo quedan los ecos del griterío y el rumor de los aplausos, que es también lo único que se suele respetar en la edición de los discos en directos, según cuentan los que saben. Han desaparecido hasta las artísticas entradas, sustituidas por asépticos tickets que emiten las entidades bancarias o por códigos QR. No es nostalgia, sólo la constatación de que varias generaciones conocieron la intensidad del éxtasis colectivo, ese relámpago que cedió su lugar ante la pujanza de las competiciones cibernéticas entre cantantes de Eurovisión o el imperio solipsista de los auriculares.

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